Por el lado contrario, el repunte de precios petroleros -no los de la “energía- y nuevos signos de deterioro en la especulación inmobiliaria (Estados Unidos, Gran Bretaña, España) debieran inquietas a los bancos centrales. Al parecer, se ven tan confiados en el crecimiento global y una inflación baja que, ahora, temen un auge especulativo en los mercados de riesgo.
Dicho de otro modo, suponen que toda marcha bien en el corto plazo, pero no saben qué ocurrirá más allá. Eso explica la política japonesa, que ha llevado la tasa referencial de casi cero a 0,5% anual en algunos meses. A criterio del emisor, “nuestra economía proseguirá en un ciclo favorable de producción, ingreso e inversión. Entretanto, disminuyen incertidumbres sobre la orientación de otras economías centrales, incluyendo la de Estrados Unidos”.
No obstante, la economía norteamericana viene perdiendo empuje desde el primer trimestre de 2006, si bien ha crecido lo bastante para evitar un alza del desempleo urbano. Mientras tanto, se supone que los trece adherentes a la moneda única (Eurozona, que muchos medios confunden con Europa entera) también se expandirán menos, pero recién este año.
Pese al empuje chino o indio, el Fondo Monetario Internacional –cada vez más reducido a una excelente agencia estadigráfica- indican que EE.UU., la Eurozona y Japón representan más de 70% del producto bruto global. Por supuesto, los bancos centrales preferirían este crecimiento, pero con aún menos inflación, ese cuco que –en realidad- sólo desvela al sector financiero.
Algunos analistas se pasan de rosca, especialmente los hindúes. A criterio de Narimán Behravesh (gurú de la consultoría Global Insight), “el mayor riesgo es que haya demasiadas buenas noticias. Vale decir, una economía mundial con precios y salarios firmes, lo cual haría elevar las tasas de los emisores”. Como se ve, el problema afecta a los mercados y sus operadores, no a las principales economías físicas que, según muestra la política cambiaria japonesa –en continuo sostén de un dólar caro-, son nacionales, no globales.
Pero los bancos centrales no cejan y temen que los precios de activos financieros se desmoronen. El inefable Jean-Claude Trichet (Banco Central Europeo), salió días atrás con uno domingo siete: “Deseamos que los mercados sean conscientes de que las apuestan en solo sentido son peligrosas. Concretamente, estamos pensando –aludía a parte del Grupo de los 7- en tomar prestado en países con tasas bajas, por ejemplo Japón, para recolocar a tipos más altos en Europa occidental, Brasil o EE.UU.”.
Si el presidente del BCE propugna hoy los “carry trades”, un recurso puramente especulativo, mañana algún colega querrá incursionar en franjas aún más volátiles. Eso llevaría a los emisores a especular con liquidez ficticia, sin fundamento en las economías reales. La tentación existe: el BCE tal vez eleve las tasas básicas de 3,5 a 4% en junio, inclusive si los hidrocarburos permiten mantener la inflación regional por debajo de 2%. De ahí que otro reducto de fundamentalismo financiero, Goldman Sachs, considera un euro revalorizado como el mayor riesgo para sus negocios.
Por el lado contrario, el repunte de precios petroleros -no los de la “energía- y nuevos signos de deterioro en la especulación inmobiliaria (Estados Unidos, Gran Bretaña, España) debieran inquietas a los bancos centrales. Al parecer, se ven tan confiados en el crecimiento global y una inflación baja que, ahora, temen un auge especulativo en los mercados de riesgo.
Dicho de otro modo, suponen que toda marcha bien en el corto plazo, pero no saben qué ocurrirá más allá. Eso explica la política japonesa, que ha llevado la tasa referencial de casi cero a 0,5% anual en algunos meses. A criterio del emisor, “nuestra economía proseguirá en un ciclo favorable de producción, ingreso e inversión. Entretanto, disminuyen incertidumbres sobre la orientación de otras economías centrales, incluyendo la de Estrados Unidos”.
No obstante, la economía norteamericana viene perdiendo empuje desde el primer trimestre de 2006, si bien ha crecido lo bastante para evitar un alza del desempleo urbano. Mientras tanto, se supone que los trece adherentes a la moneda única (Eurozona, que muchos medios confunden con Europa entera) también se expandirán menos, pero recién este año.
Pese al empuje chino o indio, el Fondo Monetario Internacional –cada vez más reducido a una excelente agencia estadigráfica- indican que EE.UU., la Eurozona y Japón representan más de 70% del producto bruto global. Por supuesto, los bancos centrales preferirían este crecimiento, pero con aún menos inflación, ese cuco que –en realidad- sólo desvela al sector financiero.
Algunos analistas se pasan de rosca, especialmente los hindúes. A criterio de Narimán Behravesh (gurú de la consultoría Global Insight), “el mayor riesgo es que haya demasiadas buenas noticias. Vale decir, una economía mundial con precios y salarios firmes, lo cual haría elevar las tasas de los emisores”. Como se ve, el problema afecta a los mercados y sus operadores, no a las principales economías físicas que, según muestra la política cambiaria japonesa –en continuo sostén de un dólar caro-, son nacionales, no globales.
Pero los bancos centrales no cejan y temen que los precios de activos financieros se desmoronen. El inefable Jean-Claude Trichet (Banco Central Europeo), salió días atrás con uno domingo siete: “Deseamos que los mercados sean conscientes de que las apuestan en solo sentido son peligrosas. Concretamente, estamos pensando –aludía a parte del Grupo de los 7- en tomar prestado en países con tasas bajas, por ejemplo Japón, para recolocar a tipos más altos en Europa occidental, Brasil o EE.UU.”.
Si el presidente del BCE propugna hoy los “carry trades”, un recurso puramente especulativo, mañana algún colega querrá incursionar en franjas aún más volátiles. Eso llevaría a los emisores a especular con liquidez ficticia, sin fundamento en las economías reales. La tentación existe: el BCE tal vez eleve las tasas básicas de 3,5 a 4% en junio, inclusive si los hidrocarburos permiten mantener la inflación regional por debajo de 2%. De ahí que otro reducto de fundamentalismo financiero, Goldman Sachs, considera un euro revalorizado como el mayor riesgo para sus negocios.