Este año, la producción petrolera de Estados Unidos se encamina a superar la de Arabia Saudita (y casi a igualar la de Rusia). ¿Se convierte el país en un nuevo actor internacional de excepción en este campo?
La respuesta es negativa. Las actividades petroleras de ambos países son tan importantes como diferentes: está claro que los estadounidenses jamás ocuparán el rol central de Arabia Saudita en los mercados mundiales de crudo. Pero puede complicarlo o introducir nuevos ingredientes.
Según predice la Agencia Internacional de Energía, el crecimiento de la producción interna estadounidense es explosiva debido al alza en los precios, que permite operar hasta campos marginales de shale oil, bien por encima de los costos de extracción.
Sin embargo, hacia el futuro los pronósticos dan otros indicios. Líder mundial en petróleo y gas, Estados Unidos lo será por varias décadas, según la AIA. En 2018, la producción excederá los 10 millones de barriles diarios.
Para entender el rol estadounidense en el escenario energético es necesario tener varios factores en cuenta. En 2014, el precio del barril de crudo llegó a US$ 110. Dos años después, el barril del Brent –el crudo de referencia- colapsó hasta llegar a US$ 30 el barril.
En esa instancia, la OPEP junto con Rusia decidieron producir menos. La meta: reducir los inventarios acumulados por los compradores y aumentar los precios de referencia. El acuerdo era reducir la producción en 1,8 millones de barriles diarios, desde final de 2016 hasta el final de 2018. Para lograrlo, Riyadh bajó su propia cuota productiva más allá de lo acordado que era 486.000 barriles diarios. Desde ese momento, el precio del barril, progresivamente subió en US$ 25.
Pero entretanto el shale oil estadounidense tuvo un crecimiento explosivo. Costos de producción más bajos gracias a nueva tecnología, y además mejores precios en el barril. A tal punto que, se estima, la producción estadounidense a fin de este año igualará toda la reducción productiva dispuesta por la OPEP.
La situación de la organización – y de Arabia Saudita en particular- es difícil. Ahora el riesgo es perder porciones de mercado debido a mayor producción de Estados Unidos por los mejores precios, producto de la reducción en la producción de los países de la organización.
En un contexto de abundancia energética, la pérdida de market share puede ser muy dañina.
Si bien las predicciones sobre cuándo llegará el peak oil demand se estiman en una o dos décadas más, mantener el market share es más vital que nunca.
Puesto de otra manera: la OPEP fue exitosa en elevar los precios de forma importante, pero parece que está perdiendo la batalla por las porciones del mercado que controla.
Desde el momento en que EE.UU se ha convertido en un gran productor mundial, ha trastornado el escenario de esta actividad, con su habilidad para producir más en cuanto sube el precio.
Pero no puede reemplazar a Saudiarabia. El petróleo saudita es producido por una sola empresa (Aramco) controlada por la monarquía de Riyahd. Sus intereses estratégicos van más allá de obtener ganancias como cualquier empresa. Y si la estrategia obliga a perder o a reducir ingreso, así se hace.
Esta situación no cambiará aún si, como está previsto, se vende el 5% de la compañía a inversores multinacionales.
En cambio en Estados Unidos hay docenas de empresas operando en el sector que deben tener utilidades sí o sí, ya que ese es el único motor de estas firmas. No podrían manipular el mercado, ya que por ley eso les está prohibido.
Los sauditas, si es preciso, pueden elevar la producción de un día para el otro. Se estima que su capacidad productiva dormida oscila entre 1,5 y 2 millones de barriles diarios. Además, el costo de extracción se calcula entre los más bajos del mundo (sino el más bajo). La extracción petrolera saudita será rentable hasta el fin del tiempo del petróleo.
Por más que han logrado bajar costos, el shale oil estadounidense será siempre más caro de extraer.