El 30 de junio, en efecto, el comité monetario de la RF había elevado los tipos básicos de 1% (el mínimo en 46 años) a 1,25% anual. Pero, ya entonces, el nivel neutro –que no incentiva ni desincentiva la actividad- debía haber sido 4%-, según la muy ortodoxa Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, París).
Por su parte, los mercados apostaban a que la RF llegase a fin año en 2%, o sea el valor actual de las tasas que controla el Banco Central Europeo (BCE). Muy por debajo del 4,75% aplicado desde el 30 de julio por el Banco de Inglaterra en la economía más próspera de la Unión Europea (en gran medida, porque no adhiere al euro como moneda única).
Semanas después, la reticencia del público a seguir gastando –o endeudándose- y los pobres datos sobre empleo plantean incómodas disyuntivas a la RF. Una, en particular: ¿puede la reactivación económica tolerar las presiones de una tasa más normal que la imperante? Por de pronto, el menor impulso en materia de recreación de empleo y compras minoristas hace sospechar a Wall Street que, tras este nuevo ajuste –de a,25 a 1,5%-, la RF quizá no mantenga el plan de retoques (25 puntos básicos) entre septiembre y diciembre.
Además, la Casa Blanca ha pedido en privado a Greenspan y su neurona, Benjamin Bernanke, suspender ulteriores aumentos hasta después de los comicios (2 de noviembre). Como era de esperar, el comunicado difundido tras la reunión del martes no aclara esta clase de dudas.
También el mundillo bursátil presiona. Un día antes de reunirse el comité federal de mercado abierto (eufemismo por comité de política monetaria), los principales paneles cedían a mínimos desde octubre. Claro, operadores, accionistas, inversores y especuladores temen que la lenta reactivación acabe estancándose. A ellos no los desvelan la economía real ni el desempleo, sino los réditos y dividendos.
Ahora bien, no sólo se tensa la relación entre tasas nominales y reales. También lo hace entre las primeras y el precio del petróleo: en un momento del martes, el barril de crudo liviano rozó US$ 45 (luego cerró en 44,50). Los hidrocarburos, pues, siguen siendo fuentes de inflación y el único remedio que concibe la RF –como cualquier otro banquero ortodoxo- es subir tasas referenciales. Todo confluye en el mismo círculo vicioso.
¿Cómo llegó Estados Unidos a este punto? En 1996, Greenspan casi se aboca a desinflar una burbuja bursátil, que calificaba de “exuberancia irracional” y, eventualmente, se hizo pedazos en 2000. Pero optó por no afrontar riesgos políticos (factor que vuelve hoy en forma de la obsesión relectoral de George W.Bush). Se plegó a la manía en boga, la “nueva economía” -mito que se esfumó con la crisis sistémica global de 1997/8- y esperó que la burbuja se pinchase sola.
Pero pagó un precio. La burbuja de 1996 se había convertido en un Leviatán al estallar cuatro años después y la sobrepreciación de activos sin sustento –especulación pura vía instrumentos derivativos- llegó a doblar el monto precio al crac de 1929. Luego del derrumbe, Greenspan tuvo que arremangarse y rebajar las tasas referenciales a tal punto que, hoy, carece de opciones no traumáticas, por su propia culpa.
No es que el resto del gobierno tenga mejores instrumentos a mano para zanjar tantos dilemas. La política fiscal no goza de buena salud, con un déficit federal estimado en US$ 478.000 millones (4,2% del producto bruto interno) para el ejercicio que cierra en septiembre, de acuerdo con la siempre optimista oficina legislativa de presupuesto. Tanto Bush como John F.Kerry se han comprometido a podar la mitad de ese monto en el cuadrienio 2005-8.
Un estímulo optativo sería inducir un pronunciado retroceso del dólar como estímulo vía exportaciones. Ante una canasta euro-yen-libra-franco suizo, la divisa norteamericana ha cedido 15% desde 2002. Podría perder mucho más terreno –imagina la OCDE- sin consecuencias serias. Pero (a) siempre habrá riesgos de una corrida cambia internacional y (b) EE.UU. no es una economía basada en exportaciones, al menos en el grado exhibido por Japón o Alemania. En síntesis, Greenspan se queda sin botones que apretar en el tablero de comando.
El 30 de junio, en efecto, el comité monetario de la RF había elevado los tipos básicos de 1% (el mínimo en 46 años) a 1,25% anual. Pero, ya entonces, el nivel neutro –que no incentiva ni desincentiva la actividad- debía haber sido 4%-, según la muy ortodoxa Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, París).
Por su parte, los mercados apostaban a que la RF llegase a fin año en 2%, o sea el valor actual de las tasas que controla el Banco Central Europeo (BCE). Muy por debajo del 4,75% aplicado desde el 30 de julio por el Banco de Inglaterra en la economía más próspera de la Unión Europea (en gran medida, porque no adhiere al euro como moneda única).
Semanas después, la reticencia del público a seguir gastando –o endeudándose- y los pobres datos sobre empleo plantean incómodas disyuntivas a la RF. Una, en particular: ¿puede la reactivación económica tolerar las presiones de una tasa más normal que la imperante? Por de pronto, el menor impulso en materia de recreación de empleo y compras minoristas hace sospechar a Wall Street que, tras este nuevo ajuste –de a,25 a 1,5%-, la RF quizá no mantenga el plan de retoques (25 puntos básicos) entre septiembre y diciembre.
Además, la Casa Blanca ha pedido en privado a Greenspan y su neurona, Benjamin Bernanke, suspender ulteriores aumentos hasta después de los comicios (2 de noviembre). Como era de esperar, el comunicado difundido tras la reunión del martes no aclara esta clase de dudas.
También el mundillo bursátil presiona. Un día antes de reunirse el comité federal de mercado abierto (eufemismo por comité de política monetaria), los principales paneles cedían a mínimos desde octubre. Claro, operadores, accionistas, inversores y especuladores temen que la lenta reactivación acabe estancándose. A ellos no los desvelan la economía real ni el desempleo, sino los réditos y dividendos.
Ahora bien, no sólo se tensa la relación entre tasas nominales y reales. También lo hace entre las primeras y el precio del petróleo: en un momento del martes, el barril de crudo liviano rozó US$ 45 (luego cerró en 44,50). Los hidrocarburos, pues, siguen siendo fuentes de inflación y el único remedio que concibe la RF –como cualquier otro banquero ortodoxo- es subir tasas referenciales. Todo confluye en el mismo círculo vicioso.
¿Cómo llegó Estados Unidos a este punto? En 1996, Greenspan casi se aboca a desinflar una burbuja bursátil, que calificaba de “exuberancia irracional” y, eventualmente, se hizo pedazos en 2000. Pero optó por no afrontar riesgos políticos (factor que vuelve hoy en forma de la obsesión relectoral de George W.Bush). Se plegó a la manía en boga, la “nueva economía” -mito que se esfumó con la crisis sistémica global de 1997/8- y esperó que la burbuja se pinchase sola.
Pero pagó un precio. La burbuja de 1996 se había convertido en un Leviatán al estallar cuatro años después y la sobrepreciación de activos sin sustento –especulación pura vía instrumentos derivativos- llegó a doblar el monto precio al crac de 1929. Luego del derrumbe, Greenspan tuvo que arremangarse y rebajar las tasas referenciales a tal punto que, hoy, carece de opciones no traumáticas, por su propia culpa.
No es que el resto del gobierno tenga mejores instrumentos a mano para zanjar tantos dilemas. La política fiscal no goza de buena salud, con un déficit federal estimado en US$ 478.000 millones (4,2% del producto bruto interno) para el ejercicio que cierra en septiembre, de acuerdo con la siempre optimista oficina legislativa de presupuesto. Tanto Bush como John F.Kerry se han comprometido a podar la mitad de ese monto en el cuadrienio 2005-8.
Un estímulo optativo sería inducir un pronunciado retroceso del dólar como estímulo vía exportaciones. Ante una canasta euro-yen-libra-franco suizo, la divisa norteamericana ha cedido 15% desde 2002. Podría perder mucho más terreno –imagina la OCDE- sin consecuencias serias. Pero (a) siempre habrá riesgos de una corrida cambia internacional y (b) EE.UU. no es una economía basada en exportaciones, al menos en el grado exhibido por Japón o Alemania. En síntesis, Greenspan se queda sin botones que apretar en el tablero de comando.