Este dólar débil obliga a los turistas a contar los centavos, mientras muchos norteamericanos optan por Buenos Aires, donde ese desayuno no sube de US$ 7,50 o Montevideo (US$ 10). En general, el fenómeno lleva a gastar menos en artículos importados de la Unión Europea, algo que debiera carcomer el enorme déficit de intercambio que sufre Estados Unidos. Así dicen los libros, al menos.
No obstante, hasta el momento la baja del dólar no ayuda gran cosa. Si bien la divisa referencial ha perdido bastante ante varios rivales –inclusive euro, libra, dólar canadiense, franco suizo-, el desequilibrio comercial con gran parte del mundo continúa subiendo. Hacia noviembre, alcanzaba US$ 702.000 millones y, según algunas proyecciones, terminaría el año por encima del récord anterior (US$ 717.000 millones en 2005).
Oficialmente, Washington no promueve un dólar vulnerable. Así vienen diciendo desde 2001 todos lo secretarios de hacienda bajo George W.Bush. Pero la mayoría de analistas sostiene que el gobierno está satisfecho con el retroceso de su moneda: cuenta con ello para que industrias y servicios norteamericanos compitan mejor en el mercado internacional (si bien lo de París indica que los efectos son “minoristas”).
Por varios motivos, lo que pretende Estados Unidos tardará bastante en suceder, aun si el dólar siguiese cediendo y el euro alcanzase valores mucho más altos que los actuales (alrededor de US$ 1,30). Para empezar, aún no baja lo suficiente contra monedas de países que comercian tanto con EE.UU. como China. El yüan es cuidadosamente manejado en Beijing y no sube más de 5% por año. Ergo, el déficit norteamericano con ese país acumulaba US$ 214.000 millones en enero-noviembre.
Muchos proveedores extranjeros, a la sazón, prefieren absorber los efectos de un dólar declinante en sus márgenes, en vez de pasarlos a los clientes vía precios más altos. Esto resta incentivos para que el norteamericano medio deje de comprar cosas importadas. Por el contrario, el consumidor debiera gastar muchísimo menos en esos rubros y sus contrapartes del exterior muchísimo más, para que el dólar surta efectos. Ni hablar de quienes importan insumos.
“Los colegas estadounidenses suelen imaginar que las paridades cambiarias pueden ajustarse sin dolor y es difícil de creer”, subraya Thomas Mayer, analista principal de Deutsche Bank, Londres. “Se precisarían vastas modificaciones cambiarias para cubrir la actual brecha”. Los adictos al mercado completamente libre –cada vez menos- sostienen que el déficit comercial en realidad no es problema.
Lo consideran un “efecto benigno” del propio crecimiento norteamericano y sus atractivos para inversiones directas externas. No tiene sentido preocuparse, afirman estos optimistas -inspirados en una extraña teoría lanzada (2004) por Alan Greenspan-, según la cual ese rojo y el de pagos externos reflejan “transacciones privadas que se dan por encima de las fronteras”. Esto equivale a decir que las naciones ya no existen, en particular EE.UU.
Pero sí existen. Con un déficit comercial superior a 5% del producto bruto nacional, analistas y economistas serios temen que al nuevo endeudamiento externo –necesario para financiar crecientes desequilibrios- vaya acumulándose hasta extremos insostenibles Es verdad, empero, que en cierto grado el dólar débil mejora exportaciones a mercados con monedas fuertes. Así, el déficit con la UE, ajustado por inflación, declinó casi 1% en los tres primeros trimestres de 2006, comparando con igual lapso de 2005, y quedó en US$ 84.000 millones.
No obstante, el dólar se ha movido demasiado poco para afectar viejos hábitos del público. “Alrededor de la mitad del déficit con la UE se debe a la diferencia entre ambos tipos de consumidor”, sostiene Clifford Waldman, de Manufacturers Alliance/MAPI, un grupo sectorial de investigaciones. “Los europeos tienden a la moderación, pero los norteamericanos nunca paran”.
Estos días, una pila de artículos resulta ridículamente cara a ojos del estadounidense cuando viaja. Entre ellos, un Big Mac solo en París (US$ 5) o una entrada de cine en Londres (US$ 16,50). Menos caro parece el litro de nafta en Fráncfort (US$ 1,55). Pero, como se ha señalado, se trata del nivel minorista.
Entretanto, nuevos factores atinentes a la globalización tienden a dificultar los ajustes o su eficacia. Verbigracia, desplazando más procesos fabriles fuera de la UE, a zonas donde rige el dólar como patrón (esencialmente, Asia oriental y meridional), las empresas se blindan contra el euro caro. Dado que esas áreas desempeñan un papel relevante en el contexto mundial, ni siquiera un alza mucho más pronunciada del yüan y otras monedas locales permitiría desplazar producción sin causar cimbronazos económicos o sociopolíticos.
Ahora bien, el banco central chino tiene más algo más de US$ 1,01 billón en reservas internacionales. Mayormente en dólares o papeles en esta moneda. Ese monto se amasó como parte de una estrategia para impedir que el yüan se repreciase contra la divisa y asegurar que las exportaciones compitieran en EE.UU. (más otras plazas). Hoy los bancos centrales están diversificando tenencias y el yüan se cotiza contra una canasta euro-dólar-yen. Pero nadie piensa en una venta masiva de bonos de Tesorería (sus mayores tenedores con China, Japón, Surcorea y Taiwán), porque ello perjudicaría por igual –aunque inversamente- a esas economías y a la norteamericana.
Este dólar débil obliga a los turistas a contar los centavos, mientras muchos norteamericanos optan por Buenos Aires, donde ese desayuno no sube de US$ 7,50 o Montevideo (US$ 10). En general, el fenómeno lleva a gastar menos en artículos importados de la Unión Europea, algo que debiera carcomer el enorme déficit de intercambio que sufre Estados Unidos. Así dicen los libros, al menos.
No obstante, hasta el momento la baja del dólar no ayuda gran cosa. Si bien la divisa referencial ha perdido bastante ante varios rivales –inclusive euro, libra, dólar canadiense, franco suizo-, el desequilibrio comercial con gran parte del mundo continúa subiendo. Hacia noviembre, alcanzaba US$ 702.000 millones y, según algunas proyecciones, terminaría el año por encima del récord anterior (US$ 717.000 millones en 2005).
Oficialmente, Washington no promueve un dólar vulnerable. Así vienen diciendo desde 2001 todos lo secretarios de hacienda bajo George W.Bush. Pero la mayoría de analistas sostiene que el gobierno está satisfecho con el retroceso de su moneda: cuenta con ello para que industrias y servicios norteamericanos compitan mejor en el mercado internacional (si bien lo de París indica que los efectos son “minoristas”).
Por varios motivos, lo que pretende Estados Unidos tardará bastante en suceder, aun si el dólar siguiese cediendo y el euro alcanzase valores mucho más altos que los actuales (alrededor de US$ 1,30). Para empezar, aún no baja lo suficiente contra monedas de países que comercian tanto con EE.UU. como China. El yüan es cuidadosamente manejado en Beijing y no sube más de 5% por año. Ergo, el déficit norteamericano con ese país acumulaba US$ 214.000 millones en enero-noviembre.
Muchos proveedores extranjeros, a la sazón, prefieren absorber los efectos de un dólar declinante en sus márgenes, en vez de pasarlos a los clientes vía precios más altos. Esto resta incentivos para que el norteamericano medio deje de comprar cosas importadas. Por el contrario, el consumidor debiera gastar muchísimo menos en esos rubros y sus contrapartes del exterior muchísimo más, para que el dólar surta efectos. Ni hablar de quienes importan insumos.
“Los colegas estadounidenses suelen imaginar que las paridades cambiarias pueden ajustarse sin dolor y es difícil de creer”, subraya Thomas Mayer, analista principal de Deutsche Bank, Londres. “Se precisarían vastas modificaciones cambiarias para cubrir la actual brecha”. Los adictos al mercado completamente libre –cada vez menos- sostienen que el déficit comercial en realidad no es problema.
Lo consideran un “efecto benigno” del propio crecimiento norteamericano y sus atractivos para inversiones directas externas. No tiene sentido preocuparse, afirman estos optimistas -inspirados en una extraña teoría lanzada (2004) por Alan Greenspan-, según la cual ese rojo y el de pagos externos reflejan “transacciones privadas que se dan por encima de las fronteras”. Esto equivale a decir que las naciones ya no existen, en particular EE.UU.
Pero sí existen. Con un déficit comercial superior a 5% del producto bruto nacional, analistas y economistas serios temen que al nuevo endeudamiento externo –necesario para financiar crecientes desequilibrios- vaya acumulándose hasta extremos insostenibles Es verdad, empero, que en cierto grado el dólar débil mejora exportaciones a mercados con monedas fuertes. Así, el déficit con la UE, ajustado por inflación, declinó casi 1% en los tres primeros trimestres de 2006, comparando con igual lapso de 2005, y quedó en US$ 84.000 millones.
No obstante, el dólar se ha movido demasiado poco para afectar viejos hábitos del público. “Alrededor de la mitad del déficit con la UE se debe a la diferencia entre ambos tipos de consumidor”, sostiene Clifford Waldman, de Manufacturers Alliance/MAPI, un grupo sectorial de investigaciones. “Los europeos tienden a la moderación, pero los norteamericanos nunca paran”.
Estos días, una pila de artículos resulta ridículamente cara a ojos del estadounidense cuando viaja. Entre ellos, un Big Mac solo en París (US$ 5) o una entrada de cine en Londres (US$ 16,50). Menos caro parece el litro de nafta en Fráncfort (US$ 1,55). Pero, como se ha señalado, se trata del nivel minorista.
Entretanto, nuevos factores atinentes a la globalización tienden a dificultar los ajustes o su eficacia. Verbigracia, desplazando más procesos fabriles fuera de la UE, a zonas donde rige el dólar como patrón (esencialmente, Asia oriental y meridional), las empresas se blindan contra el euro caro. Dado que esas áreas desempeñan un papel relevante en el contexto mundial, ni siquiera un alza mucho más pronunciada del yüan y otras monedas locales permitiría desplazar producción sin causar cimbronazos económicos o sociopolíticos.
Ahora bien, el banco central chino tiene más algo más de US$ 1,01 billón en reservas internacionales. Mayormente en dólares o papeles en esta moneda. Ese monto se amasó como parte de una estrategia para impedir que el yüan se repreciase contra la divisa y asegurar que las exportaciones compitieran en EE.UU. (más otras plazas). Hoy los bancos centrales están diversificando tenencias y el yüan se cotiza contra una canasta euro-dólar-yen. Pero nadie piensa en una venta masiva de bonos de Tesorería (sus mayores tenedores con China, Japón, Surcorea y Taiwán), porque ello perjudicaría por igual –aunque inversamente- a esas economías y a la norteamericana.