Transnacionalización: reacciones patrióticas en las potencias

Cuando países en desarrollo compran empresas de países centrales, hay ruido. Así ocurrió con la china Lenovo e IBM, Mittal Steel y su toma hostil de Arcelor o el escándalo (2006) con Dubái y seis puertos en EE.UU., de ribetes especiales.

8 junio, 2007

Pero, si el cruce es entre países grandes (las compañías eléctricas de la Unión Europea), de pronto aparece el nacionalismo rampante y hay ruidos de guerra. Ambas reacciones son en esencia antiglobales. Mientras los nexos comerciales se acentúan alrededor del planeta y se acelera –en apariencia- la globalización financiera, las fusiones y adquisiciones (F&A) transfronterizas ponen nuevamente en escena a los gobiernos.

Durante 2006, la UE vivió una aguda crisis porque algunos de sus componentes (Francia, España e Italia, nada menos) interferían abiertamente en materia de F&A que, al principo, se limitaban al sector privado dentro de la Eurozona. Es decir, los doce adherentes a la moneda común, que ahoira son trece. El francés Jacques Chirac forzaba la fusión de la privada Suez con la estatal Gaz de France para impedir que el italiano Enel absorbiese a la primera. Su sucesor, el “supremacista blanco” de origen magyar Nicolas Sarkozy, parece seguir en igual tesitura.

En España, se promovía una operación triple –Gas Natural, Iberdrola, Endesa-, para que la germana E.On no devorara a la última. Ya en 2007, el objetivo se logró. En esos casos o el de BNP-Paribas/Banca Nazionale del Lavoro, eran F&A que no involucraban siquiera grupos del resto de la UE ni, mucho menos, externos a ella.

Fuera de la UE, en verdad, había interferencias estatales, aunque no tan directas. En EE.UU., legisladores de ambos partidos invocaron riesgos de seguridad internos o externos para bloquear el transpaso de seis puertos entre su actual operador, el grupo inglés Peninsular & Oriental Steam Navigation (P&OSN) y DWP, empresa controlada por el emirato de Dubái. DWP tomó P&OSN, pero no los terminales.

Alrededor del planeta, en verdad, la globalización ha bajado o eliminado barreras al acceso de productos y servicios o la exportación de mano de obra. Pero justamente otras amenazas al empleo –vía F&A transfronterizas- ponen hoy las dirigencias políticas y sociales contra varias de esas transacciones, en nombre del “interés nacional”. Como ironizaba un diario polaco, “la vieja Europa se ha vuelto loca y piensa en términos de Tercer Mundo”.

“Sin la menor duda, los gobiernos centrales están volviendo al proteccionismo para no perder votos”, sostenía Michael Marks, ex director ejecutivo de Merrill Lynch para operaciones europeas. Tras recordar los costosos subsidios agrícolas de EE.UU. y la UE, otra forma de proteccionismo, Lorenzo Codogno (BankAmerica, Londres) cree que “los gobiernos tienden a desconfiar de capitales extranjeros, aunque provengan de la misma zona”. Mario Monti, ex comisario europeo de Competencia, coincide con ambos y va más lejos. “Corremos peligro –afirmaba- de retornar no a la fase anterior a Maastricht, sino a 1922, cuando surgió en Italia la ola fascista que culminaría en la Alemania de 1933. Vale decir, a un capitalismo de estado apoyado por millones de electores”.

Muchos expertos en F&A relacionan ciertas reacciones con el éxito de la globalización financiera, comercial y tecnológica. En 2005, fueron anunciadas F&A transfronterizas por más de un billón de dólares, contra US$ 627.000 millones en 2004 (esto es, 69% más), según datos de la consultoría Thomson Financial. “Ese tipo de cifras asusta a los gobiernos mucho más que alguna F&A ocasional”, cree Julian Franks (London Business School). “Varios países centrales ven un peligro en la ola de F&A y, por ende, reaccionan con una ola contra los aspectos más débiles de la globalización: política, trabajo y sociedad”. En cierto sentido, reflexiona Monti, “esto se parece a la reacción musulmana contra Occidente”.

Otro factor, típico esta vez de casi toda Europa (salvo Gran Bretaña, Benelux y países nórdicos) es la larga transición en varios sectores entre management público y privado. En el caso del ex bloque soviético, se trata de toda una reconversión, pues no existía un pretérito de iniciativa privada. Además, la gente estaba habituada a depender del estado en muchos aspectos de su vida, aparte de empleo y servicios sociales o reales.

En Europa occidental, la historia es diferente. “Es común olvidar que el péndulo viene desde hace mucho oscilando hacia el extremo derregulatorio. Quizás estemos viviendo una reacción ante tanta libertad de la inicaitiva privada, en estados que siguen siendo relativamente fuertes, como Francia, Italia o España. Así presume un trabajo del estudio White & Case (Bruselas), experto en F&A y legislación antimonopólica.

En EE.UU., el debate sobre los seis puertos fue de otra naturaleza. Pero agrió las relaciones con Dubái, casi el último aliado fiel en el golfo Pérsico. Esa misma condición hizo que algunos analistas geopolíticos le reprochasen al emirato “no haber previsto las reacciones sociales y políticas ante árabes controlando terminales estratégicas del país, en un contexto donde al-Qa’eda golpeaba ya a Saudiarabia”.

Pero también hubo un elemento “patriótico” que remontaba a la guerra fría en el rechazo de la compra de la california Unocal por parte de la china Cnooc, a mediados de 2005. En esa oportunidad, ni siquiera se tuvo en cuenta que las operaciones gasíferas de Unocal se centraban en la costa de Indochina, no en el golfo de Méjico. Además, era una compañía estatal tomando una privada, algo difícil de digerir en la América anglosajona.

Los debates tienden a complicarse. Políticos franceses, verbigracia, han sostenido que estaban copiándose de EE.UU. en el asunto Mittal-Arcelor. Thierry Breton, ex ministro de Hacienda, llegó a recomendarle al propio Mittal “fijarse en lo que ocurrió con Cnooc y Unocal”. Sin duda, la dirigencia norteamericana ha estado reaccionando con irritación a intentos de compra de activos en su país, por parte de empresas de China, Rusia, India o Brasil. Un analista de Goldman Sachs es caústico, aunque políticamente poco realista: ”Tendrán que acostumbrarse; sí o sí”.

Pero, si el cruce es entre países grandes (las compañías eléctricas de la Unión Europea), de pronto aparece el nacionalismo rampante y hay ruidos de guerra. Ambas reacciones son en esencia antiglobales. Mientras los nexos comerciales se acentúan alrededor del planeta y se acelera –en apariencia- la globalización financiera, las fusiones y adquisiciones (F&A) transfronterizas ponen nuevamente en escena a los gobiernos.

Durante 2006, la UE vivió una aguda crisis porque algunos de sus componentes (Francia, España e Italia, nada menos) interferían abiertamente en materia de F&A que, al principo, se limitaban al sector privado dentro de la Eurozona. Es decir, los doce adherentes a la moneda común, que ahoira son trece. El francés Jacques Chirac forzaba la fusión de la privada Suez con la estatal Gaz de France para impedir que el italiano Enel absorbiese a la primera. Su sucesor, el “supremacista blanco” de origen magyar Nicolas Sarkozy, parece seguir en igual tesitura.

En España, se promovía una operación triple –Gas Natural, Iberdrola, Endesa-, para que la germana E.On no devorara a la última. Ya en 2007, el objetivo se logró. En esos casos o el de BNP-Paribas/Banca Nazionale del Lavoro, eran F&A que no involucraban siquiera grupos del resto de la UE ni, mucho menos, externos a ella.

Fuera de la UE, en verdad, había interferencias estatales, aunque no tan directas. En EE.UU., legisladores de ambos partidos invocaron riesgos de seguridad internos o externos para bloquear el transpaso de seis puertos entre su actual operador, el grupo inglés Peninsular & Oriental Steam Navigation (P&OSN) y DWP, empresa controlada por el emirato de Dubái. DWP tomó P&OSN, pero no los terminales.

Alrededor del planeta, en verdad, la globalización ha bajado o eliminado barreras al acceso de productos y servicios o la exportación de mano de obra. Pero justamente otras amenazas al empleo –vía F&A transfronterizas- ponen hoy las dirigencias políticas y sociales contra varias de esas transacciones, en nombre del “interés nacional”. Como ironizaba un diario polaco, “la vieja Europa se ha vuelto loca y piensa en términos de Tercer Mundo”.

“Sin la menor duda, los gobiernos centrales están volviendo al proteccionismo para no perder votos”, sostenía Michael Marks, ex director ejecutivo de Merrill Lynch para operaciones europeas. Tras recordar los costosos subsidios agrícolas de EE.UU. y la UE, otra forma de proteccionismo, Lorenzo Codogno (BankAmerica, Londres) cree que “los gobiernos tienden a desconfiar de capitales extranjeros, aunque provengan de la misma zona”. Mario Monti, ex comisario europeo de Competencia, coincide con ambos y va más lejos. “Corremos peligro –afirmaba- de retornar no a la fase anterior a Maastricht, sino a 1922, cuando surgió en Italia la ola fascista que culminaría en la Alemania de 1933. Vale decir, a un capitalismo de estado apoyado por millones de electores”.

Muchos expertos en F&A relacionan ciertas reacciones con el éxito de la globalización financiera, comercial y tecnológica. En 2005, fueron anunciadas F&A transfronterizas por más de un billón de dólares, contra US$ 627.000 millones en 2004 (esto es, 69% más), según datos de la consultoría Thomson Financial. “Ese tipo de cifras asusta a los gobiernos mucho más que alguna F&A ocasional”, cree Julian Franks (London Business School). “Varios países centrales ven un peligro en la ola de F&A y, por ende, reaccionan con una ola contra los aspectos más débiles de la globalización: política, trabajo y sociedad”. En cierto sentido, reflexiona Monti, “esto se parece a la reacción musulmana contra Occidente”.

Otro factor, típico esta vez de casi toda Europa (salvo Gran Bretaña, Benelux y países nórdicos) es la larga transición en varios sectores entre management público y privado. En el caso del ex bloque soviético, se trata de toda una reconversión, pues no existía un pretérito de iniciativa privada. Además, la gente estaba habituada a depender del estado en muchos aspectos de su vida, aparte de empleo y servicios sociales o reales.

En Europa occidental, la historia es diferente. “Es común olvidar que el péndulo viene desde hace mucho oscilando hacia el extremo derregulatorio. Quizás estemos viviendo una reacción ante tanta libertad de la inicaitiva privada, en estados que siguen siendo relativamente fuertes, como Francia, Italia o España. Así presume un trabajo del estudio White & Case (Bruselas), experto en F&A y legislación antimonopólica.

En EE.UU., el debate sobre los seis puertos fue de otra naturaleza. Pero agrió las relaciones con Dubái, casi el último aliado fiel en el golfo Pérsico. Esa misma condición hizo que algunos analistas geopolíticos le reprochasen al emirato “no haber previsto las reacciones sociales y políticas ante árabes controlando terminales estratégicas del país, en un contexto donde al-Qa’eda golpeaba ya a Saudiarabia”.

Pero también hubo un elemento “patriótico” que remontaba a la guerra fría en el rechazo de la compra de la california Unocal por parte de la china Cnooc, a mediados de 2005. En esa oportunidad, ni siquiera se tuvo en cuenta que las operaciones gasíferas de Unocal se centraban en la costa de Indochina, no en el golfo de Méjico. Además, era una compañía estatal tomando una privada, algo difícil de digerir en la América anglosajona.

Los debates tienden a complicarse. Políticos franceses, verbigracia, han sostenido que estaban copiándose de EE.UU. en el asunto Mittal-Arcelor. Thierry Breton, ex ministro de Hacienda, llegó a recomendarle al propio Mittal “fijarse en lo que ocurrió con Cnooc y Unocal”. Sin duda, la dirigencia norteamericana ha estado reaccionando con irritación a intentos de compra de activos en su país, por parte de empresas de China, Rusia, India o Brasil. Un analista de Goldman Sachs es caústico, aunque políticamente poco realista: ”Tendrán que acostumbrarse; sí o sí”.

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