Kenneth Lay y su historia de fraude, mentiras y poder

Un viejo amigo de los Bush, Kenneth Lay, se entregó al FBI el jueves. Afronta un gran jurado federal, con cargos que podrían costarle 175 años de cárcel. En esencia, se lo acusa de fraude a accionistas, inversores y reguladores.

10 julio, 2004

En un expediente de 65 fojas, el ex presidente y director ejecutivo de Enron acumula once acusaciones penales. Entre ellas, manipulación de títulos, fraude bancario y datos falsos. Pero no se le atribuye “insider trading”, es decir uso indebido de información reservada en provecho propio o de terceros.

Lay fue llevado con esposas ante la juez federal Mary Milloy y se declaró inocente de todos los cargos. Íntimo de George W.Bush y generoso donante para sus campañas políticas (el actual presidente lo llama “Kenny boy”), Lay afronta un juicio duro. Si lo declarasen culpable de todas las acusaciones, la suma teórica de pena daría 175 años de cárcel. De paso, también US$ 5.750.000 en multas, monto importante para quien declara que “sólo dispone de un millón”.

Casi tres años de investigaciones llevaron a los once cargos formales contra Lay. Con eso, el departamento de Justicia llega al tope de la escala jerárquica, en la mira desde una bancarrota (2 de diciembre de 2001) que les costó miles de millones a accionistas y empleados del ex gigante energético. Hasta hora, están procesadas unas treinta personas, inclusive ex directores, ejecutivos y asesores.

Grupos de fiscales han revisado las finanzas y sus actos en los años finales de Enron, tratando de definir el papel cumplido en las hechos que llevaron al colapso. La “fuerza de tareas Enron” detectó una compleja trama de maniobras fraudulentas y, desde octubre, se centró en una serie de acciones y dichos de Lay durante 2001.

En general, los cargos hacen a declaraciones falsas ante accionistas, inversores, auditores y personal, que pintaba una imagen positiva de la empresa. Entretanto, el entonces CEO vendía sus acciones. Lay también afronta un proceso civil, incoado por la Comisión Federal de Valores (SEC, Securities & Exchange Commission).

La imagen de Lay esposado cierra una historia de éxitos, primero, y el posterior derrumbe. El ex directivo fue trepando vía pequeñas firmas especializadas en gasoductos hasta alcanzar la conducción de Houston Natural Gas, antecesora de Enron, en 1984. En el camino, forjó sólidos lazos con George W.H.Bush, su hijo Geroge W. y sus equipos de gobierno. En particular Richard Cheney (Halliburton), Donald Rumsfeld (Bechtel, hoy secretario de Defensa) y John Ashcroft (ultraderecha evangélica, titular de Justicia). La influencia de Lay en Washington llegó a ser legendaria bajo el actual presidente.

Ahora, están en el banquillo o han sudo condenados los tres directivos claves en el derrumbe. Además de Lay, está Jeffrey Skilling –que se alternaba con el otro en las funciones de presidente y director ejecutivo. Skilling transformó un simple gasoducto en una líder sectorial. El tercero, Andrew Fastow –ex director financiero- sigue siendo el de mayor jerarquía que haya confesado delitos específicos.

También figuran Richard Causey, ex director contable y el estudio auditor Arthur Andersen, que ya es historia. En otro plano, queda por aclarar el suicidio, en 2001, de un contador de AA en Houston. Por supuesto, el núcleo de las acciones judiciales reside en una compleja red de sociedades fantasmas –a menudo, “off shore”- que no se asentaban en libros.

Esas entidades, creadas por Fastow, le permitieron a Enron pasar por saludable, mientras se deterioraba velozmente. Fastow ha sido ya sentenciado a diez años y su ex esposa Lea, asistente de Causey hasta el fin, purga un año entre rejas.

La clave en torno de Lay siempre fue determinar si sabía hasta dónde había llegado un maquillaje que llegó a involucrar miles de sociedades ficticias. En este sentido, las confesiones de Fastow fueron decisivas. No obstante, los mayores cargos contra “Kenny boy” no se relacionan con ese truco contable, sino con su gestión tras retomar el cargo de CEO (agosto de 2001), tras la forzada renuncia de Skilling.

Hacia octubre de ese año, la empresa se preparaba para una revisión de sus prácticas contables. Esto le hubiera exigido disminuir significativamente los ingresos basado en la valuación de ciertos activos intangibles, los fondos de comercio, obtenidos vía adquisiciones. El 12 de ese mes, Lay se reunión con Causey y David Duncan, el máximo socio de AA a cargo de auditorear a Enron. Los tres analizaron la situación de Wessex Water, firma controlada por la división aguas del grupo, Azurix (que ha dejado malos recuerdos en Argentina).

Los fiscales sostienen que Lay le dijo a Duncan que proyectaba retener WW e invertir en ella. Pero Enmron no tenía la menor intención de poner dinero ahí. De haberlo revelado a AA, el cargo contra futuros ingresos no se habría asentado en libros. Este tipo de engaños o subterfugios fue común durante el segundo semestre de 2001.

Mientras tanto, Lay vendía a todo trapo sus acciones en el grupo, porque había tomado préstamos bancarios por US$ 100 millones y los había garantido con esos papeles. A medida que su cotización bursátil se desmoronaba, los bancos exigían más efectivo. Entonces, Lay comenzó a obtener crédito de la propia compañía y empleó sus acciones para amortizarlos.

Con una fortuna que había llegado a sumar US$ 400 millones, Lay afirma que el desastre de Enron se la ha reducido a veinte millones. Descontando gasto legales y pago de deudas, parece que al ex CEO le queda apenas un millón.

En un expediente de 65 fojas, el ex presidente y director ejecutivo de Enron acumula once acusaciones penales. Entre ellas, manipulación de títulos, fraude bancario y datos falsos. Pero no se le atribuye “insider trading”, es decir uso indebido de información reservada en provecho propio o de terceros.

Lay fue llevado con esposas ante la juez federal Mary Milloy y se declaró inocente de todos los cargos. Íntimo de George W.Bush y generoso donante para sus campañas políticas (el actual presidente lo llama “Kenny boy”), Lay afronta un juicio duro. Si lo declarasen culpable de todas las acusaciones, la suma teórica de pena daría 175 años de cárcel. De paso, también US$ 5.750.000 en multas, monto importante para quien declara que “sólo dispone de un millón”.

Casi tres años de investigaciones llevaron a los once cargos formales contra Lay. Con eso, el departamento de Justicia llega al tope de la escala jerárquica, en la mira desde una bancarrota (2 de diciembre de 2001) que les costó miles de millones a accionistas y empleados del ex gigante energético. Hasta hora, están procesadas unas treinta personas, inclusive ex directores, ejecutivos y asesores.

Grupos de fiscales han revisado las finanzas y sus actos en los años finales de Enron, tratando de definir el papel cumplido en las hechos que llevaron al colapso. La “fuerza de tareas Enron” detectó una compleja trama de maniobras fraudulentas y, desde octubre, se centró en una serie de acciones y dichos de Lay durante 2001.

En general, los cargos hacen a declaraciones falsas ante accionistas, inversores, auditores y personal, que pintaba una imagen positiva de la empresa. Entretanto, el entonces CEO vendía sus acciones. Lay también afronta un proceso civil, incoado por la Comisión Federal de Valores (SEC, Securities & Exchange Commission).

La imagen de Lay esposado cierra una historia de éxitos, primero, y el posterior derrumbe. El ex directivo fue trepando vía pequeñas firmas especializadas en gasoductos hasta alcanzar la conducción de Houston Natural Gas, antecesora de Enron, en 1984. En el camino, forjó sólidos lazos con George W.H.Bush, su hijo Geroge W. y sus equipos de gobierno. En particular Richard Cheney (Halliburton), Donald Rumsfeld (Bechtel, hoy secretario de Defensa) y John Ashcroft (ultraderecha evangélica, titular de Justicia). La influencia de Lay en Washington llegó a ser legendaria bajo el actual presidente.

Ahora, están en el banquillo o han sudo condenados los tres directivos claves en el derrumbe. Además de Lay, está Jeffrey Skilling –que se alternaba con el otro en las funciones de presidente y director ejecutivo. Skilling transformó un simple gasoducto en una líder sectorial. El tercero, Andrew Fastow –ex director financiero- sigue siendo el de mayor jerarquía que haya confesado delitos específicos.

También figuran Richard Causey, ex director contable y el estudio auditor Arthur Andersen, que ya es historia. En otro plano, queda por aclarar el suicidio, en 2001, de un contador de AA en Houston. Por supuesto, el núcleo de las acciones judiciales reside en una compleja red de sociedades fantasmas –a menudo, “off shore”- que no se asentaban en libros.

Esas entidades, creadas por Fastow, le permitieron a Enron pasar por saludable, mientras se deterioraba velozmente. Fastow ha sido ya sentenciado a diez años y su ex esposa Lea, asistente de Causey hasta el fin, purga un año entre rejas.

La clave en torno de Lay siempre fue determinar si sabía hasta dónde había llegado un maquillaje que llegó a involucrar miles de sociedades ficticias. En este sentido, las confesiones de Fastow fueron decisivas. No obstante, los mayores cargos contra “Kenny boy” no se relacionan con ese truco contable, sino con su gestión tras retomar el cargo de CEO (agosto de 2001), tras la forzada renuncia de Skilling.

Hacia octubre de ese año, la empresa se preparaba para una revisión de sus prácticas contables. Esto le hubiera exigido disminuir significativamente los ingresos basado en la valuación de ciertos activos intangibles, los fondos de comercio, obtenidos vía adquisiciones. El 12 de ese mes, Lay se reunión con Causey y David Duncan, el máximo socio de AA a cargo de auditorear a Enron. Los tres analizaron la situación de Wessex Water, firma controlada por la división aguas del grupo, Azurix (que ha dejado malos recuerdos en Argentina).

Los fiscales sostienen que Lay le dijo a Duncan que proyectaba retener WW e invertir en ella. Pero Enmron no tenía la menor intención de poner dinero ahí. De haberlo revelado a AA, el cargo contra futuros ingresos no se habría asentado en libros. Este tipo de engaños o subterfugios fue común durante el segundo semestre de 2001.

Mientras tanto, Lay vendía a todo trapo sus acciones en el grupo, porque había tomado préstamos bancarios por US$ 100 millones y los había garantido con esos papeles. A medida que su cotización bursátil se desmoronaba, los bancos exigían más efectivo. Entonces, Lay comenzó a obtener crédito de la propia compañía y empleó sus acciones para amortizarlos.

Con una fortuna que había llegado a sumar US$ 400 millones, Lay afirma que el desastre de Enron se la ha reducido a veinte millones. Descontando gasto legales y pago de deudas, parece que al ex CEO le queda apenas un millón.

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