Exxon Mobil afronta una dura pelea para seguir en Rusia

Otrora dividida entre Japón y los tsares, la isla de Sajalin o Karafuto (extremo oriente ruso) reúne proyectos internacionales –yacimientos, ductos- y genera conflictos. El mayor afecta a Exxon Mobil.

11 mayo, 2007

En abril, la petrolera privada más grande de las que cotizan en bolsa logró perforar un agujero de 11,5 metros de diámetro (récord mundial) entre un pozo submarino y una torre en tierra. Pero los verdaderos problemas de esta compañía y otras son políticos, pues se cifran en la virtual ”resovietización” de la economía primaria rusa.

Continuamente, Exxon y Moscú chocan por detalles del proyecto Sajalin, claves para asegurar rentabilidad. Existe una diferencia fundamental entre la estrategia de la empresa y la del gobierno: aquélla quiere ganar plata, éste tiene objetivos geopolíticos de mayor alcance. Los roces subrayan un fenómeno de fondo: la mutación global que viven dos sectores: energía y combustibles (no son la misma cosa).

También hay un factor geográfico. La mayoría de reservas de hidrocarburos comprobadas está bajo explotación y las empresas –privadas o mixtas- acuden a países menos estables o fiable, porque ahí subsisten yacimientos atractivos. Ello determina que, verbigracia, Saudiarabia o Irán pesen cada vez menos.

Al principio, los gobiernos desde Rusia o Asia central hasta Sudamérica o África no se metían en los negocios. Ahora, la sostenida demanda de combustibles fósiles en economías mayores, tanto industriales (Estados Unidos, Unión Europea) como en desarrollo (China, India, Vietnam), ha modificado aquella actitud.

Libia, Argelia, Nigeria y Angola han elevado impuestos y regalías. México y Brasil siguen siendo predominantemente estatales. Venezuela acaba de nacionalizar la faja del Orinoco, una cuenca de crudos pesados. En cuanto a Sajalin, Exxon Mobil tiene motivos para pelear: en algo más de diez años, lleva invertidos unos US$ 2.000 millones.

Pero Rusia tiene una inquietante estrategia de largo plazo, apoyada en proyecciones de precios internacionales. En 2000, el barril de crudos tejanos costaba una media de US$ 25 en Nueva York. En el pico de 2006 (julio), el nivel tocó US$78,40. Ahora está de US$ 61 a 64. Pero EE.UU., China, Japón e India no hacen casi nada para frenar su adicción a hidrocarburos contaminantes. En la UE, sólo Francia es una mosca blanca: depende de fuentes nucleares.

Por ende, Moscú y Caracas creen que, tarde o temprano, el crudo reiniciará el alza y podría rozar los US$ 100 por barril en el mediano plazo. Aunque no lo digan en voz alta, similares expectativas tienen los operadores a término y las empresas que afrontan costosas exploraciones en altamar. Por ejemplo, en el Atlántico sudoccidental.

En abril, la petrolera privada más grande de las que cotizan en bolsa logró perforar un agujero de 11,5 metros de diámetro (récord mundial) entre un pozo submarino y una torre en tierra. Pero los verdaderos problemas de esta compañía y otras son políticos, pues se cifran en la virtual ”resovietización” de la economía primaria rusa.

Continuamente, Exxon y Moscú chocan por detalles del proyecto Sajalin, claves para asegurar rentabilidad. Existe una diferencia fundamental entre la estrategia de la empresa y la del gobierno: aquélla quiere ganar plata, éste tiene objetivos geopolíticos de mayor alcance. Los roces subrayan un fenómeno de fondo: la mutación global que viven dos sectores: energía y combustibles (no son la misma cosa).

También hay un factor geográfico. La mayoría de reservas de hidrocarburos comprobadas está bajo explotación y las empresas –privadas o mixtas- acuden a países menos estables o fiable, porque ahí subsisten yacimientos atractivos. Ello determina que, verbigracia, Saudiarabia o Irán pesen cada vez menos.

Al principio, los gobiernos desde Rusia o Asia central hasta Sudamérica o África no se metían en los negocios. Ahora, la sostenida demanda de combustibles fósiles en economías mayores, tanto industriales (Estados Unidos, Unión Europea) como en desarrollo (China, India, Vietnam), ha modificado aquella actitud.

Libia, Argelia, Nigeria y Angola han elevado impuestos y regalías. México y Brasil siguen siendo predominantemente estatales. Venezuela acaba de nacionalizar la faja del Orinoco, una cuenca de crudos pesados. En cuanto a Sajalin, Exxon Mobil tiene motivos para pelear: en algo más de diez años, lleva invertidos unos US$ 2.000 millones.

Pero Rusia tiene una inquietante estrategia de largo plazo, apoyada en proyecciones de precios internacionales. En 2000, el barril de crudos tejanos costaba una media de US$ 25 en Nueva York. En el pico de 2006 (julio), el nivel tocó US$78,40. Ahora está de US$ 61 a 64. Pero EE.UU., China, Japón e India no hacen casi nada para frenar su adicción a hidrocarburos contaminantes. En la UE, sólo Francia es una mosca blanca: depende de fuentes nucleares.

Por ende, Moscú y Caracas creen que, tarde o temprano, el crudo reiniciará el alza y podría rozar los US$ 100 por barril en el mediano plazo. Aunque no lo digan en voz alta, similares expectativas tienen los operadores a término y las empresas que afrontan costosas exploraciones en altamar. Por ejemplo, en el Atlántico sudoccidental.

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