En Surcorea, sonó la hora de poner en caja los chaebol

El presidente de Hyundai Motor ha sido acusado de malversar fondos para comprar influencia política. Es el último golpe a los “chaebol”, mientras la opinión pública se vuelve contra esos vastos conglomerados industriales de base clánica.

19 mayo, 2006

Pero un preciosismo jurídico, frecuente también en Argentina y otros países, puede permitirle a Chung Mong-ku regresar a su despacho. El día 16, el máximo directivo de la séptima automotriz mundial (sexta si Nissan y Renault cuentan como una), fue hallado culpable de desfalcar el equivalente de US$ 110 millones y desviar casi el doble en fondos de la empresa. Todo para armara una “caja negra” para ganar peso en la “élite” política surcoreana.

Detenido a fines de abril –sólo este medio dio la noticia en la zona-, ahora está en condiciones de pedir libertad bajo fianza, mientras sigue el juicio. Así, al cabo de algunas semanas, el “paterfamilias” volverá a conducir el segundo chaebol de Surcorea. Ese nombre, de paso, define cualquier gran “trust” industrial o financiero manejado por un sola clan. Corresponde a la figura japonesa del “zaibatsu”, instrumento de las reformas Meiji (1868 en adelante), substituido en los tiempos modernos por el “keiretsu” (que no tiene componentes familiares).

Hasta ahora, Chung es la mayor figura en el banquillo. Obviamente, el magnate se defenderá con uñas y dientes, pero las cosas se ponen espesas. Los fiscales quiere saber qué burócratas y políticos cobraron sobornos a cambio de favores, y no sólo los obtenidos por Chung. En su caso, se esperan nuevos cargos contra Chung Eui-sun, su hijo y delfín, amén de acciones contra otros ejecutivos de Hyundai-Kia.

Ésta no es la primera ofensiva de las autoridades contra los “chaebol”. Lee Kun-hee, patriarca de Samsung, debió abandonar el país en 2005 con el pretexto de recibir atención médica en Estados Unidos. En realidad, se expatrió mientras expiraba una causa por coimas y donaciones ilegales a políticos, en la campaña de 1997. Prescripta el término, regresó sano y salvo en febrero.

Entretanto, continúan las investigaciones alrededor de Samsung. Mejor dicho, de una cuestionable transferencia del fondo familiar a los hijos de Lee. También hay sospechas sobre un contrato similar, entre Chung y su heredero.

Las presiones sobre los “chaebol” provienen de dos direcciones. A medida como esos conglomerados se expanden afuera, en Seúl temen que no constituyan modelos en materia de ética y probidad. Pero el factor más relevante es que los surcoreanos están cuestionando un sistema que beneficia, esencialmente, a vastos imperios, funcionarios y políticos poco escrupulosos.

Por supuesto, en términos históricos, los “chaebol” han desempeñado un papel decisivo. Creados por una alianza entre gobierno, viejas familias y el transplante de plantas japonesas “llave en mano”, industrializaron el país a cambio de créditos blandos y libertad de acción. Pero también desarrollaron un tipo de “capitalismo entre compinches”, dominado por las exportaciones y resistido por una clase media hoy muy educada.

El sistema, que databa de los años 60, comenzó a licuarse en la crisis financiera regional de 1997/8: enormes deudas se habían acumulado debido a los estrechos nexos entre “chaebol”, bancos y gobierno. Algunos grupos se deshicieron; otros, como Samsung o Hyundai-Kia, emergieron en condiciones de afrontar una expansión global.

Pero un preciosismo jurídico, frecuente también en Argentina y otros países, puede permitirle a Chung Mong-ku regresar a su despacho. El día 16, el máximo directivo de la séptima automotriz mundial (sexta si Nissan y Renault cuentan como una), fue hallado culpable de desfalcar el equivalente de US$ 110 millones y desviar casi el doble en fondos de la empresa. Todo para armara una “caja negra” para ganar peso en la “élite” política surcoreana.

Detenido a fines de abril –sólo este medio dio la noticia en la zona-, ahora está en condiciones de pedir libertad bajo fianza, mientras sigue el juicio. Así, al cabo de algunas semanas, el “paterfamilias” volverá a conducir el segundo chaebol de Surcorea. Ese nombre, de paso, define cualquier gran “trust” industrial o financiero manejado por un sola clan. Corresponde a la figura japonesa del “zaibatsu”, instrumento de las reformas Meiji (1868 en adelante), substituido en los tiempos modernos por el “keiretsu” (que no tiene componentes familiares).

Hasta ahora, Chung es la mayor figura en el banquillo. Obviamente, el magnate se defenderá con uñas y dientes, pero las cosas se ponen espesas. Los fiscales quiere saber qué burócratas y políticos cobraron sobornos a cambio de favores, y no sólo los obtenidos por Chung. En su caso, se esperan nuevos cargos contra Chung Eui-sun, su hijo y delfín, amén de acciones contra otros ejecutivos de Hyundai-Kia.

Ésta no es la primera ofensiva de las autoridades contra los “chaebol”. Lee Kun-hee, patriarca de Samsung, debió abandonar el país en 2005 con el pretexto de recibir atención médica en Estados Unidos. En realidad, se expatrió mientras expiraba una causa por coimas y donaciones ilegales a políticos, en la campaña de 1997. Prescripta el término, regresó sano y salvo en febrero.

Entretanto, continúan las investigaciones alrededor de Samsung. Mejor dicho, de una cuestionable transferencia del fondo familiar a los hijos de Lee. También hay sospechas sobre un contrato similar, entre Chung y su heredero.

Las presiones sobre los “chaebol” provienen de dos direcciones. A medida como esos conglomerados se expanden afuera, en Seúl temen que no constituyan modelos en materia de ética y probidad. Pero el factor más relevante es que los surcoreanos están cuestionando un sistema que beneficia, esencialmente, a vastos imperios, funcionarios y políticos poco escrupulosos.

Por supuesto, en términos históricos, los “chaebol” han desempeñado un papel decisivo. Creados por una alianza entre gobierno, viejas familias y el transplante de plantas japonesas “llave en mano”, industrializaron el país a cambio de créditos blandos y libertad de acción. Pero también desarrollaron un tipo de “capitalismo entre compinches”, dominado por las exportaciones y resistido por una clase media hoy muy educada.

El sistema, que databa de los años 60, comenzó a licuarse en la crisis financiera regional de 1997/8: enormes deudas se habían acumulado debido a los estrechos nexos entre “chaebol”, bancos y gobierno. Algunos grupos se deshicieron; otros, como Samsung o Hyundai-Kia, emergieron en condiciones de afrontar una expansión global.

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