Biotecnología: no todo lo que reluce es oro

Como en otros sectores de vanguardia, en biotecnología es preferible invertir en procesos o productos, más que en compañías seleccionadas por “gurúes” expuestos a equivocarse. Por lo mismo, una fusión o el fracaso de otra no prenuncian tendencias.

1 marzo, 2002

Año a año ocurre lo mismo. Surge un acuerdo y los analistas lo interpretan como señal de los nuevos tiempos, como ocurrió en diciembre, cuando Amgen compró Immunex por US$ 16.000 millones. Después, el pacto Bristol Myers Squibb-ImClone Systems se viene abajo y los mismos analistas advierten que no existen hechos casuales en el sector y que cada acción comporta una reacción.

No obstante, las teoría sobre fusiones, adquisiciones y consolidaciones tienen cierta lógica. La fiebre de ofertas públicas iniciales (IPO, por initial public offers) de acciones u otros vehículos de financiamiento, en el último lustro del siglo XX, resultó en un atosigamiento de compañías biotecnológicas que actúan como “plataformas” poco diferenciadas.

Todas exhiben atractivos instrumentos de investigación y potencia de descubrimientos, pero casi nada más. Salvo sus castigadas cotizaciones bursátiles. Por otra parte, las grandes farmoquímicas y aún algunas firmas biotecnológicas muestran patentes a punto de expirar, perspectivas poco claras y un montón de efectivo.

Sin duda, el impresionante monto del trato Amgen/Immunex –sin precedentes en la materia, anunciado el 22 de diciembre de 2000- inspiró muchos más análisis genéricos que los habituales. Todo estaba listo para una reacción en cadena (afirmaban los hombres sabios) entre empresas más pequeñas, inspiradas por ese acuerdo o temerosas del poder de penetración que tendría la nueva compañía en los mercados.

Apenas 16 días más tarde, el 7 de enero de 2001, ImClone Systems (IMS) revelaba las severas objeciones de la Administración Federal de Alimentos y Drogas (F&DA) a la droga oncológica Erbitux. Esto les cayó como una bomba a los accionistas de IMS y a su socia en el proyecto, Bristol-Myers Squibb (BMS), que –en apenas un año- había invertido US$ 1.000 millones para comprar 20% del paquete IMS y otros tantos para participar en Erbitux, lo más parecido al oro en polvo que había a mano, confiando en la pronta aprobación del compuesto.

Los inversores se lanzaron a vender todo lo que podían, las cúpulas empresarias se echaban culpan mutuamente y los abogados se lanzaron como perdigueros en pos de millonarios litigios. Entretanto, el asunto se ventilaba por los medios con un celo poco racional, porque ¿no sería absurdo que GlaxoSmithKline, Novartis, Pfizer, Genentech o Genzyme desistiesen de sus tratos con firmas biotecnológicas sólo por el fracaso entre BMS e IMS?.

Dicho de otro modo ¿qué había cambiado, en el fondo? Sólo la prognosis de IMS. Las cuatro P que impulsan este tipo de acuerdos -patentes, procesos, productos y promoción- son las mismas de siempre.

Por supuesto, Amgen/Immunex y BMS/IMS son, respectivamente, un éxito y un fiasco incomparables, pero ninguno de ambos presagia nada ni entraña tendencias, aunque sí enseñanzas. En biotecnología, sólo existen precursores empíricos: una firma especializada en secuencias genómicas cuya acción llega a los US$ 300, un movimiento de bases contra investigaciones con células radicales o larvas de mariposas reales muertas durante un experimento con maíz transgénico.

La noción de que el éxito o el fracaso de un trato biotecnológico preanuncia algo carece de asidero histórico. “El grado de consolidación en los últimos 20 años es más o menos el mismo, año a año”, señala Steven Burrill, CEO de Burrill & Co. “Siempre habrá un puñado de grandes tratos y otro de fiascos. Así es este negocio”.
En rigor, las empresas biotecnológicas no son bancos o aseguradoras ni tienen que seguir a determinado líder de mercado. Si se carece de una línea completa de productos, puede recurrir a una licenciadora, presuponiendo que los accionistas sean pacientes (algo que probablemente no hizo Immunex).

Negociar licencias es fácil: basta ubicar una firma con productos promisorios, pero sin fondos ni experiencia para afrontar los rigurosos exámenes de la F&DA. En el caso de una droga exitosa, todo funciona bien para ambas partes. Quien otorgó la licencia percibirá regalías sobre un producto por el cual no ha pagado nada para poner en plaza. A cambio del riesgo y los gastos derivados de pruebas clínicas, el licenciatario gana un producto sin haber pagado por su invención o adquisición.

El método también tiende a ser menos riesgoso que comprarse una empresa entera, porque la mayoría de esta adquisiciones son una forma de obtener un sólo producto estelar.

Así, Amgen obla US$ 16.000 millones no por Immunex, sino por Enbrel, su revolucionaria y difundida droga contra la artritis. Claro, esta especialidad significará hasta US$ 1.000 millones en ingresos sólo este año, pero podría afrontar una dura competencia en tres a cinco años más y ésta será más fuerte aún cuando lleguen al mercado remedios de la próxima generación. Por el contrario, invertir US$ 16.000 millones en una cartera de licencias amplia y diversificada podría repartir riesgos entre una multiplicidad de productos.

Es útil notar que la mayoría de las biotecnológicas deben su éxito al uso inteligente de licencias, no a espectaculares adquisiciones. Por lo mismo, al momento de poner dinero en el sector, los inversores tienden a sacar mayor provecho apostando a sólidas perspectivas (procesos y productos, por ejemplo). No a las empresas que eligen analistas proclives al azar.

Año a año ocurre lo mismo. Surge un acuerdo y los analistas lo interpretan como señal de los nuevos tiempos, como ocurrió en diciembre, cuando Amgen compró Immunex por US$ 16.000 millones. Después, el pacto Bristol Myers Squibb-ImClone Systems se viene abajo y los mismos analistas advierten que no existen hechos casuales en el sector y que cada acción comporta una reacción.

No obstante, las teoría sobre fusiones, adquisiciones y consolidaciones tienen cierta lógica. La fiebre de ofertas públicas iniciales (IPO, por initial public offers) de acciones u otros vehículos de financiamiento, en el último lustro del siglo XX, resultó en un atosigamiento de compañías biotecnológicas que actúan como “plataformas” poco diferenciadas.

Todas exhiben atractivos instrumentos de investigación y potencia de descubrimientos, pero casi nada más. Salvo sus castigadas cotizaciones bursátiles. Por otra parte, las grandes farmoquímicas y aún algunas firmas biotecnológicas muestran patentes a punto de expirar, perspectivas poco claras y un montón de efectivo.

Sin duda, el impresionante monto del trato Amgen/Immunex –sin precedentes en la materia, anunciado el 22 de diciembre de 2000- inspiró muchos más análisis genéricos que los habituales. Todo estaba listo para una reacción en cadena (afirmaban los hombres sabios) entre empresas más pequeñas, inspiradas por ese acuerdo o temerosas del poder de penetración que tendría la nueva compañía en los mercados.

Apenas 16 días más tarde, el 7 de enero de 2001, ImClone Systems (IMS) revelaba las severas objeciones de la Administración Federal de Alimentos y Drogas (F&DA) a la droga oncológica Erbitux. Esto les cayó como una bomba a los accionistas de IMS y a su socia en el proyecto, Bristol-Myers Squibb (BMS), que –en apenas un año- había invertido US$ 1.000 millones para comprar 20% del paquete IMS y otros tantos para participar en Erbitux, lo más parecido al oro en polvo que había a mano, confiando en la pronta aprobación del compuesto.

Los inversores se lanzaron a vender todo lo que podían, las cúpulas empresarias se echaban culpan mutuamente y los abogados se lanzaron como perdigueros en pos de millonarios litigios. Entretanto, el asunto se ventilaba por los medios con un celo poco racional, porque ¿no sería absurdo que GlaxoSmithKline, Novartis, Pfizer, Genentech o Genzyme desistiesen de sus tratos con firmas biotecnológicas sólo por el fracaso entre BMS e IMS?.

Dicho de otro modo ¿qué había cambiado, en el fondo? Sólo la prognosis de IMS. Las cuatro P que impulsan este tipo de acuerdos -patentes, procesos, productos y promoción- son las mismas de siempre.

Por supuesto, Amgen/Immunex y BMS/IMS son, respectivamente, un éxito y un fiasco incomparables, pero ninguno de ambos presagia nada ni entraña tendencias, aunque sí enseñanzas. En biotecnología, sólo existen precursores empíricos: una firma especializada en secuencias genómicas cuya acción llega a los US$ 300, un movimiento de bases contra investigaciones con células radicales o larvas de mariposas reales muertas durante un experimento con maíz transgénico.

La noción de que el éxito o el fracaso de un trato biotecnológico preanuncia algo carece de asidero histórico. “El grado de consolidación en los últimos 20 años es más o menos el mismo, año a año”, señala Steven Burrill, CEO de Burrill & Co. “Siempre habrá un puñado de grandes tratos y otro de fiascos. Así es este negocio”.
En rigor, las empresas biotecnológicas no son bancos o aseguradoras ni tienen que seguir a determinado líder de mercado. Si se carece de una línea completa de productos, puede recurrir a una licenciadora, presuponiendo que los accionistas sean pacientes (algo que probablemente no hizo Immunex).

Negociar licencias es fácil: basta ubicar una firma con productos promisorios, pero sin fondos ni experiencia para afrontar los rigurosos exámenes de la F&DA. En el caso de una droga exitosa, todo funciona bien para ambas partes. Quien otorgó la licencia percibirá regalías sobre un producto por el cual no ha pagado nada para poner en plaza. A cambio del riesgo y los gastos derivados de pruebas clínicas, el licenciatario gana un producto sin haber pagado por su invención o adquisición.

El método también tiende a ser menos riesgoso que comprarse una empresa entera, porque la mayoría de esta adquisiciones son una forma de obtener un sólo producto estelar.

Así, Amgen obla US$ 16.000 millones no por Immunex, sino por Enbrel, su revolucionaria y difundida droga contra la artritis. Claro, esta especialidad significará hasta US$ 1.000 millones en ingresos sólo este año, pero podría afrontar una dura competencia en tres a cinco años más y ésta será más fuerte aún cuando lleguen al mercado remedios de la próxima generación. Por el contrario, invertir US$ 16.000 millones en una cartera de licencias amplia y diversificada podría repartir riesgos entre una multiplicidad de productos.

Es útil notar que la mayoría de las biotecnológicas deben su éxito al uso inteligente de licencias, no a espectaculares adquisiciones. Por lo mismo, al momento de poner dinero en el sector, los inversores tienden a sacar mayor provecho apostando a sólidas perspectivas (procesos y productos, por ejemplo). No a las empresas que eligen analistas proclives al azar.

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