Los precios mayoristas avanzaron 1,8% en enero-marzo (máximo en cinco años), según el departamento federal de trabajo, mientras los minoristas crecían 1% y acumulaban 4,8% en doce meses. Una extravagancia de la Reserva Federal, los precios subyacentes (excluyen alimentos, energía y combustible, tres claves del gasto familiar), subieron 1,01% y 3% respectivamente.
Entretanto, el banco central redujo de 1,3/2 a 0,5/0,8% anual las proyecciones para el producto bruto interno en 2008. Arguyendo la crisis hipotecaria, la escasez de crédito, el desempleo y la reticencia del público a gastar, la RF despliega un trasfondo de estancamiento en la segunda economía del mundo. Esto pone en desairada posición a Wall Street y su idea de que “lo peor ha pasado”.
Era casi fatal que reapareciese el término “estanflación”, inventado por los ingleses en 1965 e importado a EE.UU. en 1970. Entre ese año y 1981, la inflación alcanzó 15% anual en algunos trimestres, hubo tres episodios de recesión o estancamiento y el desempleo llegó hasta 9%. Para afrontar la tormenta, Richard Nixon y Gerald Ford impusieron controles de precios y salarios, que James Carter extendió al crédito. Pero Paul Volcker, desde la RF, elevó las tasas a tal punto que, en 1981/2, desencadenó una severa recesión.
De paso, la astringencia de Volcker desató una dura crisis de deuda externa en Latinoamérica. Eso hizo que, a fines de 1982, Henry Kissinger sostuviera en “Newsweek”, por entonces un semanario más influyente que “Times, “las crisis como ésta son demasiado graves para dejárselas a los banqueros”.
Una generación después, el marco es otro, aunque más problemático como aquél. El desempleo norteamericano es alto pero apenas roza 5%, mientras el alza de materia primas sí es una crisis. A picos de casi US$ 120 el barril de crudos tejanos, su nivel a dólares constantes superó al récord de 1981 (US$ 107). El oro pasó de US$ 960 la onza, pero la presión petrolera lo ha bajado a menos de 900. Sea como fuere, sigue lejos de los 1.800 que debiera costar en moneda constante para igualar los US$ 850 de hace 28 años. Pero hay un contraste geopolítico que los monetaristas ortodoxos insisten en ignorar: Estados Unidos ya no es el centro del mundo y la globalización se licúa velozmente.
Los precios mayoristas avanzaron 1,8% en enero-marzo (máximo en cinco años), según el departamento federal de trabajo, mientras los minoristas crecían 1% y acumulaban 4,8% en doce meses. Una extravagancia de la Reserva Federal, los precios subyacentes (excluyen alimentos, energía y combustible, tres claves del gasto familiar), subieron 1,01% y 3% respectivamente.
Entretanto, el banco central redujo de 1,3/2 a 0,5/0,8% anual las proyecciones para el producto bruto interno en 2008. Arguyendo la crisis hipotecaria, la escasez de crédito, el desempleo y la reticencia del público a gastar, la RF despliega un trasfondo de estancamiento en la segunda economía del mundo. Esto pone en desairada posición a Wall Street y su idea de que “lo peor ha pasado”.
Era casi fatal que reapareciese el término “estanflación”, inventado por los ingleses en 1965 e importado a EE.UU. en 1970. Entre ese año y 1981, la inflación alcanzó 15% anual en algunos trimestres, hubo tres episodios de recesión o estancamiento y el desempleo llegó hasta 9%. Para afrontar la tormenta, Richard Nixon y Gerald Ford impusieron controles de precios y salarios, que James Carter extendió al crédito. Pero Paul Volcker, desde la RF, elevó las tasas a tal punto que, en 1981/2, desencadenó una severa recesión.
De paso, la astringencia de Volcker desató una dura crisis de deuda externa en Latinoamérica. Eso hizo que, a fines de 1982, Henry Kissinger sostuviera en “Newsweek”, por entonces un semanario más influyente que “Times, “las crisis como ésta son demasiado graves para dejárselas a los banqueros”.
Una generación después, el marco es otro, aunque más problemático como aquél. El desempleo norteamericano es alto pero apenas roza 5%, mientras el alza de materia primas sí es una crisis. A picos de casi US$ 120 el barril de crudos tejanos, su nivel a dólares constantes superó al récord de 1981 (US$ 107). El oro pasó de US$ 960 la onza, pero la presión petrolera lo ha bajado a menos de 900. Sea como fuere, sigue lejos de los 1.800 que debiera costar en moneda constante para igualar los US$ 850 de hace 28 años. Pero hay un contraste geopolítico que los monetaristas ortodoxos insisten en ignorar: Estados Unidos ya no es el centro del mundo y la globalización se licúa velozmente.