Unión Europea: dos escándalos y un pacto en crisis

La auditoría de la UE rechazó las cuentas 2002 y reveló que apenas 10% del gasto (€ 100.000 millones) muestra destino claro. Entretanto, hay fraude en la oficina estadística y surge una crisis en torno del pacto fiscal.

19 noviembre, 2003

En un dictamen demoledor, los auditores –que tienen carácter de tribunal-, rechazan la mayor parte de asientos y informes complementarios correspondientes al ejercicio 2002. De paso, critican el atraso en elevar esas cuentas.

La noticia le cayó pésimo a Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea (el poder ejecutivo de la UE), abocado a dos crisis. Una, el fraude por cientos de millones en Eurostat; el “Indec” comunitario, nada menos. Otra es el virtual colapso del pacto de estabilidad fiscal (1996), derivado del tratado de Maastricht (1994), que cubre la Eurozona; o sea, los doce adherentes a la moneda común.

Interpelado por el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Prodi –que no pasa por su mejor momento político- admitió haber ignorado los primeros síntomas de irregularidades en Eurostat. “Sin la menor duda, la CE precisa mejores instrumentos y recursos para detectar velozmente esta clase de abusos”, afirmó.

El italiano, que busca destronar a Silvio Berlusconi como “premier” de su país, también presentó un proyecto de código, orientado al personal estable del departamento estadístico. Su objeto es “establecer nexos más sólidos con la oficina de investigaciones internas de la CE”.

A juicio de Prodi, “el lapso 2000-3 debe tomarse como transicional, en cuanto a desarrollar una cultura de la responsabilidad y la transparencia. Eso lleva tiempo”. En otras palabras, replicaron varios legisladores, “la burocracia es poco profesional, corrupta e indigna de confianza. No sólo en Eurostat, sino en la propia oficina de presupuesto”.

De inmediato, un grupo de diputados exigió las renuncias del español Pedro Solbes –Eurostat funciona en su órbita- y de Neil Kinnock. Éste se halla a cargo de supervisar las reformas que, reconoció Prodi, no se han hecho. Entretanto, varios altos funcionarios de la UE se dedicaban a gestionar el silencio de los medios. Eso explica la escasa difusión de ambos escándalos.

En el problema presupuestario, la clave es política y remite a uno de los mayores problemas globales: las trabas y barreras al intercambio. En efecto, gran parte de los € 90.000 millones “mal contabilizados” se origina en subsidios agrícolas, sobre los cuales no hay datos seguros ni reales. Así lo afirma el propio tribunal auditor.

No obstante, el tema más caliente es la resistencia –o imposibilidad- de Francia, Alemania e Italia a mantener sus déficit fiscales bajo el techo impuesto en el pacto de estabilidad (3% de cada PBI). De hecho, Hans Eichel –ministro germano de Hacienda- fue muy duro. “Digámosle no al diktat de Solbes. Hemos hecho todos los esfuerzos posibles y, si Solbes o el Banco Central Europeo se aferran a metas irreales, la incipiente reactivación se irá al diablo”.

En tanto la situación de Solbes empeora, el “padre del euro” y Nobel económico 1999, Robert Mundell, recomienda “replantear Maastricht”. A su juicio, la moneda común “sigue quebrando récords (el martes rozaba US$ 1,20) porque los bancos centrales de Asia-Pacífico se pasan al euro como divisa de reserva. No por fortaleza de la Eurozona, sino por menor confianza en el dólar”.

Apartándose de su propia doctrina, Mundell recomienda “tolerar un leve riesgo inflacionario, para no comprometer el repunte en la economía real”. A su vez, Allen Sinai –viejo crítico de las paridades fijas- coincide con su colega y con John Nash, Nobel 1994. Éste califica ese régimen cambiario como “teóricamente atractivo, pero irrealizable”.

Todo eso se dijo durante un debate en la sede de Telecom Italia. Al final, otro Nobel económico, James Heckman (2001, compartido con Joseph Stiglitz), sentenció: “Hay que jubilar a Maastricht. Ese tratado, el pacto fiscal y los cambios fijos pertenecen a un mundo que ya no existe. Inclusive el propio euro puede ser un error tan fatal como las reformas laborales y sociales exigidas por los mercados, para quienes la productividad solo mejora aumentando desempleo”.

En un dictamen demoledor, los auditores –que tienen carácter de tribunal-, rechazan la mayor parte de asientos y informes complementarios correspondientes al ejercicio 2002. De paso, critican el atraso en elevar esas cuentas.

La noticia le cayó pésimo a Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea (el poder ejecutivo de la UE), abocado a dos crisis. Una, el fraude por cientos de millones en Eurostat; el “Indec” comunitario, nada menos. Otra es el virtual colapso del pacto de estabilidad fiscal (1996), derivado del tratado de Maastricht (1994), que cubre la Eurozona; o sea, los doce adherentes a la moneda común.

Interpelado por el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Prodi –que no pasa por su mejor momento político- admitió haber ignorado los primeros síntomas de irregularidades en Eurostat. “Sin la menor duda, la CE precisa mejores instrumentos y recursos para detectar velozmente esta clase de abusos”, afirmó.

El italiano, que busca destronar a Silvio Berlusconi como “premier” de su país, también presentó un proyecto de código, orientado al personal estable del departamento estadístico. Su objeto es “establecer nexos más sólidos con la oficina de investigaciones internas de la CE”.

A juicio de Prodi, “el lapso 2000-3 debe tomarse como transicional, en cuanto a desarrollar una cultura de la responsabilidad y la transparencia. Eso lleva tiempo”. En otras palabras, replicaron varios legisladores, “la burocracia es poco profesional, corrupta e indigna de confianza. No sólo en Eurostat, sino en la propia oficina de presupuesto”.

De inmediato, un grupo de diputados exigió las renuncias del español Pedro Solbes –Eurostat funciona en su órbita- y de Neil Kinnock. Éste se halla a cargo de supervisar las reformas que, reconoció Prodi, no se han hecho. Entretanto, varios altos funcionarios de la UE se dedicaban a gestionar el silencio de los medios. Eso explica la escasa difusión de ambos escándalos.

En el problema presupuestario, la clave es política y remite a uno de los mayores problemas globales: las trabas y barreras al intercambio. En efecto, gran parte de los € 90.000 millones “mal contabilizados” se origina en subsidios agrícolas, sobre los cuales no hay datos seguros ni reales. Así lo afirma el propio tribunal auditor.

No obstante, el tema más caliente es la resistencia –o imposibilidad- de Francia, Alemania e Italia a mantener sus déficit fiscales bajo el techo impuesto en el pacto de estabilidad (3% de cada PBI). De hecho, Hans Eichel –ministro germano de Hacienda- fue muy duro. “Digámosle no al diktat de Solbes. Hemos hecho todos los esfuerzos posibles y, si Solbes o el Banco Central Europeo se aferran a metas irreales, la incipiente reactivación se irá al diablo”.

En tanto la situación de Solbes empeora, el “padre del euro” y Nobel económico 1999, Robert Mundell, recomienda “replantear Maastricht”. A su juicio, la moneda común “sigue quebrando récords (el martes rozaba US$ 1,20) porque los bancos centrales de Asia-Pacífico se pasan al euro como divisa de reserva. No por fortaleza de la Eurozona, sino por menor confianza en el dólar”.

Apartándose de su propia doctrina, Mundell recomienda “tolerar un leve riesgo inflacionario, para no comprometer el repunte en la economía real”. A su vez, Allen Sinai –viejo crítico de las paridades fijas- coincide con su colega y con John Nash, Nobel 1994. Éste califica ese régimen cambiario como “teóricamente atractivo, pero irrealizable”.

Todo eso se dijo durante un debate en la sede de Telecom Italia. Al final, otro Nobel económico, James Heckman (2001, compartido con Joseph Stiglitz), sentenció: “Hay que jubilar a Maastricht. Ese tratado, el pacto fiscal y los cambios fijos pertenecen a un mundo que ya no existe. Inclusive el propio euro puede ser un error tan fatal como las reformas laborales y sociales exigidas por los mercados, para quienes la productividad solo mejora aumentando desempleo”.

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