Como es de suponer, esta decisión tendrá un importante efecto negativo sobre las principales variables económicas. Veamos.
Lo primero que sobresale es el golpe a la oferta: por la disposición de la cuarentena, los servicios “no esenciales” no podrán operar en los días que dure la medida de excepción. Pero los problemas no terminan acá. Por caso, la economía “esencial” también se deteriorará durante este período.
Por un lado, por los encadenamientos que posee con la economía “no esencial”: a modo de ejemplo, la demanda de combustibles cae por el menor transporte general, aun cuando las estaciones de servicio puedan abrir sus puertas. En la misma clave, los servicios “esenciales” operan con grandes restricciones aun cuando puedan abrir sus puertas, de modo que el golpe inicial a la oferta es generalizado e importante.
Sin embargo, el shock no terminará con la cuarentena. En primer lugar, varias familias cuyos ingresos provienen de la actividad cuentapropista y/o la economía informal que verán restringidas sus posibilidades de consumo, producto de la caída de ingresos que les produce la cuarentena. En igual sentido, muchas personas tendrán miedo a perder el empleo o a enfermarse, lo que las llevará a tener un ahorro precautorio, reduciendo aún más la demanda general en el corto plazo.
Por lo tanto, ese famoso círculo virtuoso que es la economía funcionando, en esta oportunidad, al menos del lado privado, se transformará en un círculo vicioso de menos demanda, menos empleo, más temor y otra vez menos demanda, profundizando el ciclo negativo.
Tras la gran depresión, al desplome de la demanda del sector privado se lo combatió con políticas contracíclicas. Más allá del instrumento (política fiscal, monetaria o de ingresos) el sector público interviene expansivamente para cortar el círculo vicioso en que había caído el sector privado.
Efectivamente, esto es lo que está sucediendo a lo largo del mundo. Por ejemplo, pese a no haber entrado en cuarentena total todavía, el gobierno de Estados Unidos anunció un paquete fiscal de US$ 2 billones (billón es millión de millones en español, o 10% del PBI de ese país), a la par que la Reserva Federal llevó a 0% su tasa de interés y relanzó el quantitative easing, en la búsqueda por estimular el financiamiento a bajo costo y evitar un mayor deterioro de los activos financieros.
En sentido similar, el gobierno alemán dispuso una expansión fiscal de 5% del PBI más un paquete de créditos blandos que podría alcanzar 25% de su PBI, según explica el FMI.
Sin embargo, en nuestro país la situación es distinta. Con déficit fiscal -primario y financiero- y un sector público tratando de reestructurar su deuda para evitar el default, la principal fuente de financiamiento de una política expansiva es la emisión. Además, la economía argentina sufre hace más de una década inflación de dos dígitos, y en los últimos dos años la suba de precios alcanzó 50% anual, consecuencia de la fuerte inestabilidad cambiaria que produjo la desconfianza en el peso. Por lo tanto, la pandemia nos encuentra con las “defensas bajas” en este frente.
La frágil situación social y la recesión que atravesamos desde 2018, sumado a una cadena de pagos en constante tensión y una elevada porción de la economía en el sector informal que quedará casi sin ingresos frente al cese de actividades “no esenciales”, llevaron al gobierno a adoptar ciertas políticas expansivas, aun consciente de las fragilidades destacadas.
En este sentido, Alberto Fernández anunció un plan que costará “solo” 2% del PBI, de los cuales 1 p.p. se financiará con emisión y el punto restante, que serán préstamos a tasas bajas para adquirir capital de trabajo, se solventará con liberación de encajes de los bancos comerciales.
En consecuencia, la respuesta oficial solo buscará atenuar la caída de la actividad, mas no revertirla, quedando muy lejos de los planes de los países desarrollados. Como resultado, la pérdida económica por COVID-19 será mayor en nuestro país que en otras latitudes -suponiendo igual cantidad de infectados-.
Pasado este punto, corresponde notar que no solo el espacio económico para financiar políticas expansivas con emisión también es acotado, sino también el legal. Por la carta orgánica del Banco Central, los adelantos transitorios de la autoridad monetaria al Tesoro Nacional no pueden superar determinados límites.
Si bien las utilidades acumuladas en 2019 -ampliadas tras el cambio de valuación de las Letras Intransferibles del Tesoro Nacional en diciembre pasado, cuando dejaron de contabilizarse a valor de mercado, cercano a cero, para pasar a hacerlo a valor técnico, casi US$ 4.600 millones- alcanzarían para financiar este programa expansivo (todavía no está publicado el dato oficial del Banco Central), no quedaría espacio para un esquema más ambicioso.
Vale remarcar que el COVID-19 y su impacto negativo en el terreno financiero internacional complicaron una reestructuración de deuda que ya atravesaba dificultades antes del shock de la pandemia. Este sismo global aumenta la aversión al riesgo de los capitales financieros, generando que los mismos “vuelen” hacia la calidad –fly to quality en inglés-, abandonando las opciones más rentables, pero más riesgosas, en favor de las más austeras, pero más confiables de repago.
Esto reduce las probabilidades de una reestructuración exitosa de la deuda para nuestro país: será más difícil convencer a los acreedores que vuelvan a apostar a la Argentina, o para hacerlo habrá que pagar una tasa mayor.
Por lo tanto, todavía no sabemos hasta dónde, pero sí que la recesión se profundizará significativamente luego de la llegada del COVID-19 y la cuarentena. La magnitud de este deterioro dependerá, esencialmente, de dos hechos: cuánto dure el aislamiento social y qué pase con la negociación de la deuda, si se logra canjear de manera acordada o si se paga en cash porque no hay acuerdo o, directamente, se defaultea.
Por último, pero no por ello menos importante, habrá que ver hasta dónde resiste la golpeada cadena de pagos local: la morosidad del sector privado entró a la cuarentena en niveles récord de la última década y, según cuánto se relajen las condiciones monetarias/crediticias, podrá sortear exitosamente esta dificultad tan importante como inesperada. Ahora bien, relajarlas en exceso podría aliviar la situación de corto plazo, pero sumar presiones inflacionarias. El hilo es demasiado corto, esperemos que no se rompa.