jueves, 2 de enero de 2025

Un rumbo ineludible y al que hay que resignarse

spot_img

El presupuesto de Sergio Massa atravesó exitosamente fines de octubre la prueba de la Cámara de Diputados. Una prueba de poder. Cuando era presidente del cuerpo legislativo, Massa sufrió un revés al no obtener la aprobación para el presupuesto 2022 que había diseñado Martín Guzmán.

Por Jorge Raventos

 

Esta vez, desde el cargo que Guzmán abandonó al comienzo de julio y que él asumió un mes más tarde, no solo evitó un rechazo del presupuesto del año próximo, que habría desmantelado sus presentaciones ante el FMI y ante influyentes sectores de Washington, -ámbitos que aprecian su capacidad de construcción política-, sino que atravesó la Cámara Baja con 180 votos positivos, que incluyeron muchos respaldos de la oposición (Juntos por el Cambio votó dividido: el radicalismo apoyó, la Coalición Cívica de Elisa Carrió rechazó y el Pro se abstuvo: en total, los distintos matices de la reticencia quedaron limitados a 71 diputados). El paso por el Senado será confirmatorio.

 

Cambio de rumbo

Massa sumó a su listado de logros el acuerdo alcanzado para refinanciar la deuda con el Club de París y el anuncio, originado en una alta fuente del gobierno de Joe Biden, de que Estados Unidos está a punto de firmar un nuevo acuerdo de intercambio de información financiera con Argentina que permitirá seguir la huella precisa en aquel país de bienes de argentinos que eludieron obligaciones impositivas.

Se calcula esos bienes en unos 100.000 millones de dólares. La información con la que podrá contar Argentina permitirá capturar divisas fugadas. Massa ha ido consolidando un poder que se evidencia en sus logros pero, por sobre ellos, en que ha iniciado un rumbo de revinculación con el mundo y de búsqueda de estabilización y crecimiento.

Ciertos críticos del ministro devalúan estos éxitos y, además de indignarse con los opositores que le facilitaron la aprobación del presupuesto, remarcan que el paso de ese proyecto por la Cámara de Diputados estuvo lejos de mostrar una marcha arrolladora. Puntualizan que Massa tuvo que hacer concesiones y dejó caer, por ejemplo, el artículo 95 del proyecto que prorrogaba hasta el 31 de diciembre del año próximo la facultad del Poder Ejecutivo de fijar retenciones a la producción agropecuaria con un tope en la alícuota del 33 por ciento del valor imponible.

En rigor, Massa no es un fanático de las retenciones (de hecho, a través del llamado “dólar soja” contribuyó a neutralizarlas, así haya sido con plazo fijo y para un solo producto), de modo que la presión sobre el artículo 95 fue un golpear a puertas entornadas:

Los críticos señalan además que “perdió” ante la resistencia opositora en el punto que establecía que todos los jueces y funcionarios de la Justicia deben tributar el impuesto a las ganancias. Pero ese intento -disparador de un encendido debate que movilizó la capacidad de lobbying de la corporación judicial- no parece haber sido una cuestión de interés particular para el Ministerio de Economía, sino más bien otra batalla en la que decidió empeñarse el kirchnerismo. Más específicamente, su jefa.

En busca de otros puntos flojos del ministro, sus críticos anotan que habría perdido el respaldo de la señora de Kirchner y de su hijo. En el primer caso, citan como ejemplo el tuit de la vicepresidenta en el que impugna como “inaceptable el aumento de 13,8% que otorgó el Gobierno a las empresas de medicina prepaga”.

En cuanto a su hijo Máximo, destacan que no se sumó para conseguir quórum en la sesión donde se aprobaría el presupuesto, un detalle verídico pero, si se quiere, poco significativo, ya que su presencia no era determinante. Por lo demás, los diputados de La Cámpora, su agrupación, estuvieron sentados en sus bancas y todos -incluido el joven Kirchner- votaron afirmativamente.

Por otra parte, si bien se mira, la presumible reticencia del camporismo y de la propia señora de Kirchner al derrotero que ha encarado Massa agregaría mérito al logro del ministro.

O, si se quiere, probaría que él está encarando un rumbo que, por distintos motivos y con diferentes grados de simpatía, la mayoría de los actores políticos (desde opositores externos hasta rivales internos) considera ineludible y al que deben resignarse.

Que en una atmósfera política intoxicada por la llamada grieta Massa esté, en los hechos, operando con éxito la convergencia de intereses contradictorios luce como un milagro. Paralelamente van gestándose en el subsuelo social las condiciones de nuevos consensos. Es la búsqueda de un objetivo más allá del desgastado modelo de paternalismo estatal y sustitución de importaciones, un carromato desvencijado en tiempo de jets, drones y satélites.

A dos meses de asumir un ministerio que era “un hierro caliente”, es posible apreciar que Massa ha introducido un clima de mayor sensatez y búsqueda de diálogos entre los actores económicos. Y ha conseguido construir poder en un paisaje de dispersión.

Pero con cada día que pasa, sin desmerecer las soluciones oportunas que el Ministerio de Economía ha ido suscitando, crecen las exigencias de continuidad de los cambios y de pasos más ambiciosos. Es una impaciencia de los hechos, más que una intolerancia de los actores. El cambio necesita encontrar su apoyatura politica genuina.

 

Pasos obstruídos

No se habían terminado de contar los votos que aprobaron en la Cámara de Diputados el proyecto de Ley de Presupuesto cuando en ese mismo ámbito se reactivaba la presión destinada a eliminar las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO).

El proyecto respectivo no fue presentado por el kirchnerismo, sino por un diputado rionegrino del bloque Provincias Unidas.

Sin embargo, para que no quedaran dudas sobre la fuente inspiradora, el ministro de Interior, el camporista Wado De Pedro, alentó clamorosamente la idea, asumiendo la vocería de gobernadores e intendentes.

“La mayoría de los gobernadores e intendentes del Frente de Todos no quieren que haya PASO” el año próximo, proclamó De Pedro. Fue una pintoresca demostración del pluralismo que reina en la Casa Rosada: el jefe formal de De Pedro, Alberto Fernández, insiste en que las PASO deben mantenerse. “Por eso -explica el ministro- se generan tensiones: porque la mayoría de los gobernadores e intendentes quieren convencerlo de la idea que tienen ellos”.

Las tensiones provienen, en verdad, de que el kirchnerismo y la Presidencia tienen objetivos contrapuestos. Fernández -que, pese a su debilidad, retiene la lapicera del Ejecutivo-, sosteniendo las PASO, pretende al menos ostentar hasta dentro de algunos meses la condición de precandidato presidencial para sostener con respiración artificial su decaído mandato; el kirchnerismo quiere apurar una concentración del poder interno en manos de la vice.

La eliminación de las primarias refleja, implícitamente, el escepticismo con el que buena parte del oficialismo evalúa sus posibilidades en la contienda nacional y una tendencia defensiva a refugiarse en situaciones locales. La mayoría de los dirigentes territoriales del peronismo (así como el sindicalismo y los movimientos sociales) son hoy muy escépticos sobre las chances oficialistas de imponerse en la elección presidencial de 2023. Y ese escepticismo alcanza niveles desbordantes cuando se baraja el supuesto de que la máxima candidatura esté a nombre de la señora de Kirchner o del actual Presidente. En verdad, hoy el peronismo no visualiza con claridad un candidato competitivo.

 

Nuevos caminos

La resistencia a la eliminación de las PASO no es exclusiva en el oficialismo del Presidente y su círculo: también defienden su vigencia sectores como los movimientos sociales y la CGT. Sería un error, sin embargo, considerarlos seguidores de Alberto Fernández en virtud de esa coincidencia. A esta altura de los acontecimientos sólo tienen en común la resistencia a los intentos de hegemonía K.

Aunque celebraron el 17 de octubre por separado, gremios y movimientos sociales convergen en la pelea interna para enfrentar al camporismo. Las reuniones entre las planas mayores de ambas ramas se han vuelto habituales. Hecho revelador: el presidente Alberto Fernández no participó en ninguno de los actos del 17 de octubre: ni se invitó ni fue invitado.

Aunque se muevan junto a Fernández para contener las políticas impulsadas por el cristinismo, estos actores tienden ahora a hacerlo con creciente autonomía.

El movimiento obrero puso en marcha un brazo político propio -el Movimiento Nacional Político Sindical- destinado a hacer oír su voz a la hora de discutir posiciones listas y opciones electorales. El Movimiento Evita, por su parte, tiene en funcionamiento un partido político propio –“Patria de los comunes” es su nombre- con estructuras en muchos municipios del Gran Buenos Aires y en media docena de provincias.

Otro movimiento social, la Corriente Clasista Combativa, también tiene una organización política propia con personería: el Partido del Trabajo y el Pueblo. Son piezas de una deconstrucción (la del Frente de Todos) que se aceitan para formar parte de nuevos dispositivos.

Observado desde cierta distancia, el paisaje político muestra varios fenómenos paralelos: centrifugación del sistema político, tanto en el oficialismo como en la oposición; simultáneamente, un proceso de reconstrucción incipiente de poder, encarnado por Sergio Massa en el seno del gobierno. Y, menos visible, pero notorio, un impulso de reconstrucción por el centro y por encima de la grieta en el que convergen diferentes actores.

Compartir:

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Noticias

CONTENIDO RELACIONADO