Un juego que el dictador de Libia puede perder
En realidad, sostienen varios analistas, debió preverse el riesgo Muammar Ghaddafi mucho antes. Exactamente, cuando estalló Túnez y el libio apoyó públicamente a Zin ben Alí, mientras este huía. Ahora, Trípoli lucha por recobrar Benghazí.
21 febrero, 2011
<p>En lo tocante a Cirenaica, deben recordarse los sangrientos disturbios de 2006 en Benghazi, provocados por un ministro italiano, Roberto Calderoli, que salió por la TV local exhibiendo una remera con la caricatura danesa de Mahoma que venía causando escándalo entre los creyentes. La reacción local, empero, resultó más dañina para Ghaddafi que para Silvio Berlusconi. En efecto, Cirenaica es la cuna de la secta religiosa Senusí, que combatió a Italia desde 1912 hasta 1943 y tiene nexos con la Hermandad Musulmana egipcia.<br />
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Ahora, el noroeste de Libia (Trípoli) se moviliza hacia el noreste (Benghazi) para recobrar plazas tomadas o amenazadas por rebeldes vagamente fundamentalistas. En esta región, el gobierno destacó 1.500 tropas selectas y no trepida en disparar contra cortejos fúnebres, en tanto los hospitales reciben cadáveres con huellas de balas. Mientras, el domingo en Tobruk los disidentes copaba el aeropuerto, impedían operar el puerto petrolero y han demolido un monumento al libro verde. La onda expansiva alcanza Derna (la gente controla la ciudad, tropas y policías locales se niegan a reprimir). En Qobba y Shahat (Cirene) la policía escapa o se une a los rebeldes. ¿Y las potencias occidentales? Bien, gracias. <br />
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<p>En un típico gesto vacuo, el dictador le ofreció ayuda al vecino cuando todo había terminado. Por supuesto, sabía que su país no era menos vulnerable que Túnez, Egipto o Argelia. No en vano es el autócrata más duradero del mundo árabe: 42 años desde que depuso al rey Idris en 1969. El libio conocía al dedillo el ideario del rais egipcio Gamal Abdel Nasser, esbozado en 1952 y copiado años más tarde por Ghaddafi en el “libro verde”.<br />
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En rigor, pretende pasar a la historia como adalid panárabe y panafricano, o campeón de una “democracia musulmana” con ribetes laicos tomados, claro, de Egipto, y un barniz socialista estilo argelino. Pero hoy la realidad es complemente distinta: fracasó en 1974 la fusión libiotunecina, la morolibia no pasó de 1984 y la iniciativa más ambiciosa se vino abajo en 1988 con la “unión del Magreb” (occidente en árabe).<br />
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Ésta aspiraba a juntar Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania, bajo la égida -naturalmente- de Ghaddafi. Pero, ya en 1997, sus pretensiones imperiales naufragaban en una guerra con Egipto, nada menos, que el libio perdió. Personalidad y estilo de Ghaddafi no servían a sus propios objetivos geopolíticos.<br />
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Eso sí, nada o casi nada parecía hacerlo desistir de exportar su “revolución verde”, gracias a su riqueza petroleras y la tolerancia de países como Italia, España o Francia. Por ejemplo, la lista de beneficiarios llegó a incluir el IRA, el frente Polisario (ex Sahara español), el movimiento independentista de las Canarias, disidentes en Omán, Filipinas, Tailandia, Colombia, El Salvador, Eritrea, etc.<br />
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Pero el régimen se ganó también enemigos internos, en particular la población islámica del noreste. Esto es Cirenaica, con la segunda ciudad libia al frente (Benghazi o Berenice) más el Beida, Tobruk, Derna, etc. Ghaddafi vino siendo objeto de atentados hasta que, en 2004, Estados Unidos y Gran Bretaña revocaron las sanciones impuestas, en especial el embargo –que el negocio petrolero nunca cumplió- a raíz del caso Lockerbie (1988). ¿Por qué? Por una habitual equivocación occidental, suponer que el coronel sería baluarte contra la penetración de al-Qaeda en la región.<br />
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