Un duro ajuste

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Los alcances del ajuste produjeron controversias tanto en la oposición como en el seno de la Alianza.

El anuncio de los recortes al gasto público colocó un rictus de tensión en los rostros de los hombres más adeptos a de la Rúa. Tensión que no logró disminuir la afirmación presidencial con respecto a que las medidas serían transitorias y abrirían el paso a la reactivación de la economía y a un esfuerzo para resolver los problemas sociales.

Todos los escalafones de la administración pública, desde el Presidente para abajo, los empleados del Congreso, las fuerzas armadas y de seguridad y la Policía Federal, además de los trabajadores bancarios de la red estatal, estaban comprendidos en un recorte de sueldos a partir de $ 1.000 mensuales.

Las voces críticas trascendían al periodismo desde los círculos más allegados a la Presidencia. El costo social de las medidas preocupaba a exponentes del poder, como el vicepresidente Carlos Alvarez y el ministro del Interior, Federico Storani. Incluso hombres de probada militancia radical como Raúl Alfonsín, Leopoldo Moreau y Rodolfo Terragno no se habían privado de expresar su renuencia a aceptar en pleno las recetas del FMI.

Advertían que habría consecuencias negativas en los sectores más desguarnecidos de la sociedad, en la universidad , en la Iglesia Católica, cuyo Pontífice reclama el perdón o la disminución de la deuda para los países del Tercer Mundo, en los gobernadores del justicialismo, y en el sindicalismo.

Carlos Ruckauf se había adelantado a realizar una movida audaz. Ese sábado se opuso al recorte de salarios y reiteró que él no tomaría una medida similar con los empleados de la provincia de Buenos Aires. Dio un paso más allá: propuso la apertura de un gran debate para considerar las siguientes medidas
1) Bajar las tasas de interés.

2) Reducir los impuestos nacionales y provinciales.

3) Establecer las bases para renegociar la deuda externa.

4) Reactivar la economía a partir de esas bases mínimas.

El anuncio de los recortes al gasto público colocó un rictus de tensión en los rostros de los hombres más adeptos a de la Rúa. Tensión que no logró disminuir la afirmación presidencial con respecto a que las medidas serían transitorias y abrirían el paso a la reactivación de la economía y a un esfuerzo para resolver los problemas sociales.

Todos los escalafones de la administración pública, desde el Presidente para abajo, los empleados del Congreso, las fuerzas armadas y de seguridad y la Policía Federal, además de los trabajadores bancarios de la red estatal, estaban comprendidos en un recorte de sueldos a partir de $ 1.000 mensuales.

Las voces críticas trascendían al periodismo desde los círculos más allegados a la Presidencia. El costo social de las medidas preocupaba a exponentes del poder, como el vicepresidente Carlos Alvarez y el ministro del Interior, Federico Storani. Incluso hombres de probada militancia radical como Raúl Alfonsín, Leopoldo Moreau y Rodolfo Terragno no se habían privado de expresar su renuencia a aceptar en pleno las recetas del FMI.

Advertían que habría consecuencias negativas en los sectores más desguarnecidos de la sociedad, en la universidad , en la Iglesia Católica, cuyo Pontífice reclama el perdón o la disminución de la deuda para los países del Tercer Mundo, en los gobernadores del justicialismo, y en el sindicalismo.

Carlos Ruckauf se había adelantado a realizar una movida audaz. Ese sábado se opuso al recorte de salarios y reiteró que él no tomaría una medida similar con los empleados de la provincia de Buenos Aires. Dio un paso más allá: propuso la apertura de un gran debate para considerar las siguientes medidas
1) Bajar las tasas de interés.

2) Reducir los impuestos nacionales y provinciales.

3) Establecer las bases para renegociar la deuda externa.

4) Reactivar la economía a partir de esas bases mínimas.

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