UE: se simplicará el proyecto constitucional, pero ¿cómo?

Angela Merkel, presidente de turno en la Unión Europea, logró cerrar la cumbre sin un quiebre como el de la ronda Dohá. Antes, debió neutralizar dos “nacionalismos” (Francia, Polonia) y el oportunismo de Antony Blair.

23 junio, 2007

“Ahora, es preciso crisis y fijar una hoja de ruta”, repitió en Bruselas la canciller conservadora germana, al cerrara dos días de sesiones confusas, sin resultados tangibles. Este encuentro parecía decisivo desde que, en 2005, Francia y Holanda rechazaron en plebiscitos la adopción del tratado. Luego, Gran Bretaña, Dinamarca y otras tres suspendieron sus propias consultas. No lo fue.

Para empezar, Blair, primer ministro saliente, salió con un doble domingo siete. En primer lugar, trató de frenar la marcha de la UE al rango de potencia, defendiendo su alianza casi personal con George W.Bush. Pese al desbande de funcionarios ultraconservadores alrededor del presidente norteamericano, éste y Blair insisten en un “siglo anglosajón” y en el eje EE.UU.-Gran Bretaña.

En segundo término, eligió un mal momento en la gestión de Josef Ratzinger para anunciar que se convertía al catolicismo romano. Algunos medios salieron a proclamarlo “primer jefe de gobierno británico que abandona el protestantismo. Pero Blair ya renunció al cargo.

Mientras, a última hora Polonía desistió de exigir indemnizaciones adicionales por la II guerra mubndual (Merkel amenazó con dejarla afuera) Pero Francia insiste el salvaguardar su “autonomía” dentro de la UE en seguridad, política y comercio exteriores. O sea, subsidios agrícolas y el caso turco, puntos donde coincide con Polonia.

No obstante, la cumbre resolvió simplificar el proyecto de tratado constitucional. Cabe recordar que dieciocho miembros han adherido al proyecto de carta. Rumania y Bulgaria, ingresados este año, no deben pronunciarse. Igual sucederá con potenciales socios como Croacia, Macedonia o Turquía. Ahora, la idea es achicar un mamotreto de 6.000 páginas, típico producto de burócratas, casi ilegible.

Previsiblemente, los mellizos Lech y Jaroslav Kaczynski, amos de Polonia, amenazaron con veto. A Merkel le costó horas, el viernes, torcerles el brazo. La alemana les hizo presente que, hace pocos meses, Varsovia corría riesgo de ser suspendida por la UE, debido a excesos autoritarios. Esto beneficiaría a Angora.

En aquel momento, Bruselas resolvió reabrir negociaciones con los turcos en tres meses; o sea, ahora. Por entonces, los contactos estaban interrumpidos desde en junio de 2006, por la negativa otomana a abrir aeropuertos a vuelos comerciales chipriotas. O sea, los dos tercios helenos de la isla incorporados, con llamativo apuro, a la UE.

A partir de abril, la CE examinaba la propuesta turca sobre política industrial y empresaria, una de las 35 que deben aprobarse antes de que Angora ingrese a la UE. Hoy, los miembros de la comunidad han de decidir si ese texto pasa, en cuyo caso después las ulteriores tratativas podrán abrirse, pero no ya suspenderse.

En realidad, en abril se aprobó el capítulo sobre ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. La entrada de Rumania y Bulgaria, en cierto modo, facilita las cosas: son dos votos más en favor de Turquía, por razone de conveniencia (aparte, ambos países son mayormente católicos de rito bizantino, no romano).

“La apertura del nuevo ciclo demuestra que el proceso vuelve al buen camino. Alemania, a cargo de la presidencia, nos aseguró que, en junio, se abrirán otros tres capítulos”, señalaba Ali Babaçan, ministro de economía. No por casualidad, Berlín –aliada de Angora- es la más inquieta por las tendencias xenófobas, ultramontanas y antijudías del régimen polaco: 70 millones de musulmanes pesan más que 40 millones de fundamentalistas polacos.

Las reuniones de esta semana retomaron esos temas. Pero el tenaz presidente polaco (Lech K.) tenía un aliado en la sombra, al menos en cuanto al asunto turco y los subsidios agrícolas. Nadie menos que Nicolas Sarkozy, su colega francés de origen húngaro (Budapest tampoco ama a Estambul), para quien “Turquía está en Asia menor, no en Europa”.

Más allá del problema otomano, Varsovia no acepta el régimen de decisiones por “mayoría calificada”, incluido en el proyecto constitucional. El mecanismo permitiría adoptar medidas con 55% de los socios, o sea quince de los veintisiete miembros, si representan 65% de la población de la UE. Naturalmente, los países más poblados ganarían influencia. En ese grupo figuran Alemania (80 millones), Gran Bretaña, Francia (60 millones cada uno) e Italia (55 millones). España, Polonia (40 millones en cada caso) y Rumania (35 millones) quedarán algo atrás. Acá resurge el espectro musulmán: Turquía (70 millones) aparecerá eventualmente entre Alemania y Francia-Gran Bretaña.

Inesperadamente, el jueves Polonia formuló un planteo absurdo: exigió nuevas indemnizaciones por perjuicios derivados de la II guerra mundial. Varsovia sostiene que “sin los seis millones de víctimas que sufrimos, nuestra población actual –entonces llegaba a 27 millones- sería de 66 millones, no de 38.500.000”. O sea, el potencial poder de voto superaría a los de Gran Bretaña y Francia. Por supuesto, dos razones desvirtuaron la exigencia: entre 1939 y 1945, Polonia se redujo de 390.000 a 315.000 km2 –la corrieron al oeste- y, en cuanto a muertos, la entonces URSS tuvo veinte millones. ¿Qué de indemnización adicional podrían pedir hoy Rusia, Bielorrusia y Ucrania?

“Ahora, es preciso crisis y fijar una hoja de ruta”, repitió en Bruselas la canciller conservadora germana, al cerrara dos días de sesiones confusas, sin resultados tangibles. Este encuentro parecía decisivo desde que, en 2005, Francia y Holanda rechazaron en plebiscitos la adopción del tratado. Luego, Gran Bretaña, Dinamarca y otras tres suspendieron sus propias consultas. No lo fue.

Para empezar, Blair, primer ministro saliente, salió con un doble domingo siete. En primer lugar, trató de frenar la marcha de la UE al rango de potencia, defendiendo su alianza casi personal con George W.Bush. Pese al desbande de funcionarios ultraconservadores alrededor del presidente norteamericano, éste y Blair insisten en un “siglo anglosajón” y en el eje EE.UU.-Gran Bretaña.

En segundo término, eligió un mal momento en la gestión de Josef Ratzinger para anunciar que se convertía al catolicismo romano. Algunos medios salieron a proclamarlo “primer jefe de gobierno británico que abandona el protestantismo. Pero Blair ya renunció al cargo.

Mientras, a última hora Polonía desistió de exigir indemnizaciones adicionales por la II guerra mubndual (Merkel amenazó con dejarla afuera) Pero Francia insiste el salvaguardar su “autonomía” dentro de la UE en seguridad, política y comercio exteriores. O sea, subsidios agrícolas y el caso turco, puntos donde coincide con Polonia.

No obstante, la cumbre resolvió simplificar el proyecto de tratado constitucional. Cabe recordar que dieciocho miembros han adherido al proyecto de carta. Rumania y Bulgaria, ingresados este año, no deben pronunciarse. Igual sucederá con potenciales socios como Croacia, Macedonia o Turquía. Ahora, la idea es achicar un mamotreto de 6.000 páginas, típico producto de burócratas, casi ilegible.

Previsiblemente, los mellizos Lech y Jaroslav Kaczynski, amos de Polonia, amenazaron con veto. A Merkel le costó horas, el viernes, torcerles el brazo. La alemana les hizo presente que, hace pocos meses, Varsovia corría riesgo de ser suspendida por la UE, debido a excesos autoritarios. Esto beneficiaría a Angora.

En aquel momento, Bruselas resolvió reabrir negociaciones con los turcos en tres meses; o sea, ahora. Por entonces, los contactos estaban interrumpidos desde en junio de 2006, por la negativa otomana a abrir aeropuertos a vuelos comerciales chipriotas. O sea, los dos tercios helenos de la isla incorporados, con llamativo apuro, a la UE.

A partir de abril, la CE examinaba la propuesta turca sobre política industrial y empresaria, una de las 35 que deben aprobarse antes de que Angora ingrese a la UE. Hoy, los miembros de la comunidad han de decidir si ese texto pasa, en cuyo caso después las ulteriores tratativas podrán abrirse, pero no ya suspenderse.

En realidad, en abril se aprobó el capítulo sobre ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. La entrada de Rumania y Bulgaria, en cierto modo, facilita las cosas: son dos votos más en favor de Turquía, por razone de conveniencia (aparte, ambos países son mayormente católicos de rito bizantino, no romano).

“La apertura del nuevo ciclo demuestra que el proceso vuelve al buen camino. Alemania, a cargo de la presidencia, nos aseguró que, en junio, se abrirán otros tres capítulos”, señalaba Ali Babaçan, ministro de economía. No por casualidad, Berlín –aliada de Angora- es la más inquieta por las tendencias xenófobas, ultramontanas y antijudías del régimen polaco: 70 millones de musulmanes pesan más que 40 millones de fundamentalistas polacos.

Las reuniones de esta semana retomaron esos temas. Pero el tenaz presidente polaco (Lech K.) tenía un aliado en la sombra, al menos en cuanto al asunto turco y los subsidios agrícolas. Nadie menos que Nicolas Sarkozy, su colega francés de origen húngaro (Budapest tampoco ama a Estambul), para quien “Turquía está en Asia menor, no en Europa”.

Más allá del problema otomano, Varsovia no acepta el régimen de decisiones por “mayoría calificada”, incluido en el proyecto constitucional. El mecanismo permitiría adoptar medidas con 55% de los socios, o sea quince de los veintisiete miembros, si representan 65% de la población de la UE. Naturalmente, los países más poblados ganarían influencia. En ese grupo figuran Alemania (80 millones), Gran Bretaña, Francia (60 millones cada uno) e Italia (55 millones). España, Polonia (40 millones en cada caso) y Rumania (35 millones) quedarán algo atrás. Acá resurge el espectro musulmán: Turquía (70 millones) aparecerá eventualmente entre Alemania y Francia-Gran Bretaña.

Inesperadamente, el jueves Polonia formuló un planteo absurdo: exigió nuevas indemnizaciones por perjuicios derivados de la II guerra mundial. Varsovia sostiene que “sin los seis millones de víctimas que sufrimos, nuestra población actual –entonces llegaba a 27 millones- sería de 66 millones, no de 38.500.000”. O sea, el potencial poder de voto superaría a los de Gran Bretaña y Francia. Por supuesto, dos razones desvirtuaron la exigencia: entre 1939 y 1945, Polonia se redujo de 390.000 a 315.000 km2 –la corrieron al oeste- y, en cuanto a muertos, la entonces URSS tuvo veinte millones. ¿Qué de indemnización adicional podrían pedir hoy Rusia, Bielorrusia y Ucrania?

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