UE : apremia Angela Merkel para salvar el tratado constitucional

La canciller alemana, presidente de turno en la Unión Europea, intenta sacar adelante la cumbre de la semana próxima. En esencia, busca sacar a los veintisiete de un peligroso estancamiento político, por renuencia polaca o el dilema turco.

15 junio, 2007

“Es preciso salir ya de esta crisis institucional, aprovechar la oportunidad y fijar una hoja de ruta”, sostuvo en París la dirigente conservadora germana. Sabía que estaba hablando ante un gobierno menos proclive que el de Jacques Chirac a encarar el problema. Sin duda, la inminente reunión en Bruselas será decisiva, desde que, en 2005, Francia y Holanda rechazaron en plebiscitos la adopción del tratado. Luego, Gran Bretaña, Dinamarca y otras tres suspendieron sus propias consultas.

No obstante, dieciocho miembros han adherido al proyecto de carta. Rumania y Bulgaria, ingresados este año, no deben pronunciarse. Igual sucederá con potenciales socios como Croacia, Macedonia o Turquía. Ahora, un grupo importante de países trata de simplificar el texto, un mamotreto de 6.000 páginas, típico producto de burócratas.

Esa idea y otras son discutidas durante este fin de semana por los ministros exteriores, que presentarán un informe ante los jefes de gobierno (21,22). Hay empero una traba perfectamente previsible: los mellizos Kaczynski, amos de Polonia, amenazan con un veto. Hace pocos meses, a la sazón, Varsovia corría riesgo de ser suspendida por la UE, debido a excesos autoritarios. Esto beneficia a Angora. En ese momento, resolvió reabrir negociaciones en tres meses; o sea, ahora.

Por entonces, la Comisión europea decidió reiniciar contactos con Turquía, interrumpidos en junio y congelados en diciembre. En aquel momento, el motivo era la negativa otomana a abrir aeropuertos a vuelos comerciales chipriotas. O sea, los dos tercios helenos de la isla incorporados, con llamativo apuro, a la UE.

A partir de abril, la CE examinaba la propuesta sobre política industrial y empresaria, una de las 35 que deben aprobarse antes de que Angora ingrese a la UE. Ahora, los miembros de la comunidad han de decidir si ese texto pasa, en cuyo caso después las ulteriores tratativas podrán abrirse, pero no ya suspenderse.

En realidad, en abril se aprobó el capítulo sobre ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. La entrada de Rumania y Bulgaria, en cierto modo, facilita las cosas: son dos votos más en favor de Turquía, por razone de conveniencia (aparte, ambos países son mayormente católicos de rito bizantino, no romano).

“La apertura del nuevo ciclo demuestra que el proceso vuelve al buen camino. Alemania, a cargo de la presidencia, nos aseguró que, en junio, se abrirán otros tres capítulos”, señalaba Ali Babaçan, ministro de economía. No por casualidad, Berlín es la más inquieta por las tendencias xenófobas, ultramontanas y antijudías del régimen polaco: 70 millones de musulmanes pesan más que 40 millones de fundamentalistas polacos.

En cuestión de horas, estos temas volverán al tapete. Pero el tenaz presidente polaco, Lech Kaczynski, podría tener un aliado en la sombra, al menos en cuanto al asunto turco. Nadie menos que Nicolas Sarkozy, su colega francés de origen húngaro (Budapest tampoco ama a Estambul), para quien “Turquía está en Asia menor, no en Europa”.

En lo formal y más allá del problema otomano, Varsovia no acepta el régimen de decisiones por “mayoría calificada”, incluido en el proyecto constitucional. El mecanismo permitiría adoptar medidas con 55% de los socios, o sea quince de los veintisiete miembros, si representan 65% de la población de la UE. Naturalmente, los países más poblados ganarían influencia.

En ese grupo figuran Alemania (80 millones), Gran Bretaña, Francia (60 millones cada uno) e Italia (55 millones). España, Polonia (40 millones en cada caso) y Rumania (35 millones) quedarán algo atrás. Acá resurge el espectro musulmán: Turquía (70 millones) aparecerá eventualmente entre Alemania y Francia-Gran Bretaña. En otro plano, Alemania, Holanda y Bulgaria tienen las mayores comunidades de etnia turca en la UE.

“Es preciso salir ya de esta crisis institucional, aprovechar la oportunidad y fijar una hoja de ruta”, sostuvo en París la dirigente conservadora germana. Sabía que estaba hablando ante un gobierno menos proclive que el de Jacques Chirac a encarar el problema. Sin duda, la inminente reunión en Bruselas será decisiva, desde que, en 2005, Francia y Holanda rechazaron en plebiscitos la adopción del tratado. Luego, Gran Bretaña, Dinamarca y otras tres suspendieron sus propias consultas.

No obstante, dieciocho miembros han adherido al proyecto de carta. Rumania y Bulgaria, ingresados este año, no deben pronunciarse. Igual sucederá con potenciales socios como Croacia, Macedonia o Turquía. Ahora, un grupo importante de países trata de simplificar el texto, un mamotreto de 6.000 páginas, típico producto de burócratas.

Esa idea y otras son discutidas durante este fin de semana por los ministros exteriores, que presentarán un informe ante los jefes de gobierno (21,22). Hay empero una traba perfectamente previsible: los mellizos Kaczynski, amos de Polonia, amenazan con un veto. Hace pocos meses, a la sazón, Varsovia corría riesgo de ser suspendida por la UE, debido a excesos autoritarios. Esto beneficia a Angora. En ese momento, resolvió reabrir negociaciones en tres meses; o sea, ahora.

Por entonces, la Comisión europea decidió reiniciar contactos con Turquía, interrumpidos en junio y congelados en diciembre. En aquel momento, el motivo era la negativa otomana a abrir aeropuertos a vuelos comerciales chipriotas. O sea, los dos tercios helenos de la isla incorporados, con llamativo apuro, a la UE.

A partir de abril, la CE examinaba la propuesta sobre política industrial y empresaria, una de las 35 que deben aprobarse antes de que Angora ingrese a la UE. Ahora, los miembros de la comunidad han de decidir si ese texto pasa, en cuyo caso después las ulteriores tratativas podrán abrirse, pero no ya suspenderse.

En realidad, en abril se aprobó el capítulo sobre ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. La entrada de Rumania y Bulgaria, en cierto modo, facilita las cosas: son dos votos más en favor de Turquía, por razone de conveniencia (aparte, ambos países son mayormente católicos de rito bizantino, no romano).

“La apertura del nuevo ciclo demuestra que el proceso vuelve al buen camino. Alemania, a cargo de la presidencia, nos aseguró que, en junio, se abrirán otros tres capítulos”, señalaba Ali Babaçan, ministro de economía. No por casualidad, Berlín es la más inquieta por las tendencias xenófobas, ultramontanas y antijudías del régimen polaco: 70 millones de musulmanes pesan más que 40 millones de fundamentalistas polacos.

En cuestión de horas, estos temas volverán al tapete. Pero el tenaz presidente polaco, Lech Kaczynski, podría tener un aliado en la sombra, al menos en cuanto al asunto turco. Nadie menos que Nicolas Sarkozy, su colega francés de origen húngaro (Budapest tampoco ama a Estambul), para quien “Turquía está en Asia menor, no en Europa”.

En lo formal y más allá del problema otomano, Varsovia no acepta el régimen de decisiones por “mayoría calificada”, incluido en el proyecto constitucional. El mecanismo permitiría adoptar medidas con 55% de los socios, o sea quince de los veintisiete miembros, si representan 65% de la población de la UE. Naturalmente, los países más poblados ganarían influencia.

En ese grupo figuran Alemania (80 millones), Gran Bretaña, Francia (60 millones cada uno) e Italia (55 millones). España, Polonia (40 millones en cada caso) y Rumania (35 millones) quedarán algo atrás. Acá resurge el espectro musulmán: Turquía (70 millones) aparecerá eventualmente entre Alemania y Francia-Gran Bretaña. En otro plano, Alemania, Holanda y Bulgaria tienen las mayores comunidades de etnia turca en la UE.

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