Aparte de la amplia brecha entre dos de los tres principales tipos (2% el del BCE, 2,5% el de la Reserva Federal) y el británico, existe también amplia diferencia entre éste y la libor –interbancaria anual a seis meses- que roza 3%, máximo en varios años. Por el contrario, la tasa sobre letras de Tesorería a diez años (EE.UU.) recién ahora pasa de 4% anual.
En circunstancias normales, que pasaron a la historia con la crisis sistémica global de 1997/8, esos diferenciales habrían generados otra crisis como la de 1992. Hasta fines del siglo XX, en efecto, sólo los tipos japoneses –el básico sigue alrededor de 0,13% anual, o sea no existe- podían ser anómalos sin desencadenar una reacción en cadena.
En general, los economistas serios creen que el mercado financiero mundial es un “caso de estudio”. Así, las relaciones entre tasas y otras variables (precios, inclusive) parecen más regulares en economías emergentes y periféricas que en las centrales. “En Gran Bretaña, hay un ciclo de prosperidad en la economía, pero con precios muy altos y una burbuja inmobiliaria peligrosa. En la Eurozona –apuntaba Robert Kuttner-, los tipos exiguos coexisten con altos precios de bienes y servicios, más un euro sobrevaluado en relación con el dólar –pese al repliegue iniciado en enero- y, en la península ibérica, una burbuja inmobiliaria peor que la británica”.
En Estados Unidos, la aparente prosperidad de la clase media urbana no depende de las tasas, salvo las hipotecarias, sino del creciente endeudamiento del público (alrededor de US$ 7,3 billones a fines de 2004). “Esas anomalías reflejan la extrema adicción al endeudamento público y privado, financiados desde el exterior. En tales condiciones, el dólar barato no promueve exportaciones ni frena importaciones; de ahí el nuevo récord en el déficit comercial: US$ 60.300 millones en noviembre”, explica un trabajo interno de… Chicago.
Este fenómeno está generando una “reacción política”. Escuelas de negocios y otros centros de pensamiento neoconservador sostienen, desde hace algunas semanas, que los prodigiosos déficit comercial (US$ 617.000 millones en 2004) y de pagos externos (alrededor de un billón) son meras ficciones contables o estadigráficas. En realidad, provienen de grupos multinacionales con matrices en EE.UU., que exportan a ese país pero, en realidad, forman parte de su cadena global de valor agregado.
Para esa original aunque improbable teorías, la solución a esos déficit y las disparidades entre tasas es fácil: “internalizar” en EE.UU.la economía del resto del mundo ¿Cómo? Pues abriendo totalmente todos los mercados y comprando más deuda norteamericana para financiar a Washington y sus consumidores. No faltan funcionarios en reductos tan conservadores como la OCDE o el Carnegie Endowment for Peace que ven en EE.UU. el líder natural de un mundo donde ni siquiera los europeos pueden competir con la máquina económica y social norteamericana.
En otro plano, las distorsiones generadas por un euro prematuramente impuesto en doce países y la indisciplina fiscal de algunos quiebran el nexo natural entre divisa cara y déficit bajo”. De hecho, Alemania, Francia e Italia vienen desacatando el pacto de estabilidad fiscal (1996) desde 2001.
Casi nadie (ni siquiera el Parlamento Europeo, cifrado en una constitución que asegure bancas y altísimas dietas) se pregunta será la suerte del euro en una UE de 25 miembros.
Primero, porque incluye economías relativamente subdesarrolladas (Polonia, Eslovaquia, Grecia) y países casi virtuales (Malta, Chipre). Segundo, porque se niegan a adoptar el euro economías tan avanzadas como Gran Bretaña –la segunda en la UE-, Suecia y Dinamarca. Tercero, porque Noruega (tercera exportadora mundial de petróleo), Islandia y Suiza – o sea, la Asociación Europea de Libre Comercio, orientada desde Londres- ni siquiera figuran en la UE. En síntesis, como presume Michael Mussa (ex analista principal del Fondo Monetario), “las relaciones anómalas entre tasas y paridades cambiarias quizás estén manifestando fallas estructurales en las dos mayores economías del mundo”.
Aparte de la amplia brecha entre dos de los tres principales tipos (2% el del BCE, 2,5% el de la Reserva Federal) y el británico, existe también amplia diferencia entre éste y la libor –interbancaria anual a seis meses- que roza 3%, máximo en varios años. Por el contrario, la tasa sobre letras de Tesorería a diez años (EE.UU.) recién ahora pasa de 4% anual.
En circunstancias normales, que pasaron a la historia con la crisis sistémica global de 1997/8, esos diferenciales habrían generados otra crisis como la de 1992. Hasta fines del siglo XX, en efecto, sólo los tipos japoneses –el básico sigue alrededor de 0,13% anual, o sea no existe- podían ser anómalos sin desencadenar una reacción en cadena.
En general, los economistas serios creen que el mercado financiero mundial es un “caso de estudio”. Así, las relaciones entre tasas y otras variables (precios, inclusive) parecen más regulares en economías emergentes y periféricas que en las centrales. “En Gran Bretaña, hay un ciclo de prosperidad en la economía, pero con precios muy altos y una burbuja inmobiliaria peligrosa. En la Eurozona –apuntaba Robert Kuttner-, los tipos exiguos coexisten con altos precios de bienes y servicios, más un euro sobrevaluado en relación con el dólar –pese al repliegue iniciado en enero- y, en la península ibérica, una burbuja inmobiliaria peor que la británica”.
En Estados Unidos, la aparente prosperidad de la clase media urbana no depende de las tasas, salvo las hipotecarias, sino del creciente endeudamiento del público (alrededor de US$ 7,3 billones a fines de 2004). “Esas anomalías reflejan la extrema adicción al endeudamento público y privado, financiados desde el exterior. En tales condiciones, el dólar barato no promueve exportaciones ni frena importaciones; de ahí el nuevo récord en el déficit comercial: US$ 60.300 millones en noviembre”, explica un trabajo interno de… Chicago.
Este fenómeno está generando una “reacción política”. Escuelas de negocios y otros centros de pensamiento neoconservador sostienen, desde hace algunas semanas, que los prodigiosos déficit comercial (US$ 617.000 millones en 2004) y de pagos externos (alrededor de un billón) son meras ficciones contables o estadigráficas. En realidad, provienen de grupos multinacionales con matrices en EE.UU., que exportan a ese país pero, en realidad, forman parte de su cadena global de valor agregado.
Para esa original aunque improbable teorías, la solución a esos déficit y las disparidades entre tasas es fácil: “internalizar” en EE.UU.la economía del resto del mundo ¿Cómo? Pues abriendo totalmente todos los mercados y comprando más deuda norteamericana para financiar a Washington y sus consumidores. No faltan funcionarios en reductos tan conservadores como la OCDE o el Carnegie Endowment for Peace que ven en EE.UU. el líder natural de un mundo donde ni siquiera los europeos pueden competir con la máquina económica y social norteamericana.
En otro plano, las distorsiones generadas por un euro prematuramente impuesto en doce países y la indisciplina fiscal de algunos quiebran el nexo natural entre divisa cara y déficit bajo”. De hecho, Alemania, Francia e Italia vienen desacatando el pacto de estabilidad fiscal (1996) desde 2001.
Casi nadie (ni siquiera el Parlamento Europeo, cifrado en una constitución que asegure bancas y altísimas dietas) se pregunta será la suerte del euro en una UE de 25 miembros.
Primero, porque incluye economías relativamente subdesarrolladas (Polonia, Eslovaquia, Grecia) y países casi virtuales (Malta, Chipre). Segundo, porque se niegan a adoptar el euro economías tan avanzadas como Gran Bretaña –la segunda en la UE-, Suecia y Dinamarca. Tercero, porque Noruega (tercera exportadora mundial de petróleo), Islandia y Suiza – o sea, la Asociación Europea de Libre Comercio, orientada desde Londres- ni siquiera figuran en la UE. En síntesis, como presume Michael Mussa (ex analista principal del Fondo Monetario), “las relaciones anómalas entre tasas y paridades cambiarias quizás estén manifestando fallas estructurales en las dos mayores economías del mundo”.