Petroleras: repletas de efectivo, no saben qué hacer con él. O sí

Productos de megafusiones en los 90, los gigantes petroleros cumplieron con los accionistas. Cortaron costos y sacaron ganancias récord. Repletos de liquidez, hoy tienen un problema: ¿qué hacer con ella? (“explorar en serio” dicen algunos).

14 febrero, 2005

En realidad, gran parte de la bonanza no es mérito de sus beneficiarios, sino de crudos que, en 2004, promediaron US$ 41 el barril y alcanzaron un pico histórico nominal, US$ 55. Sea como fuera, los diez mayores operadores acumularon utilidades netas superiores a US$ 100.000 millones en conjunto (30% sobre los US$ 80.000 millones de 2003). En cuanto a ventas, se proyectan en un total de un billón de dólares, algo más que el producto bruto de Canadá (por ejemplo).

No obstante, cunden temores sobre escasez mundial de oferta y los precios a término en Nueva York se mantienen ahora por encima de US$ 45 (luego de bajar hasta US$ 39,50 el barril hace diez semanas). Pero las compañías no hacen con su exceso de fondos lo que debieran haber hecho hace varios años y es su razón de ser: buscar petróleo y gas.

Con dos años seguidos de ganancias sin precedentes, usan el superávit para repartir más dividendos a los accionistas, en lugar de explorar. Mientras tanto, las reservas conocidas van agotándose y hay cada vez más yacimientos pasados de sazón. Por supuesto, existen sólidos nexos entre accionistas y directorios o entre éstos y las suculentas bonificaciones que perciben los ejecutivos superiores.

Eso ocurre aun en firmas que, como Royal Dutch/Shell en 2004, han vivido escándalos referidos a reservas “imaginarias”. En realidad, existe un vínculo entre esas maniobras y la reticencia a invertir a riesgo, o sea explorando: la necesidad “política” de asegurar un flujo ininterrumpido de dividendos. En otras palabras, si Enron o WorldCom cayeron víctimas de la codicia ejecutiva, las petroleras podrían sucumbir a la codicia de los accionistas.

De ese modo, Exxon Mobil –la mayor petrolera cotizante en bolsa- ganó más de US$ 25.000 millones el año pasado y gastó 9.950 millones en recomprar acciones. La mismísima Shell, castigada por inflar reservas, prometió a los accionistas no menos de US$ 10.000 millones en dividendos para este año.

British Petroleum –aferrada a la sigla BP-, que ganó US$ 16.200 millones en 2004, “devolverá” a los accionistas hasta US$ 23.000 millones –casi todo en dividendos- este año y el próximo. Al mismo tiempo, reduce inversiones de capital por primera vez en cuatro años; léase, gastará menos en exploración.

Por supuesto, la industria se irrita ante este tipo de diagnósticos, que sus “lobbies” directo (OPEP) e indirectos (AIE, OCDE) eluden. Apuntan a nuevos pozos en Angola y Kazajstán y señalan que esas áreas significan un cambio de prioridades hacia África sudoccidental y el mar Caspio, apartándose de América septentrional y el mar del Norte. Pero se trata de reservas ya conocidas, pues la última detección importante (en aguas internacional del Atlántico sur, alrededor de Malvinas) aún es muy reciente y no está cubicada ni mucho menos.

La verdad es otra, como lo trasuntan las propias autoridades empresarias, al recordar que –hace apenas seis años- los futuros cortos estaban bajo US$ 15 el barril de crudo liviano WTO (West Texan oil). Nadie quiere volver a eso. Mucho menos los autócratas árabes, rusos o centroasiáticos, que no reparten dividendos pero controlan feudos enormes.

El declive de presupuestos exploratorios refleja un círculo vicioso: se gasta menos en perforar en áreas ya bajo explotación y, por ende, se descubren menos reservas, lo cual limita las perspectivas productivas de esas zonas y, con ellas, la inversión de riesgo. Obra también una inconsistencia: algunos regímenes en Levante (Saudiarabia y sus satélites peninsulares) se sientan sobre las reservas todavía mayores del mundo sin permitir el ingreso de inversiones extranjeras.

En discreto silencio, la OPEP y las compañías privadas ligadas a esos regímenes desde siempre fomentan esa dicotomía. Más aún, ya están presionando sobre las dos alianzas triunfadoras en Irak (shi’íes, kurdos) para que no cambien las reglas de juego. Claro que, en este caso, las acuciantes necesidades sociales tal vez primen y Bagdad intente recobrar su puesto entre los exportadores dominantes, para disponer de ingresos constantes.

Por supuesto, esto no gusta entre las empresas, inclusive las de servicios petroleros. Por de pronto, Halliburton, la más influyente en Washington –vía el vicepresidente Richard Cheney-, ha iniciado contractos con dos gigantes para manejar la política iraquí en la materia. Uno de ellos podría ser BP, cuyos antepasados inventaron ese país desmembrando el Imperio Otomano e impidiendo un Kurdistán unido, precisamente para formar un “dominio petrolero de facto” con Irán. Por supuesto, la actual geopolítica es muy diferente.

En realidad, gran parte de la bonanza no es mérito de sus beneficiarios, sino de crudos que, en 2004, promediaron US$ 41 el barril y alcanzaron un pico histórico nominal, US$ 55. Sea como fuera, los diez mayores operadores acumularon utilidades netas superiores a US$ 100.000 millones en conjunto (30% sobre los US$ 80.000 millones de 2003). En cuanto a ventas, se proyectan en un total de un billón de dólares, algo más que el producto bruto de Canadá (por ejemplo).

No obstante, cunden temores sobre escasez mundial de oferta y los precios a término en Nueva York se mantienen ahora por encima de US$ 45 (luego de bajar hasta US$ 39,50 el barril hace diez semanas). Pero las compañías no hacen con su exceso de fondos lo que debieran haber hecho hace varios años y es su razón de ser: buscar petróleo y gas.

Con dos años seguidos de ganancias sin precedentes, usan el superávit para repartir más dividendos a los accionistas, en lugar de explorar. Mientras tanto, las reservas conocidas van agotándose y hay cada vez más yacimientos pasados de sazón. Por supuesto, existen sólidos nexos entre accionistas y directorios o entre éstos y las suculentas bonificaciones que perciben los ejecutivos superiores.

Eso ocurre aun en firmas que, como Royal Dutch/Shell en 2004, han vivido escándalos referidos a reservas “imaginarias”. En realidad, existe un vínculo entre esas maniobras y la reticencia a invertir a riesgo, o sea explorando: la necesidad “política” de asegurar un flujo ininterrumpido de dividendos. En otras palabras, si Enron o WorldCom cayeron víctimas de la codicia ejecutiva, las petroleras podrían sucumbir a la codicia de los accionistas.

De ese modo, Exxon Mobil –la mayor petrolera cotizante en bolsa- ganó más de US$ 25.000 millones el año pasado y gastó 9.950 millones en recomprar acciones. La mismísima Shell, castigada por inflar reservas, prometió a los accionistas no menos de US$ 10.000 millones en dividendos para este año.

British Petroleum –aferrada a la sigla BP-, que ganó US$ 16.200 millones en 2004, “devolverá” a los accionistas hasta US$ 23.000 millones –casi todo en dividendos- este año y el próximo. Al mismo tiempo, reduce inversiones de capital por primera vez en cuatro años; léase, gastará menos en exploración.

Por supuesto, la industria se irrita ante este tipo de diagnósticos, que sus “lobbies” directo (OPEP) e indirectos (AIE, OCDE) eluden. Apuntan a nuevos pozos en Angola y Kazajstán y señalan que esas áreas significan un cambio de prioridades hacia África sudoccidental y el mar Caspio, apartándose de América septentrional y el mar del Norte. Pero se trata de reservas ya conocidas, pues la última detección importante (en aguas internacional del Atlántico sur, alrededor de Malvinas) aún es muy reciente y no está cubicada ni mucho menos.

La verdad es otra, como lo trasuntan las propias autoridades empresarias, al recordar que –hace apenas seis años- los futuros cortos estaban bajo US$ 15 el barril de crudo liviano WTO (West Texan oil). Nadie quiere volver a eso. Mucho menos los autócratas árabes, rusos o centroasiáticos, que no reparten dividendos pero controlan feudos enormes.

El declive de presupuestos exploratorios refleja un círculo vicioso: se gasta menos en perforar en áreas ya bajo explotación y, por ende, se descubren menos reservas, lo cual limita las perspectivas productivas de esas zonas y, con ellas, la inversión de riesgo. Obra también una inconsistencia: algunos regímenes en Levante (Saudiarabia y sus satélites peninsulares) se sientan sobre las reservas todavía mayores del mundo sin permitir el ingreso de inversiones extranjeras.

En discreto silencio, la OPEP y las compañías privadas ligadas a esos regímenes desde siempre fomentan esa dicotomía. Más aún, ya están presionando sobre las dos alianzas triunfadoras en Irak (shi’íes, kurdos) para que no cambien las reglas de juego. Claro que, en este caso, las acuciantes necesidades sociales tal vez primen y Bagdad intente recobrar su puesto entre los exportadores dominantes, para disponer de ingresos constantes.

Por supuesto, esto no gusta entre las empresas, inclusive las de servicios petroleros. Por de pronto, Halliburton, la más influyente en Washington –vía el vicepresidente Richard Cheney-, ha iniciado contractos con dos gigantes para manejar la política iraquí en la materia. Uno de ellos podría ser BP, cuyos antepasados inventaron ese país desmembrando el Imperio Otomano e impidiendo un Kurdistán unido, precisamente para formar un “dominio petrolero de facto” con Irán. Por supuesto, la actual geopolítica es muy diferente.

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