Esta reversión fue principalmente producto de un desplome de las importaciones (-25% i.a.), en el marco de la recesión iniciada en 2018.
En 2020 el saldo comercial se sostuvo en terreno positivo (US$ 12.500 millones, 3,2% del PIB), pero en un contexto en el que el flujo internacional de comercio se vio fuertemente impactado por la pandemia: en cantidades, el intercambio mundial de mercancías cayó 5% (en Argentina el intercambio comercial se redujo 15% en valores).
En dicho año, las exportaciones se contrajeron 16% i.a. mientras que las importaciones volvieron a caer (-14% i.a.) registrando los mínimos valores desde 2009.
El desafío el año pasado era lograr financiar las importaciones necesarias para materializar la recuperación que comenzó hacia fines de 2020. En este sentido, la mejora de los términos del intercambio jugó un rol clave: en 2021 el alza de precios de las exportaciones (+26% i.a.) casi duplicó al de las importaciones (+15% i.a.), y esto permitió sostener un saldo comercial superavitario elevado (US$ 15.000 millones, 3,1% del PIB) pese a que el crecimiento de las cantidades importadas (+30% i.a.) triplicó al de las exportadas (+13% i.a.).
De hecho, más de la mitad del superávit de comercio alcanzado en 2021 se explica por la dinámica de los precios internacionales.
La importancia de sostener un superávit de bienes robusto es central, habida cuenta de la estructura de nuestras cuentas externas, y especialmente en momentos como el actual donde los flujos financieros son escasos: el ingreso neto de dólares por esta vía -junto a las transferencias corrientes, que no es un monto tan relevante- financia el histórico déficit de servicios y renta de la inversión (ingreso primario), como parte de la acumulación de activos privados externos.
De hecho, cuando el país no cuenta con un excedente en el intercambio de bienes la cuenta corriente suele ser deficitaria, lo cual genera una necesidad de financiamiento externo que debe suplirse mediante el influjo de divisas financieras (endeudamiento o inversión directa) o utilización de reservas (stocks); y cuando esto no es posible -por ejemplo cuando el financiamiento externo se corta abruptamente- la cuenta corriente debe ajustar rápidamente, generalmente por la vía de la combinación de devaluación con recesión.
Esto último ocurrió durante buena parte de la última década: entre 2013 y 2018, el rojo de la cuenta corriente promedió casi USD$19.000 millones por año (3,2% del PBI en promedio), generando una elevada necesidad de financiamiento externo que se cubrió con ingresos financieros netos.
Luego, cuando abruptamente éstos se detuvieron a mediados de 2018, la moneda local se depreció fuertemente dando lugar a la recesión de 2018-2019, que condujo a la reversión del saldo de la cuenta corriente, del déficit previo al superávit actual.
El otro viento de cola
En 2020-2021 la cuenta corriente mostró un superávit de más de 1% del PIB en promedio (frente al déficit de 3,2% del PIB en 2013-2018). La mejora respecto al período precedente correspondió a la mencionada reversión en el saldo de bienes.
Sin embargo, durante los últimos dos años el saldo de la cuenta corriente se vio además favorecido por dos factores adicionales: en primer lugar, la reducción del pago de intereses externos, producto del canje de títulos públicos realizado en 2020: el saldo neto de rentas por inversión de cartera promedió, entre el segundo trimestre 2020 y el tercero de 2021, poco más de US$ 300 millones, cuando entre 2018 y el primer trimestre de 2020 el rojo superó los US$ 2.000 millones trimestrales.
En segundo lugar, por el achicamiento del saldo negativo de la cuenta de servicios. Este balance, que entre 2015-19 registró un déficit trimestral de casi US$ 1.900 millones (más de US$ 5.000 millones anuales), se redujo a una tercera parte (US$ 625 millones) en 2020-2021.
Sin este comportamiento la cuenta corriente habría morigerado sensiblemente su saldo superavitario en 2020 y 2021, por lo que es una dinámica que merece atención. En este sentido, analizando los componentes de la cuenta corriente de servicios, se encuentra que en los últimos cinco años antes de la pandemia, el 80% del rojo se explicaba por los servicios asociados al turismo y el transporte de pasajeros.
Indudablemente, el freno del turismo internacional en los últimos casi dos años fue un aliciente para las cuentas externas en un país que exhibía una salida neta anual de turistas cercana al millón de personas. Al “cerrarse” esta canilla, estimamos que se habrían ahorrado entre US$ 2.000-3.000 millones.