<p>Hasta ahora, empero, las tácticas sirias –como las yemeníes- no logran detener el mayor desafío colectivo en los once años que lleva Bashar al-Assad. Durante el “reinado” de su padre Hafez (1971/2000) sólo el levantamiento shiita de Hama (1982) supera las bajas de ahora (10.000).<br />
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El cóctel de concesiones selectivas y coerción directa se puso en marcha antenoche. Policías, soldados y agentes de civil se lanzaron en un intento conjunto de aplastar la rebelión. Esta vez, el núcleo más levantisco se centra en Homs, tercera ciudad siria, al sur de Hama. Hasta el miércoles por la noche se ignoraban cifras de muertos y heridos.<br />
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Las advertencias de Interior –vedando “cualquier tipo de protesta”- dan la impresión de que se prepara una ofensiva en toda la línea. Curiosamente, el gobierno mantenía la promesa de derogar un estado de sitio impuesto en 1963, principal exigencia de los manifestantes.<br />
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Lo más grave de la represión siria es que Damasco tiene una influencia política superior a su poder real en la región. No obstante, desde estalladas las protestas, Damasco ha oscilado entre el compromiso y la represión. Esta receta les fue fatal a Túnez y a Egipto.<br />
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“Las calles están en un mundo y la familia presidencial en otro”, decía Wissam Tarif, director de Insan, un grupo de derechos civiles con sedes en Homs, Dara’a y Latakia. Durante varios días, ése y otros activistas han venido emulando las experiencias de El Cairo, Alejandría, Puerto Saíd, etc. Pero, por ahora, los Assad parecen más difíciles de erradicar que Hosni Mubarak.</p>
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Siria: balas y amenazas contra quienes protesten
El régimen familiar de Damasco intentó primero aplacar a los opositores con más promesas de reforma. Pero este miércoles vuelve a la violencia, su estrategia favorita, común entre los gobiernos represivos árabes, sean islámicos o laicos.