<p>En el primer semestre de 2009, China se convirtió en el mayor mercado para exportaciones brasileñas. En mayo, el presidente Luiz Inácio de Silva (Lula) y su colega Hu Jintao firmaban un acuerdo por el cual el banco de desarrollo chino (BDCh) y Sinopec, una petrolera, prestarán a la estatal Petróleos Brasileiros (Petrobrás) US$ 10.000 millones. Será a cambio de hasta 200.000 diarios de crudos durante diez años, a precio actual, provenientes de las enormes reservas frente al litoral sudoriental.<br />
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Entretanto, compañías chinas compraban áreas petroleras en Ecuador y Venezuela. Hace tres meses, National Petroleum Corp. y Chinese Natioal Offshore Oil Co. (CNOOC) formularon una oferta conjunta de US$ 17.000 millones por 84% de YPF.<br />
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No importa que Occidente sea todavía el mayor socio comercial. Eso oculta que arriban a la región nuevos actores geopolíticos y económicos. Su llegada refleja de dos factores. Uno es la declinación de EE.UU. como potencia global, tras un instante de predominio absoluto entre el derrumbe soviético y mediados de esta década. Al desaparecer una cara de la moneda (la guerra fría), se licuó la otra. Los centros de poder se desplazaban hacia el Pacífico. Mientras, bajo el poco afortunado George W.Bush –un ultraconservador que deshizo la obra de otro, Ronald Reagan-, Estados Unidos se desentendía de Latinoamérica en aras de una “guerra internacional contra el terrorismo”. <br />
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Segundo factor: muchos países de la zona, salvo algunos incondicionales –como los “<em>offshore</em>” del Caribe anglófono-, recobran autonomía de decisión. Sea porque han alcanzado relativa estabilidad económica, sea porque tienen gobiernos de orientación socialdemócrata. Ambas cosas valen para un Brasil que, bajo Lula, es hoy una potencia regional que limita al propio EE.UU.<br />
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¿La diversificación económica consolidará esos realineamientos geopolíticos? Tanto los republicanos como Hillary Rodham Clinton suelen sostener que China, Rusia e Irán “avanzan en forma inquietante sobre Latinoamérica. Hasta ahora, Barack Obama parece disentir con su secretaria de Estado. En suma, un grupo encabezado por Brasil –pero sin México, Chile ni Perú-, ven los avances chinos como oportunidades. Ellos, más Argentina, Sudáfrica e India plantean una amplia alianza sur-sur, aunque algunos miembros estén en el norte de la línea ecuatorial. En general, presionan por cambios en un orden económico mundial que estiman anacrónico. <br />
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Los contactos a través del Pacífico no son novedad. Empezando por el envío as costas americanas en el siglo XIV de una gigantesca flota china (la mayor del mundo, entonces). Después, entre 1560 y 1815, galeones españoles viajaban cada año entre Acapulco, Panamá, el Callao y Manila, luego Shanghai. Cargaban metales preciosos y diversas mercancías para volver con sedas, especias y porcelanas, muy buscadas por las clases coloniales acomodadas de México o Perú.<br />
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Mucho después, desde los años 70 del siglo XX, Japón es relevante socio comercial e inversor en dos de las tres Américas. En el medio, siglo XVII, flotas protestantes –inglesas, holandesas- expulsaban a españoles y portugueses católicos de los mercados chino y nipón (el último reducto aún lleva nombre latino, Formosa). Pero la velocidad y escala del avance chino actual son absolutamente inéditas.</p>
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Sin duda, China pesa en la geopolítica de Sudamérica
Antes un feudo de Washington, la región se vuelve hacia Beijing, mientras Barack Obama recorre la zona asiática. Sudamérica también se aleja de Europa occidental. Un caso basta: Perú exportará cobre a Shanghai y la mina la abrió Chinalco a un costo de US$ 2.200 millones.