Sin alternativa a la vista. Sólo un partido

Los politólogos lo llaman “unipartidismo por predominio”: existen muchos partidos legales pero sólo uno ejerce el poder político y ha accedido al poder por medio de elecciones libres. El régimen bipartidista argentino ha caído ahora en esa categoría.

14 abril, 2008

Por Daniel Alciro
Teóricamente, los otros partidos están en condiciones de hacer lo mismo. Si no lo logran es porque ninguno de ellos tiene los votos suficientes.
En los regímenes totalitarios, es distinto. Hay un solo partido legal. Los demás están proscriptos o subordinados al partido del Estado:

• China: Partido Comunista Chino (PCC). Nominalmente, hay otros ocho partidos, muy pequeños, que en realidad son sucursales del PCC.
• Corea del Norte: Partido de los Trabajadores Coreanos (PTC). Nominalmente, hay otros dos partidos: el Socialista Democrático y uno compuesto por los seguidores de la religión Chondogyo, propia de Corea. Sin embargo, estos otros dos partidos son sucursales del PTC.
• Cuba: Partido Comunista Cubano (PCC). Los demás, están proscriptos.
• Laos: Partido Revolucionario del Pueblo de Laos (PRPL). Los demás, están proscriptos.
• Vietnam: Partido Comunista de Vietnam (PCV). Los demás, están proscriptos.

Hegemonía legitimada
El panorama es más heterogéneo en el caso del “unipartidismo por predominio”. Sin embargo, cuando el partido predominante es muy fuerte, las elecciones son un mero trámite. Los opositores, que no representan una alternativa verosímil, no tienen a menudo poder para controlar, ya que están en franca minoría en el Parlamento.
Hay partidos predominantes que se legitiman mediante elecciones internas. Otros, como el que hoy gobierna la Argentina, no ofrecen siquiera ese rasgo democrático.
El peligro es que, de esta manera, las elecciones sean una mera formalidad. Aunque no haya una dictadura, puede haber una hegemonía legitimada, que dé lugar a muchas arbitrariedades.

El modelo ruso
Vladimir Putin podría decir: “En mi país, todo el que quiera, tiene un partido”. Además del suyo, Rusia Unida, hay una larga lista:
• Agrario
• Comunista
• Democrático
• Fuerza Cívica
• Liberal Democrático
• Renacimiento de Rusia
• Patriotas de Rusia
• Paz y Unidad
• Unión del Pueblo
• Justicia Social
• Unión de las Fuerzas de Derecha
• Rusia Justa
• Verde
• Yabloko (Liberal)
Sin embargo, en diciembre último, las elecciones parlamentarias mostraron el neto predominio de Rusia Unida. El partido oficialista obtuvo 63,3% de los votos. Segundo fue el Partido Comunista, con apenas 11,7%. El resto se distribuyó entre los diversos micropartidos
El oficialismo alcanzó, de este modo, 315 de las 450 bancas de la Duma. Con un agregado: algunos partidos minoritarios actúan en el Parlamento ruso como “ayudantes o compinches” de Putin. Así lo asegura el líder comunista Gennady Zyuganov, quien sostiene: “Esto no es un parlamento sino una rama del Kremlin”.
El pasado 15 de enero, la agencia rusa de información, Novosti, reconoció: “Rusia se mueve hacia el unipartidismo por predominio”. Y agregó sin ambages: “Rusia Unida es Putin”.
La frase, en realidad, es un lugar común entre los partidarios del líder ruso. Ya Andrei Tatarinov, un miembro de la Joven Guardia, había declarado a la BBC a fines del año pasado: “Rusia Unida es Putin. Para nosotros, Putin es mucho más que un Presidente. Rusia era como una nación sin un padre. En el extranjero se la asociaba con el vodka y los osos; gracias a Putin, hoy se la considera un peso pesado. Y él ha traído, además, la estabilidad. Putin dejará la presidencia, pero seguirá siendo el líder”.
No sólo “seguirá siendo un líder”. Con Putin de Presidente, el cargo de Primer Ministro –que desde 2007 ocupa Viktor Zubkov– ha sido simbólico. Ahora, con Putin de Primer Ministro, la que será simbólica será la Presidencia.
Por empezar, fue el propio Putin quien designó a su sucesor formal. Puso, “a dedo”, a Dmitry Medvedev, hombre de su extrema confianza.
En la Argentina, hay quienes piensan que, al dejarle el sillón de Rivadavia a su esposa, Néstor Kirchner eligió una estrategia que guarda reminiscencias con la de su antiguo par ruso. El domingo 10 de febrero, los dos principales columnistas de La Nación, se ocuparon del tema. Mariano Grondona se preguntó: “¿Hasta dónde llegará el poder del ex Presidente?”. Joaquín Morales Solá, por su parte, sostuvo que “el protagonismo de Kirchner afecta a la Presidenta”, y sugirió que “él sigue mandando en el Gobierno a través de ella”.

El modelo mexicano
Hay, en el argentino Frente para la Victoria, quienes sueñan con una hegemonía que trascienda al líder inicial.
El peronismo fue invencible con Perón, y sobrevivió a aquel líder carismático. Pero siempre debió convivir con una fuerza que lo hostigaba, que le ganó dos veces merced a proscripciones y que por fin, en 1983 y 1999, le ganó limpiamente.
Ahora, el ideal justicialista es congelar la situación de los últimos tiempos: un partido predominante, a quien nadie le hace sombra y no tiene, por lo mismo, nada que temer o negociar.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se fundó en 1946, pero sus antecedentes se remontan a 1929, cuando Plutarco Elías Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), y 1938, cuando Lázaro Cárdenas transformó al PNR en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), base del PRI.
Esa fuerza, con sus distintos nombres, presidió el país desde 1924 hasta 2000. No sólo tuvo a su cargo el Ejecutivo, sino que controló el Congreso y hasta el poder judicial. Lo hizo en la nación y lo hizo, también, en los estados o provincias.
Todo Presidente de México surgía del PRI; y no de una elección interna. Lo designaba su antecesor mediante un procedimiento cuasi-monárquico que los mexicanos bautizaron de manera apropiada: “dedazo”. El dedo de un Presidente designaba a quien iba a sucederlo.
Los otros partidos parecían inexistentes y, de hecho, en 1976 el candidato del PRI, José López Portillo no tuvo rival. Ninguna otra fuerza compitió por la Presidencia.
En la primera etapa de su reinado, el PRI se sostuvo sobre el prestigio que le dieron el crecimiento económico y la estabilidad política.
Los últimos años del siglo 20 mostraron al partido en un creciente deterioro, al cual contribuyeron: el movimiento estudiantil de 1968 y su brutal represión (matanza de Tlatelolco), la crisis de la deuda (70 y 80), la deserción de dirigentes como Cuauhtémoc Cárdenas (hijo de Lázaro) que formaron el Partido de la Revolución Democrática (PRD; 1989), la toma de una parte de Chiapas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (1994), el sospechoso asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio (1994) y los actos de corrupción.
En 2000, Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN) ganó las elecciones presidenciales, pero el PRI conservó la mayoría relativa en el Congreso.
Seis años más tarde, el gran partido de antaño sufrió una debacle: las nuevas elecciones presidenciales fueron ganadas por Felipe Calderón (del PAN), con 35,89%; y segundo llegó Andrés Manuel López Obrador (del PRD). El candidato del PRI, Roberto Madrazo Pintado, quedó realmente pintado: tercero, con 22,26%. Además, su partido no ganó ni una sola gobernación.
Sin embargo, el año pasado el PRI recuperó algunas gobernaciones y, hoy gobierna 18 estados (el PAN, 8; el PRD, 5 más el Distrito Federal) y en las encuestas, a escala nacional, el viejo partido ha vuelto a ubicarse por encima del PAN y el PRD.
Quienes conocen a Kirchner creen que, sobre la base del viejo justicialismo, e incorporando restos de radicalismo y otras fuerzas, él pretende consolidar un partido como el PRI: “duro de matar”, dispuesto a ejercer el “unipartidismo por predominio” por largos años, y capaz de remontar, llegado el momento, las situaciones más adversas.

El caso argentino
El caudal del justicialismo se ha mantenido, a lo largo de un cuarto de siglo de democracia, entre 40 y 50 % de los votos.
Con ese caudal, a veces perdió y a veces ganó sin convertirse en hegemónico.
La oportunidad de establecer un “unipartidismo por predominio” se la dio la Unión Cívica Radical (UCR), que en 20 años cayó de un espectacular 51,75% (Raúl Alfonsín, 1983) a un misérrimo 2,34% (Leopoldo Moreau, 2003).
A eso contribuyeron la hiperinflación de 1989, que obligó a Alfonsín a anticipar su retiro; y el estallido de la convertibilidad, en 1999, que provocó la caída de Fernando De la Rúa. Pero hubo, también, razones endógenas:
• En 1998, desencantados con la burocracia partidaria, el ex canciller Dante Caputo y otros radicales se afiliaron al Partido Socialista Popular; luego integraron el Frepaso, que atrajo a muchos radicales desencantados.
• En 2001 se separó del partido Elisa Carrió, quien había ingresado de la mano de Alfonsín y había apoyado a de la Rúa. Algunas disidencias, políticas y económicas, la llevaron a formar un nuevo partido: el ARI. No creyó que hubiera espacio para disputar el control y la orientación de la UCR.
• En 2002 se alejó Ricardo López Murphy, que había sido ministro de la Rúa y, también, formó un nuevo partido: Recrear. Como Carrió, creyó que no había margen para pelear por el control del radicalismo.
• En 2003, el ex vicepresidente del partido, Melchor Posse, se unió a un sector del peronismo como compañero de fórmula de Adolfo Rodríguez Saá.
Ese mismo año, durante una interna signada por el fraude, el candidato de la UCR apenas superó 2%.
• El año pasado, cinco de los seis gobernadores radicales se convirtieron en “K” (aliados de Kirchner) y uno de ellos, Julio Cobos, fue el compañero de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner.
• Margarita Stolbizer acordó con el ARI.
• El radicalismo oficial se alió a Roberto Lavagna, cuyo compañero de fórmula fue el titular del Comité Nacional, Gerardo Morales. Pero Lavagna salió tercero y, después –mediante su acuerdo post-electoral con Kirchner– dejó en posición muy desairada a todos los radicales que habían visto en él una “alternativa”.
La sangría de dirigentes dejó muy débil a la UCR. A la vez, quienes se alejaron del partido no consiguieron construir una fuerza sustituta. Cada uno encontró rápidamente su techo.
La mejor suerte correspondió a Carrió, quien de todos modos tiene un caudal moderado.
López Murphy hizo una buena elección en 2003, pero luego compitió por una banca de senador, en la provincia de Buenos Aires, y llegó quinto, detrás de la gremialista docente Marta Maffei y el actor Luis Brandoni. Tenaz, se presentó como candidato a Presidente el año pasado, y apenas logró 1,43% de los votos, menos que el cineasta Pino Solanas.

Distintos escenarios
El año próximo habrá elecciones parlamentarias, Fernández de Kirchner llegará a la mitad de su mandato y se iniciará la carrera por 2011.
Con vistas a esa carrera, el oficialismo presenta la misma disyuntiva que el año pasado, aunque esta vez con los términos invertidos: “¿pingüina o pingüino?”
Pero, ¿qué puede pasar en las elecciones parlamentarias?
Salvo una crisis económica profunda (que no figura en los pronósticos de nadie) o un escándalo político demoledor (imprevisible), el Frente para la Victoria tiene que ganar esas elecciones con holgura.
Las dificultades para armar listas no frenarán a un partido que domina todo el aparato del Estado nacional y la abrumadora mayoría de las provincias. Propios y aliados encontrarán sitio en el Congreso, las Legislaturas o el Gobierno de la Nación, las provincias o los municipios.
Lo que no está claro es si habrá masa crítica para constituir un frente opositor que ponga límite al poder del oficialismo en el Legislativo.
La reconstrucción del radicalismo es utópica. Habría que unir a los K con los antikirchneristas (es decir, mezclar agua con aceite) y lograr acuerdos con ex radicales tan diferentes y díscolos como Carrió y López Murphy.
Una concertación de centro-izquierda, que asocie al ARI con el socialismo de Hermes Binner y radicales de izquierda como Stolbizer, deberá disputar el mismo espacio electoral en el cual se ha afirmado el oficialismo.
Una fuerza de centro-derecha, liderada por Mauricio Macri, no tendrá un problema semejante. Desde el desmoronamiento de López Murphy, ese espacio no está ocupado por nadie. Sin embargo, Macri tendrá que lidiar con la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (una tarea que el Gobierno nacional se empeña en hacerle más complicada) y no será fácil, para él, dedicarse tanto a la gestión como a la construcción política. Por otro lado, Macri no podrá ser cabeza de lista.
Todo parece indicar que, en el futuro inmediato, la Argentina tendrá que conformarse con el “unipartidismo por predominio”.
Para salir de él, es necesario contar con políticos visionarios, que miren a 2011 y más allá, anticipándose a las desilusiones que inevitablemente causarán quienes gobiernan.
Tratar de ponerle límites ahora, a través de pactos electorales prematuros, será ineficaz y hasta contraproducente.

Por Daniel Alciro
Teóricamente, los otros partidos están en condiciones de hacer lo mismo. Si no lo logran es porque ninguno de ellos tiene los votos suficientes.
En los regímenes totalitarios, es distinto. Hay un solo partido legal. Los demás están proscriptos o subordinados al partido del Estado:

• China: Partido Comunista Chino (PCC). Nominalmente, hay otros ocho partidos, muy pequeños, que en realidad son sucursales del PCC.
• Corea del Norte: Partido de los Trabajadores Coreanos (PTC). Nominalmente, hay otros dos partidos: el Socialista Democrático y uno compuesto por los seguidores de la religión Chondogyo, propia de Corea. Sin embargo, estos otros dos partidos son sucursales del PTC.
• Cuba: Partido Comunista Cubano (PCC). Los demás, están proscriptos.
• Laos: Partido Revolucionario del Pueblo de Laos (PRPL). Los demás, están proscriptos.
• Vietnam: Partido Comunista de Vietnam (PCV). Los demás, están proscriptos.

Hegemonía legitimada
El panorama es más heterogéneo en el caso del “unipartidismo por predominio”. Sin embargo, cuando el partido predominante es muy fuerte, las elecciones son un mero trámite. Los opositores, que no representan una alternativa verosímil, no tienen a menudo poder para controlar, ya que están en franca minoría en el Parlamento.
Hay partidos predominantes que se legitiman mediante elecciones internas. Otros, como el que hoy gobierna la Argentina, no ofrecen siquiera ese rasgo democrático.
El peligro es que, de esta manera, las elecciones sean una mera formalidad. Aunque no haya una dictadura, puede haber una hegemonía legitimada, que dé lugar a muchas arbitrariedades.

El modelo ruso
Vladimir Putin podría decir: “En mi país, todo el que quiera, tiene un partido”. Además del suyo, Rusia Unida, hay una larga lista:
• Agrario
• Comunista
• Democrático
• Fuerza Cívica
• Liberal Democrático
• Renacimiento de Rusia
• Patriotas de Rusia
• Paz y Unidad
• Unión del Pueblo
• Justicia Social
• Unión de las Fuerzas de Derecha
• Rusia Justa
• Verde
• Yabloko (Liberal)
Sin embargo, en diciembre último, las elecciones parlamentarias mostraron el neto predominio de Rusia Unida. El partido oficialista obtuvo 63,3% de los votos. Segundo fue el Partido Comunista, con apenas 11,7%. El resto se distribuyó entre los diversos micropartidos
El oficialismo alcanzó, de este modo, 315 de las 450 bancas de la Duma. Con un agregado: algunos partidos minoritarios actúan en el Parlamento ruso como “ayudantes o compinches” de Putin. Así lo asegura el líder comunista Gennady Zyuganov, quien sostiene: “Esto no es un parlamento sino una rama del Kremlin”.
El pasado 15 de enero, la agencia rusa de información, Novosti, reconoció: “Rusia se mueve hacia el unipartidismo por predominio”. Y agregó sin ambages: “Rusia Unida es Putin”.
La frase, en realidad, es un lugar común entre los partidarios del líder ruso. Ya Andrei Tatarinov, un miembro de la Joven Guardia, había declarado a la BBC a fines del año pasado: “Rusia Unida es Putin. Para nosotros, Putin es mucho más que un Presidente. Rusia era como una nación sin un padre. En el extranjero se la asociaba con el vodka y los osos; gracias a Putin, hoy se la considera un peso pesado. Y él ha traído, además, la estabilidad. Putin dejará la presidencia, pero seguirá siendo el líder”.
No sólo “seguirá siendo un líder”. Con Putin de Presidente, el cargo de Primer Ministro –que desde 2007 ocupa Viktor Zubkov– ha sido simbólico. Ahora, con Putin de Primer Ministro, la que será simbólica será la Presidencia.
Por empezar, fue el propio Putin quien designó a su sucesor formal. Puso, “a dedo”, a Dmitry Medvedev, hombre de su extrema confianza.
En la Argentina, hay quienes piensan que, al dejarle el sillón de Rivadavia a su esposa, Néstor Kirchner eligió una estrategia que guarda reminiscencias con la de su antiguo par ruso. El domingo 10 de febrero, los dos principales columnistas de La Nación, se ocuparon del tema. Mariano Grondona se preguntó: “¿Hasta dónde llegará el poder del ex Presidente?”. Joaquín Morales Solá, por su parte, sostuvo que “el protagonismo de Kirchner afecta a la Presidenta”, y sugirió que “él sigue mandando en el Gobierno a través de ella”.

El modelo mexicano
Hay, en el argentino Frente para la Victoria, quienes sueñan con una hegemonía que trascienda al líder inicial.
El peronismo fue invencible con Perón, y sobrevivió a aquel líder carismático. Pero siempre debió convivir con una fuerza que lo hostigaba, que le ganó dos veces merced a proscripciones y que por fin, en 1983 y 1999, le ganó limpiamente.
Ahora, el ideal justicialista es congelar la situación de los últimos tiempos: un partido predominante, a quien nadie le hace sombra y no tiene, por lo mismo, nada que temer o negociar.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se fundó en 1946, pero sus antecedentes se remontan a 1929, cuando Plutarco Elías Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), y 1938, cuando Lázaro Cárdenas transformó al PNR en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), base del PRI.
Esa fuerza, con sus distintos nombres, presidió el país desde 1924 hasta 2000. No sólo tuvo a su cargo el Ejecutivo, sino que controló el Congreso y hasta el poder judicial. Lo hizo en la nación y lo hizo, también, en los estados o provincias.
Todo Presidente de México surgía del PRI; y no de una elección interna. Lo designaba su antecesor mediante un procedimiento cuasi-monárquico que los mexicanos bautizaron de manera apropiada: “dedazo”. El dedo de un Presidente designaba a quien iba a sucederlo.
Los otros partidos parecían inexistentes y, de hecho, en 1976 el candidato del PRI, José López Portillo no tuvo rival. Ninguna otra fuerza compitió por la Presidencia.
En la primera etapa de su reinado, el PRI se sostuvo sobre el prestigio que le dieron el crecimiento económico y la estabilidad política.
Los últimos años del siglo 20 mostraron al partido en un creciente deterioro, al cual contribuyeron: el movimiento estudiantil de 1968 y su brutal represión (matanza de Tlatelolco), la crisis de la deuda (70 y 80), la deserción de dirigentes como Cuauhtémoc Cárdenas (hijo de Lázaro) que formaron el Partido de la Revolución Democrática (PRD; 1989), la toma de una parte de Chiapas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (1994), el sospechoso asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio (1994) y los actos de corrupción.
En 2000, Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN) ganó las elecciones presidenciales, pero el PRI conservó la mayoría relativa en el Congreso.
Seis años más tarde, el gran partido de antaño sufrió una debacle: las nuevas elecciones presidenciales fueron ganadas por Felipe Calderón (del PAN), con 35,89%; y segundo llegó Andrés Manuel López Obrador (del PRD). El candidato del PRI, Roberto Madrazo Pintado, quedó realmente pintado: tercero, con 22,26%. Además, su partido no ganó ni una sola gobernación.
Sin embargo, el año pasado el PRI recuperó algunas gobernaciones y, hoy gobierna 18 estados (el PAN, 8; el PRD, 5 más el Distrito Federal) y en las encuestas, a escala nacional, el viejo partido ha vuelto a ubicarse por encima del PAN y el PRD.
Quienes conocen a Kirchner creen que, sobre la base del viejo justicialismo, e incorporando restos de radicalismo y otras fuerzas, él pretende consolidar un partido como el PRI: “duro de matar”, dispuesto a ejercer el “unipartidismo por predominio” por largos años, y capaz de remontar, llegado el momento, las situaciones más adversas.

El caso argentino
El caudal del justicialismo se ha mantenido, a lo largo de un cuarto de siglo de democracia, entre 40 y 50 % de los votos.
Con ese caudal, a veces perdió y a veces ganó sin convertirse en hegemónico.
La oportunidad de establecer un “unipartidismo por predominio” se la dio la Unión Cívica Radical (UCR), que en 20 años cayó de un espectacular 51,75% (Raúl Alfonsín, 1983) a un misérrimo 2,34% (Leopoldo Moreau, 2003).
A eso contribuyeron la hiperinflación de 1989, que obligó a Alfonsín a anticipar su retiro; y el estallido de la convertibilidad, en 1999, que provocó la caída de Fernando De la Rúa. Pero hubo, también, razones endógenas:
• En 1998, desencantados con la burocracia partidaria, el ex canciller Dante Caputo y otros radicales se afiliaron al Partido Socialista Popular; luego integraron el Frepaso, que atrajo a muchos radicales desencantados.
• En 2001 se separó del partido Elisa Carrió, quien había ingresado de la mano de Alfonsín y había apoyado a de la Rúa. Algunas disidencias, políticas y económicas, la llevaron a formar un nuevo partido: el ARI. No creyó que hubiera espacio para disputar el control y la orientación de la UCR.
• En 2002 se alejó Ricardo López Murphy, que había sido ministro de la Rúa y, también, formó un nuevo partido: Recrear. Como Carrió, creyó que no había margen para pelear por el control del radicalismo.
• En 2003, el ex vicepresidente del partido, Melchor Posse, se unió a un sector del peronismo como compañero de fórmula de Adolfo Rodríguez Saá.
Ese mismo año, durante una interna signada por el fraude, el candidato de la UCR apenas superó 2%.
• El año pasado, cinco de los seis gobernadores radicales se convirtieron en “K” (aliados de Kirchner) y uno de ellos, Julio Cobos, fue el compañero de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner.
• Margarita Stolbizer acordó con el ARI.
• El radicalismo oficial se alió a Roberto Lavagna, cuyo compañero de fórmula fue el titular del Comité Nacional, Gerardo Morales. Pero Lavagna salió tercero y, después –mediante su acuerdo post-electoral con Kirchner– dejó en posición muy desairada a todos los radicales que habían visto en él una “alternativa”.
La sangría de dirigentes dejó muy débil a la UCR. A la vez, quienes se alejaron del partido no consiguieron construir una fuerza sustituta. Cada uno encontró rápidamente su techo.
La mejor suerte correspondió a Carrió, quien de todos modos tiene un caudal moderado.
López Murphy hizo una buena elección en 2003, pero luego compitió por una banca de senador, en la provincia de Buenos Aires, y llegó quinto, detrás de la gremialista docente Marta Maffei y el actor Luis Brandoni. Tenaz, se presentó como candidato a Presidente el año pasado, y apenas logró 1,43% de los votos, menos que el cineasta Pino Solanas.

Distintos escenarios
El año próximo habrá elecciones parlamentarias, Fernández de Kirchner llegará a la mitad de su mandato y se iniciará la carrera por 2011.
Con vistas a esa carrera, el oficialismo presenta la misma disyuntiva que el año pasado, aunque esta vez con los términos invertidos: “¿pingüina o pingüino?”
Pero, ¿qué puede pasar en las elecciones parlamentarias?
Salvo una crisis económica profunda (que no figura en los pronósticos de nadie) o un escándalo político demoledor (imprevisible), el Frente para la Victoria tiene que ganar esas elecciones con holgura.
Las dificultades para armar listas no frenarán a un partido que domina todo el aparato del Estado nacional y la abrumadora mayoría de las provincias. Propios y aliados encontrarán sitio en el Congreso, las Legislaturas o el Gobierno de la Nación, las provincias o los municipios.
Lo que no está claro es si habrá masa crítica para constituir un frente opositor que ponga límite al poder del oficialismo en el Legislativo.
La reconstrucción del radicalismo es utópica. Habría que unir a los K con los antikirchneristas (es decir, mezclar agua con aceite) y lograr acuerdos con ex radicales tan diferentes y díscolos como Carrió y López Murphy.
Una concertación de centro-izquierda, que asocie al ARI con el socialismo de Hermes Binner y radicales de izquierda como Stolbizer, deberá disputar el mismo espacio electoral en el cual se ha afirmado el oficialismo.
Una fuerza de centro-derecha, liderada por Mauricio Macri, no tendrá un problema semejante. Desde el desmoronamiento de López Murphy, ese espacio no está ocupado por nadie. Sin embargo, Macri tendrá que lidiar con la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (una tarea que el Gobierno nacional se empeña en hacerle más complicada) y no será fácil, para él, dedicarse tanto a la gestión como a la construcción política. Por otro lado, Macri no podrá ser cabeza de lista.
Todo parece indicar que, en el futuro inmediato, la Argentina tendrá que conformarse con el “unipartidismo por predominio”.
Para salir de él, es necesario contar con políticos visionarios, que miren a 2011 y más allá, anticipándose a las desilusiones que inevitablemente causarán quienes gobiernan.
Tratar de ponerle límites ahora, a través de pactos electorales prematuros, será ineficaz y hasta contraproducente.

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