Mientras está en marcha un juicio contra el soldado Bradley Manning por filtrar secretos a Wikileaks, la administración de Estados Unidos enfrenta otro escándalo de espionaje que pone en jaque a Barack Obama: el de Edward Snowden.
El denominador común de ambos casos es el acto de arrepentimiento por haber prestado servicios a un poder que, según expresaron, los utiliza para cualquier fin menos para el interés de los ciudadanos.
El joven Snowden, de 29 años, que había sido subcontratado de la CIA para sus servicios de espionaje informático, ha dejado en estado de shock a toda la clase dirigente, no solo a la Casa Blanca, sino al resto de la Administración y hasta al Congreso, al poner en evidencia el abuso de poder de un Gobierno que actúa a espaldas de los ciudadanos, la prolongación de las estructuras y métodos de seguridad implantados por la anterior Administración, la indisciplina dentro de los servicios secretos y la vulnerabilidad de éstos.
Tras haber filtrado pormenores sobre la vigilancia secreta de las comunicaciones, está ahora en algún lugar, posiblemente de Hong Kong, a la espera de encontrar un refugio seguro o de que las autoridades norteamericanas y chinas decidan sobre su futuro.
No sale de su estupor el Gobierno, que se ha limitado a una breve nota del director de Inteligencia Nacional anunciando una investigación sobre lo sucedido, sin más detalles sobre su alcance o intenciones.
Fuentes cercanas a la Casa Blanca reconocen que Obama se halla en una encrucijada desde que a final de la pasada semana se conocieron los programas secretos de espionaje masivo, y no se decide a intentar su captura y procesamiento.
El presidente de EE.UU. quedó expuesto ante la opinión pública como un mero continuador de la política antiterrorista aplicada por su antecesor, George Bush. Lo hicieron entre un especialista informático que se internó en el mundo de los servicios secretos, el diario The Guardian que le dio cobertura,, y el principal autor de esos artículos, Glenn Greenwald, un abogado y bloguero experto en derechos civiles que desde el año pasado es columnista del periódico británico.
La repercusión fue de tal magnitud que The Washington Post t se sumó contactándolo en un hotel de Hong Kong, donde se alojara hasta ayer, mediante el nombre en clave de Verax.
Snowden se había alistado en el Ejército en 2003 para participar en la guerra de Irak, pero fue dado de baja tras romperse las dos piernas en un entrenamiento.
Aprovechó su talento informático para incursionar en varias compañías privadas que prestan servicio de espionaje al Gobierno norteamericano, la última de ellas Booz Allen Hamilton, bajo cuya nómina estaba actualmente.
Previamente, había trabajado como infiltrado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) en la Universidad de Maryland, y como especialista informático de la CIA en Ginebra y en Japón. A mediados de mayo dejó el puesto para trasladarse a Hong Kong, pero estaba basado en Hawai con un salario de 200.000 dólares anuales.
The Washington Post descubrió que el año pasado Snowden aportó 250 dólares a la campaña presidencial de Ron Paul, quien participó en las primarias del Partido Republicano con un programa radicalmente antiestado, cuyo hijo, Rand Paul, también congresista republicano, anunció su intención de querellar al Gobierno por los programas revelados por Snowden.