A comienzos de 2020, la economía argentina presentaba claros signos de estrés tras dos años de recesión. Se esperaba una nueva caída de la inversión bruta y en el consumo de bienes durables dado el mix de políticas desplegado desde la Ley de Emergencia de fines de diciembre, pero prevalecía la expectativa de que se podría sostener el consumo de bienes no durables a través del impulso fiscal y repetir números positivos en materia de exportaciones netas. Con ello, la economía podría haber caído en promedio algo menos de 2% en 2020.
Sin embargo –como advierte Juan Luis Bour en el último informe de FIEL-, ya al promediar febrero se percibía un aumento del riesgo ante la estrategia de negociación de deuda que se insinuaba desde el Ministerio de Economía y a ello se correspondía una reacción cautelosa de los agentes económicos. Se desplomaban las ventas de automotores y motos (32% y 37% anual, respectivamente), el consumo de cemento a granel (más de 38%) y se desaceleraba el desarme de posiciones financieras.
Desde fines de febrero la realidad de un nuevo shock se impuso a partir de la extensión a nivel mundial del COVID-19, y con ello la economía ingresó a una fase de mayor incertidumbre que derivó, a mediados de marzo, en la imposición de restricciones de circulación a través de una cuarentena cada vez más estricta.
Se desplomaron a partir de allí las ventas de productos y servicios excluyendo básicamente los rubros de alimentación y medicinales, ingresando a la primera etapa o Fase 1 de la crisis (en términos económicos, al menos).
Se trata de un periodo caracterizado por medidas de emergencia que incluyen desde el otorgamiento de pagos excepcionales a población de bajos ingresos, a compensaciones a firmas para el pago de salarios, reducciones de algunos impuestos, distribución de alimentos, etc.
Si bien la cuarentena se definió inicialmente por doce días, se extendió luego por otros doce más (hasta el 13 de abril), desconociéndose aun la fecha y las modalidades que se adoptarán para salir de la misma.
En ese momento recién se estará ingresando a una segunda Fase que, necesariamente, será de exploración, y que probablemente se caracterice por mantener una elevada incertidumbre durante buena parte del invierno. En este contexto, toda proyección sobre el rumbo de la economía se vuelve altamente incierta -mucho más de lo habitual-, ya que a los factores económicos, de política internacional y aun climáticos que solemos incluir, se le agrega el transcurso de un evento de impacto y duración desconocida.
Esperamos una importante caída del PBI durante el segundo trimestre, con un piso de 12 a 13% respecto de igual periodo de 2019, dado el impacto en todas las actividades, pero, en particular, en el comercio, hoteles y restaurantes, la industria y la construcción, sectores que en conjunto representan casi 40% del PBI.
La evolución de la pandemia en el hemisferio norte será una pista que permitirá –es de esperar- vislumbrar una evolución más acotada del fenómeno en nuestro país. La salida de nuestra economía dependerá, sin embargo, mucho más de lo que hagamos desde ahora.