<p> Para George W. Bush, esta ola de turbulencias signa un final de mandato peor que el de otro republicano, Herbert C. Hoover, en 1933. Su largo gobierno, tras inaugurar otra fase de capitalismo estatal –liquidando el modelo anglosajón pergeñado por el monetarismo neoclásico-, no logra explicarle al público qué hace o por qué.</p>
<p> Esta tarea les cabe a Henry Paulson (hombre de Goldman Sachs en hacienda) y Benjamin Bernanke, experto universitario en crisis financieras antes de llegar a la Reserva Federal. Paulson tiene una fortuna personal de US$ 700 millones -¿dónde estará colocada? ¿en Bahamas?-, pero no logra comunicarse con legisladores, dirigentes políticos ni la gente. Como Bernanke, tampoco tiene respuestas cuando comités de diputados o senadores y el candidato oficialista John McCain le preguntan cuándo o como concluyen las turbulencias que, bien mirados, empezaron en agosto de 2007.</p>
<p> El drama queda agudamente ilustrado en una viñeta que el “Corriere Della Serra” lleva en primera página este jueves. La efigie de George Washington, desde un billete de dólar, le alcanza a Bush una pila de billetes. “Acá tiene el préstamo ¿y la garantía?”, inquiere. “Una hipoteca sobre la Casa Blanca –replica el presidente-, pero no le diga nada a McCain”.</p>
<p> Más allá de amplias diferencias entre 1929 y 2008 (entonces no había jugadores como Japón, China, India, Brasil, Rusia o los exportadores petroleros, todavía no acoplados a este desmadre), lo sucedido en Walla Serret y Londres es un clásico. El negocio financiero –hoy le dicen “industria”, una ironía cruel: sólo fabrica globos- produjo dos burbujas en doce años, la puntocom y la inmobiliaria. La segunda desembocó en una doble crisis de malas hipotecas e iliquidez. La causa final remite a los tulipanes holandeses del siglo XVII: es la codicia, en contextos mal o no regulados. Los grandes pensadores de los siglos XIX y XX llamaban a eso “capitalismo salvaje” o, sencillamente, especulación pura.</p>
<p> La manía hoy en crisis se tradujo en hipotecas de mala calidad –o sea a deudores de escasa solvencia- y cotizaciones bursátiles que (como las firmas puntocom antes) alcanzaron niveles absurdos. En ese paño apostaban Northern Rock, las constructoras españolas, Bear Stearns, Lehman Brothers, American International Group, Merrill Lynch, HBOS, Citigroup, Wachovia y tantos más. Pero la mayoría de economías emergentes o periféricas. No por lo que imagina Cristina Fernández Kirchner –cuyas parrafadas sólo entretienen a desorientados bonistas-, sino simplemente porque no tienen plata ni crédito para poner fichas en el gran casino occidental.</p>
<p> Al desmoronarse la pirámide hipotecaria, los bonos, los paquetes de obligaciones y hasta los contratos derivados –esos fantasmas que revolotean desde fines de los 80 y tantos analistas “serios” nunca mencionan- perdieron valor real. En último término, los bancos comerciales que financiaban “la gran aventura” dejaron de prestar. Eso generó la actual iliquidez, no sin poner a las entidades ante un dilema: como meros intermediarios del dinero (por eso no son una industria), pueden “hacer cualquier cosa con él, menos sentársele encima”, decía John K. Galbraith.</p>
<p> Entra aquí en escena el estado, ése mismo que los neoclásicos habían reducido al papel de mero espectador, por momentos bobo. Claro que sin llegar a extremos como el de la Argentina convertible. Ahora Robert Rubin se acuerda de John M. Keynes o Thomas Friedman aquella “Resolution Trust Corporation”, usada hace 25 años para superar la crisis en ahorro y préstamo para vivienda (los célebres “bonos chatarra” de Michael Milken). Aun imitando ese instrumento “heterodoxo”, después será preciso restringir colocaciones apalancadas, hipotecas tóxicas, aseguradoras imprudentes y fondo de cobertura (o sea, derivativos). </p>
¿Se agota finalmente el modelo capitalista anglosajón?
Wachovia negocia comprar Morgan Stanley y cae 24%. Goldman Sachs, la otra firma de valores supérstite, cede 14% mientras gestiona la venta de Washington Mutual (líder en ahorro y préstamo para vivienda). Lloyds toma Halifax Bank of Scotland.