Se acerca 2006 y proliferan incógnitas sobre EE.UU.

La extrema dureza del Fondo Monetario sobre el endeudamiento crónico norteamericano reaviva un debate que lleva años. ¿Cómo será el aterrizaje de Estados Unidos, especialmente si siguen pinchándose las ilusiones del público?

20 octubre, 2005

Sin duda, como señalan desde el FMI hasta Joseph Stiglitz o Paul Krugman, van perdiendo firmeza las bases que apuntalan el desmedido gasto del gobierno y los consumidores. Eso lleva a dos interrogantes: ¿la economía mundial marcha bien o mal? ¿existe realmente un “continuum” económico global?…

Si se toma el ritmo del producto bruto mundial, el panorama es positivo. Pero, claro, se trata de una proyección del Fondo (4,3% este año) y, desde hace bastante tiempo, sus estadígrafos suelen equivocarse más de lo admisible. No ocurre igual con el PBI norteamericano: su magro 3,6% contrasta con el 6% de ese mismo parámetro que representa el déficit de cuenta corriente en pagos externos. A su vez, estos US$ 660.000 millones empalidecen ante el endeudamiento del público (7,5 billones).

En resumen, la economía mundial ofrece un perfil muy desigual. El mayor bloque, la Unión Europea, crece poco y sufre desempleo casi crónico; el segundo, EE.UU., vive de prestado. Por tanto, el horizonte contiene demasiadas incertidumbres con vistas a 2006 y, temen muchos expertos, a todo el segundo lustro del siglo XXI.

En cuanto a otro factor, la inflación, es posible que deban aceptarse en el futuro niveles más cercanos a las economías dependientes –Brasil o Argentina, por ejemplo, no valen ya las metas de la ortodoxia monetarista (inferiores al crecimiento del PBI, claro). Primero, porque los hidrocarburos no tienen visos de volver a precios consistentes con ese tipo de objetivos. Segundo porque, como presumía hace algunos años un estudio de BNP-Paribas, “una inflación próxima a 7/9% anual podría ser –durante un tiempo- un buen estimulante de la economía real. Por de pronto, en Washington piensan ya en 5% anual.

Sea como fuere, algunas fuentes actuales de “crecimiento estadigráfico” no podrán sostenerse por siempre. Es el caso de los déficit fiscal, comercial y de pagos en EE.UU. Tampoco es razonable suponer que China e India mantengan indefinidamente el presente ritmo de sus PBI (8,5 a 9% anual). Ahora bien, aun si el sucesor de George W. Bush consigue un equipo económico de mejor calidad que el actual y se decide a ir frenando la expansión del consumo público y el gasto fiscal ¿cuántos años le llevará la tarea?

Aun si la Casa Blanca siguiese empeñada en ignorar la realidad ¿quiénes se encargarían de abrirle los ojos? ¿la gente, dejando de gastar tanto a cuenta? ¿o los inversores externos, entre ellos los bancos centrales que tienen billones de dólares en deuda norteamericana? La primera pregunta remite, en efecto, al potencial inflacionario del endeudamiento y la inevitable retracción en tomas de crédito que provocaría un alza de intereses. Por ejemplo, si pinchase la burbuja inmobiliaria iniciada en 2001 (quizás el legado socialmente más desastroso de Alan Greenspan y su gestión en la Reserva Federal, aunque Martín Pérez Redrado no lo haya advertido.

En general, economistas, analistas y operadores creen que la estampida se iniciará entre inversores del exterior, inclusive los institucionales. Por ejemplo, los bancos centrales del Pacífico occidental podrían dejar de comprar tantos bonos federales. Ni siquiera haría falta que vendiesen sus actuales tenencias: la menor demanda de dólares y activos en esa moneda bastaría para enfriar el mercado especulativo global.

En esas circunstancias, debe admitirse que el propio público y los managers norteamericanos son optimistas, aunque crean no serlo. Recientes sondeos de la universidad de Michigan –conocida por su indicador mensual sobre expectativas de consumidores, en sí un ejercicio de psicología conductista- señalan que público y ejecutivos, por vez primera desde 2001, esperan tasa de inflación superiores a 3% anual entre 2006 y 2015. Como signo de alarma, no es serio: en septiembre, la Reserva Federal ubicó en 3,75% anual el tipo básico de cortísimo plazo y, este mes, probablemente lo eleve a 4%. Aun olvidando los huracanes, los gurúes de Michigan parecen vivir en otro planeta.

Sin duda, como señalan desde el FMI hasta Joseph Stiglitz o Paul Krugman, van perdiendo firmeza las bases que apuntalan el desmedido gasto del gobierno y los consumidores. Eso lleva a dos interrogantes: ¿la economía mundial marcha bien o mal? ¿existe realmente un “continuum” económico global?…

Si se toma el ritmo del producto bruto mundial, el panorama es positivo. Pero, claro, se trata de una proyección del Fondo (4,3% este año) y, desde hace bastante tiempo, sus estadígrafos suelen equivocarse más de lo admisible. No ocurre igual con el PBI norteamericano: su magro 3,6% contrasta con el 6% de ese mismo parámetro que representa el déficit de cuenta corriente en pagos externos. A su vez, estos US$ 660.000 millones empalidecen ante el endeudamiento del público (7,5 billones).

En resumen, la economía mundial ofrece un perfil muy desigual. El mayor bloque, la Unión Europea, crece poco y sufre desempleo casi crónico; el segundo, EE.UU., vive de prestado. Por tanto, el horizonte contiene demasiadas incertidumbres con vistas a 2006 y, temen muchos expertos, a todo el segundo lustro del siglo XXI.

En cuanto a otro factor, la inflación, es posible que deban aceptarse en el futuro niveles más cercanos a las economías dependientes –Brasil o Argentina, por ejemplo, no valen ya las metas de la ortodoxia monetarista (inferiores al crecimiento del PBI, claro). Primero, porque los hidrocarburos no tienen visos de volver a precios consistentes con ese tipo de objetivos. Segundo porque, como presumía hace algunos años un estudio de BNP-Paribas, “una inflación próxima a 7/9% anual podría ser –durante un tiempo- un buen estimulante de la economía real. Por de pronto, en Washington piensan ya en 5% anual.

Sea como fuere, algunas fuentes actuales de “crecimiento estadigráfico” no podrán sostenerse por siempre. Es el caso de los déficit fiscal, comercial y de pagos en EE.UU. Tampoco es razonable suponer que China e India mantengan indefinidamente el presente ritmo de sus PBI (8,5 a 9% anual). Ahora bien, aun si el sucesor de George W. Bush consigue un equipo económico de mejor calidad que el actual y se decide a ir frenando la expansión del consumo público y el gasto fiscal ¿cuántos años le llevará la tarea?

Aun si la Casa Blanca siguiese empeñada en ignorar la realidad ¿quiénes se encargarían de abrirle los ojos? ¿la gente, dejando de gastar tanto a cuenta? ¿o los inversores externos, entre ellos los bancos centrales que tienen billones de dólares en deuda norteamericana? La primera pregunta remite, en efecto, al potencial inflacionario del endeudamiento y la inevitable retracción en tomas de crédito que provocaría un alza de intereses. Por ejemplo, si pinchase la burbuja inmobiliaria iniciada en 2001 (quizás el legado socialmente más desastroso de Alan Greenspan y su gestión en la Reserva Federal, aunque Martín Pérez Redrado no lo haya advertido.

En general, economistas, analistas y operadores creen que la estampida se iniciará entre inversores del exterior, inclusive los institucionales. Por ejemplo, los bancos centrales del Pacífico occidental podrían dejar de comprar tantos bonos federales. Ni siquiera haría falta que vendiesen sus actuales tenencias: la menor demanda de dólares y activos en esa moneda bastaría para enfriar el mercado especulativo global.

En esas circunstancias, debe admitirse que el propio público y los managers norteamericanos son optimistas, aunque crean no serlo. Recientes sondeos de la universidad de Michigan –conocida por su indicador mensual sobre expectativas de consumidores, en sí un ejercicio de psicología conductista- señalan que público y ejecutivos, por vez primera desde 2001, esperan tasa de inflación superiores a 3% anual entre 2006 y 2015. Como signo de alarma, no es serio: en septiembre, la Reserva Federal ubicó en 3,75% anual el tipo básico de cortísimo plazo y, este mes, probablemente lo eleve a 4%. Aun olvidando los huracanes, los gurúes de Michigan parecen vivir en otro planeta.

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