El objetivo es diversificarse en actividades industriales y de servicios, con el sector privado en primera fila.
El descenso de los precios petroleros que ha llegado a niveles no imaginados –y que son consecuencia directa de la estrategia saudita en su afán por recuperar participación de mercado- sentó las bases de la ambiciosa reforma proyectada. Saudi Aramco, la petrolera estatal, cotizará 5% de la empresa en las bolsas mundiales, lo que seguramente le dará un valor de US$ 2 billones (millones de millones) para el total de la empresa.
La “visión 2030” es producto del impulso proporcionado por Mohammed bin Salman, príncipe en segundo lugar en la línea de sucesión y favorito del actual monarca Salman bin Abdulaziz. 90% de los actuales ingresos anuales del reino provienen del petróleo, lo que da una idea de la magnitud de la revolución anunciada. Lo que sí parece exagerada es la presunción del joven príncipe de 30 años, que asegura que en apenas cuatro años más, cesará la dependencia petrolera.
El producido de la venta de ese 5% de las acciones de la petrolera estatal, engrosará el fondo soberano (ahorro acumulado de ingreso petrolero por décadas) que actualmente es de US$ 3 billones (el más grande del mundo).
Estos movimientos implican una profunda reestructuración de la organización estatal, un pronto desarrollo de un escuálido sector privado, y sobre todo la estrella ascendente del joven príncipe que puede llegar a ser rey en unos años.
Los analistas económicos occidentales oscilan entre la incredulidad y el pesimismo. Señalan que para lograr tan ambiciosos objetivos el país entero debe alinearse tras el objetivo, y en especial un magro sector privado acostumbrado a desconfiar de la arbitrariedad real.
La meta central del programa es que para 2030, los ingresos no petroleros asciendan a US$ 43 mil millones anuales, y que el sector privado controle entre 40 a 65% del PBI.