Protesta estudiantil en EE.UU.

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Además de temas específicos, reniegan de un presidente que elogia la ignorancia.

La comunidad educativa no olvida que en febrero de 2016 Trump dijo, al celebrar su victoria en Nevada, “amo a los que tienen poca educación”. Trump es la última edición del antiintelectualismo tan profundamente enraizado en la política norteamericana, un sentimiento que desconfía del intelecto y de los intelectuales.

 

No es de extrañar entonces que lo que comenzó como una reacción a la masacre en el colegio Parkland, Florida, fuera creciendo al combinarse con la protesta por el escaso financiamiento a la educación pública, el fenomenal aumento de la deuda estudiantil y la indiferencia del presidente Trump ante la necesidad de mejorar el financiamiento a la educación pública. Así, para ponerlo en términos de dicotomía, colocan de un lado los derechos libertarios (como el derecho a portar armas o a pagar pocos impuestos) y del otro el bien común.

 

El gobierno ha intentado torpemente presentar a los estudiantes como jovenzuelos consentidos, adoctrinados por sus padres liberales para hacer peligrar la Segunda Enmienda (la que habla del derecho inalienable de los ciudadanos a portar armas).

 

La protesta, que comenzó en el aula, por la violencia y los bajos sueldos, se ha convertido ahora en una batalla de principios, donde lo que está en juego es el “American way of life”. Los obstáculos para adquirir conocimiento se han convertido en la principal fuente de inequidad social. Que el gobierno haya optado por bajarle los impuestos a las empresas en lugar de financiar más generosamente a la educación es un problema que no va a desaparecer en el futuro inmediato.

 

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