Productividad, una obsesión legada por Greenspan

Hace diez años, Alan Greenspan –presidente del Sistema de Reserva Federal- empezó a decir que Estados Unidos ingresaba a una fase de mayor productividad. O sea, crecimiento sin inflación. Al despedirse en Jackson Hole, insistió en el mito.

2 septiembre, 2005

Mientras Greenspan inicia los trámites de jubilación –aún sin sucesores a la vista-, Estados Unidos afronta una contracción en el ritmo de esa “productividad” que, sostienen desde hace tiempo Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros, es imaginaria. Es decir, sólo refleja caidas de empleo registradas en 1988-92 y 2001-3, siendo presidentes Bush padre e hijo.

Irónicamente, la sostenida recreación de empleo desde 2003 (el índice de desempleo urbano fue cediendo de 6,2 a 5%), hasta recobrar 1.300.000 puestos laborales en el primer semestre de este año, representa “una amenaza a la productividad. Al bajar el número de desocupados, el salario se recobra a mayor ritmo que la productividad, y eso es inflacionario” La fase proviene de ese reducto decimonónico, “The economist”, que no atina a identificar trabajadores con consumidores.

La incógnita del momento, para el comité de política monetaria de la RF, reside si la economía retomará tendencias básicas posteriores de 1995 o a los sacudones del lapso 1973-94. No debe olvidarse que los años 70 incluyen dos crisis petroleras más intensas aun que la iniciada en 2004. Tampoco debe olvidarse la emergencia nacional creada por el cataclismo de Luisiana y crudos a más de US$ 70 el barril. Aunque Wall Street y Londres vivan una euforia creada por las escandalosas ganancias de las compañías petroleras (a las que EE.UU. debiera imponerles un impuesto excepcional para financiar rescates y reconstrucciones).

Por supuesto, Greenspan y sus colegas creen que los costos laborales crecen hoy porque se reactiva la economía, pese a tasas referenciales que han pasado de 1% anual en julio de 2004 al 3,75% que –probablemente- se resuelva este mes y pueden superar 4% a fin de año.

De un modo u otro, el tema productividad –real o supuesta- seguirá pesando de los debates. Los ortodoxos insisten en que, si la producción crece más despacio que los salarios, las empresas tenderán a subir precios. Si aquélla acompaña los costos laborales (por cambios en tecnologías o en modelos de negocios), el avance de empleo y salarios no generará inflación. Pero, claro, este tipo de hipótesis “puras” se hará humo si no se frenan al alza de hidrocarburos ni el aumentos de los fenomenales déficit que afectan a Estados Unidos (pese al “optimismo fundamentalista” de Greesnpan y Benjamin Bernanke).

Mientras Greenspan inicia los trámites de jubilación –aún sin sucesores a la vista-, Estados Unidos afronta una contracción en el ritmo de esa “productividad” que, sostienen desde hace tiempo Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros, es imaginaria. Es decir, sólo refleja caidas de empleo registradas en 1988-92 y 2001-3, siendo presidentes Bush padre e hijo.

Irónicamente, la sostenida recreación de empleo desde 2003 (el índice de desempleo urbano fue cediendo de 6,2 a 5%), hasta recobrar 1.300.000 puestos laborales en el primer semestre de este año, representa “una amenaza a la productividad. Al bajar el número de desocupados, el salario se recobra a mayor ritmo que la productividad, y eso es inflacionario” La fase proviene de ese reducto decimonónico, “The economist”, que no atina a identificar trabajadores con consumidores.

La incógnita del momento, para el comité de política monetaria de la RF, reside si la economía retomará tendencias básicas posteriores de 1995 o a los sacudones del lapso 1973-94. No debe olvidarse que los años 70 incluyen dos crisis petroleras más intensas aun que la iniciada en 2004. Tampoco debe olvidarse la emergencia nacional creada por el cataclismo de Luisiana y crudos a más de US$ 70 el barril. Aunque Wall Street y Londres vivan una euforia creada por las escandalosas ganancias de las compañías petroleras (a las que EE.UU. debiera imponerles un impuesto excepcional para financiar rescates y reconstrucciones).

Por supuesto, Greenspan y sus colegas creen que los costos laborales crecen hoy porque se reactiva la economía, pese a tasas referenciales que han pasado de 1% anual en julio de 2004 al 3,75% que –probablemente- se resuelva este mes y pueden superar 4% a fin de año.

De un modo u otro, el tema productividad –real o supuesta- seguirá pesando de los debates. Los ortodoxos insisten en que, si la producción crece más despacio que los salarios, las empresas tenderán a subir precios. Si aquélla acompaña los costos laborales (por cambios en tecnologías o en modelos de negocios), el avance de empleo y salarios no generará inflación. Pero, claro, este tipo de hipótesis “puras” se hará humo si no se frenan al alza de hidrocarburos ni el aumentos de los fenomenales déficit que afectan a Estados Unidos (pese al “optimismo fundamentalista” de Greesnpan y Benjamin Bernanke).

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