<p>En un trimestre, se han celebrado comicios en tres países. En todas las ocasiones, se han impuesto partidos islámicos cuyos nombres (Justicia y Desarrollo, Libertad y Justicia) remiten generalmente al modelo turco de la primera posguerra. La excepción, pese a la semejanza de designaciones, es Egipto, donde Libertad y Justicia no emula el proyecto de Mustafá Kemal Atatürk, sino que es manifestación de la poderosa Hermandad Musulmana (fundada en 1928), visceralmente egipcia.<br />
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En El Cairo, concluían tres jornadas, a su vez del primer ciclo político que culmina el 11 de marzo. Mientras tanto, en Libia el Consejo Nacional de Transición no sabe si imponer la shariyá, ley musulmana, o mantener el régimen “laico” del difunto Muammar Ghadafi. En síntesis, el decurso de la “primavera norafricana” (si no árabe) es por demás irregular.<br />
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En contraste, la participación popular en las calles virtualmente no ha cedido salvo en el “megafeudo” saudí, que no roza África. Por otra parte, tras presiones de Riyadh (tan luego), el presidente vitalicio yemení, Alí Mohammed Saleh ha convocado a la oposición para una reforma constitucional. “Internado” desde hace meses en Saudiarabia, el autócrata parece haber cerrado un ciclo de 30 años.<br />
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Dejando Yemen al margen (crisol donde convergen tribus sunníes, shihíes, militares y una población urbana muy activa), cerca de concluir el año Egipto parece deslizarse hacia la Hermandad Musulmana en versión moderada. Respecto de Libia, el cuadro es confuso. No hay siquiera un Ennahda al estilo tunecino. En el otro extremo de los matices, la feroz guerra civil siria desvela a Líbano, Iraq y Turquía.<br />
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Primavera árabe, ¿una ilusión óptica sin votos?
Hasta ahora, llenar plazas públicas con jóvenes progresistas, mayormente laicos, no basta en muchos casos- para ganar elecciones. Como sugieren Túnez, Marruecos, Libia y Egipto, los votos marchan en otro sentido, especialmente en el religioso.