En ese artículo Lord Layard – profesor en la London School of Economics – dio una breve clase de historia mencionando el Iluminismo, aquella corriente de pensamiento que dominó principalmente en Inglaterra y Francia durante el siglo XVIII y que creía en el progreso perpetuo y en el poder de la razón para resolver todos los problemas humanos y lograr un estado de felicidad y perfección material y espiritual. <br />
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Layard cree que se ha vuelto absolutamente necesario en la actualidad encontrar una respuesta a la pregunta “¿qué es progreso?”. Èl la encuentra en el movimiento del iluminismo anglosajón, para el que progreso era reducción de la miseria y aumento de la felicidad. Creación de riqueza e innovación eran simples instrumentos para llegar a la meta final: la felicidad. <br />
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De manera que debemos abandonar la adoración del dinero y crear una sociedad más humana donde el criterio sea la calidad de la experiencia humana. Siempre y cuando recibamos un salario acorde a nuestra productividad, podemos elegir el que consideremos el mejor estilo de vida. <br />
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¿Y qué involucraría lo anterior? El punto de partida es que, a pesar de la creación masiva de riqueza, la felicidad no ha aumentado desde los años 1950 en Estados Unidos o Gran Bretaña o en Alemania Occidental. Ningún investigador cuestiona estos hechos. Por consiguiente, el crecimiento no es la meta por la que debamos realizar grandes sacrificios. En particular, no deberíamos sacrificar la fuente más importante de felicidad que es la calidad de las relaciones humanas: en la casa, en el trabajo y en la comunidad. Hemos sacrificado gran parte de ellas en el nombre del crecimiento de la eficiencia y la productividad. <br />
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Más que nada, hemos sacrificado nuestros propios valores, dice Layard. En la década de 1960, 60% de los adultos creía que “se podía confiar en la mayoría de la gente”. Hoy sólo 30% da esa contestación en Gran Bretaña y Estados Unidos. Cayó la confianza, no sólo en el sector bancario sino en la vida familiar y en la vida laboral. <br />
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Cada vez más, el interés privado parece ser lo único que motiva a las personas y la competencia entre individuos, la única manera de sacar lo mejor de ellos. Eso, por lo general, no genera un lugar de trabajo feliz pues la competencia por lograr estatus es un juego de suma cero. Necesitamos, en cambio, una sociedad basada en actividades de sumas positivas. Los seres humanos son una mezcla de egoísmo y altruísmo pero generalmente se sienten mejor trabajando para ayudarse que para anularse. <br />
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La sociedad se ha vuelto demasiado individualista, con demasiada rivalidad y poco propósito común. Idolatramos el éxito y el estatus y así debilitamos nuestro respeto mutuo. En este sentido, sin embargo, los países escandinavos se diferencian. Han logrado combinar economías sólidas con bastante igualdad y respeto mutuo. <br />
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Para crear una sociedad basada en la confianza hay que comenzar en la escuela, o antes. Los niños deben aprender que la vida más noble es aquella que produce la menor cantidad de miseria y la mayor cantidad de felicidad en el mundo. Esa regla debe aplicarse también a la vida profesional y de negocios. La gente debe hacer trabajos útiles a la sociedad y no hacer ganancias con papeles. Y todas las profesiones – incluidos periodismo, publicidad y negocios – deben tener un código ético claro y profesional que deberá ser observado por sus miembros. <br />
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Por un capitalismo que sea menos egoísta
Un catedrático inglés, Sir Richard Layard, publicó recientemente en el Financial Times una columna que no pasó desapercibida. En ella pidió abandonar la adoración del dinero y crear una sociedad más humana.