Pese a Kaspárov, la pelea es entre Putin y Beryedsovsky

Las sorpresivas aspiraciones del ajedrecista no hacen mella en el poder. Sí lo hace Borís Beryedsovsky. El magnate compite con Vladyímir Putin en lo económico y lo político. Es más difícil de eliminar que Alyexandr Litviñenko, su ex agente.

24 diciembre, 2006

Al líder ucraniano Víktor Yuschhenko también lo envenenó “mano de obra ocupada” del ex KGB (“komitet gasudartsvyénnoye byedsiopásnoti”, comité de seguridad estatal). Pero sobrevivió y Putin debió apelar a un torniquete económico –Gazprom- para que le entregara la jefatura de gabinete a su hombre en Kíyev.

Pero Beryedsovsky es otra cosa. Tras años de estrecha amistad, a costa de la malventa de ex activos estatales, ambos son hoy enemigos implacables, como antes lo fuera Mijail Jodotkovsky (Yukos). Litviñenko operaba por cuenta de Borís y eso explica su liquidación usando un método tan cruel como caro (US$ 8.000.000 en polonio radiactivo). Sin duda, la personalidad de Putin tiene ribetes estilo Borgia.

Los hechos acaecidos en Londres arrancan en el Moscú de los años 90. Rusia acababa de descubrir los aspectos más redituables del capitalismo de mercado. Una mafia ligada al antiguo régimen se lanzó sobre presas fáciles, entre los aplausos de grandes operadores e intermediarios de las mayores bolsas occidentales.

El quebrado aparato estatal, vía sus burócratas superiores, se deshacía de todo a precios ridículos. Los beneficiarios fueron aventureros allegados al presidente Borís Yeltsin, grupo que incluía a Jodorkovsky, Beryedsovsky y Román Abrámov, enemigo de Putin hasta que éste lo “reclutó” en su apoyo tras la muerte de Litviñenko. Sucede que este magnate se había refugiado en Londres y, sospechan varios, la elección del lugar para liquidar al ex espía buscaba “hacerlo entrar en razón a Abrámov” (según el sueco “·Dagens nyheter”).

Beryedsovsky es un matemático de sesenta años que se había hecho millonario comerciando vehículos Lada, pero su influencia iba más allá de los negocios ostensibles. Así, solventó en 1996 la reelección de Yeltsin y, luego parte de su gabinete, controlaba decisiones políticas. Justamente ese poder, sus manifestaciones ostensibles y su prepotencia le crearon enemigos nada menos que en el FSB (sucesor “federal” del KGB).

En 1997, para hacer pedazos a sus adversarios, desató una purga en el FSB y cometió el error de poner a cargo una ex estrella del KGB petersburgués, Putin. “Bajo una máscara liberal y reformista –recuerda Alyexis Goldfarb, ex colega de Litviñenko-, hizo un doble juego porque, en verdad, nunca había roto con el FSB”. Cuando se lo contaron, el matemático no quiso creerlo. Así le fue.

Sin saber que firmaba su sentencia, Beryedsovsky promovió a Putin como sucesor del temulento Yeltsin. Ya elegido, el nuevo primer mandatario marchó a la sede moscovita del FSB, reunió trescientos cuadros superiores (en su mayoría, ex KGB) y brindó con champagne de Crimea. “El primer paso hacia el poder total ha sido dado”, dijo en ese momento. Al entrar en el Kremlin, días después, Putin señaló a los oligarcas que su influencia política había fenecido. La lucha con Jodorkovsky, Beryedsovsky, Abrámov y otros se inició de inmediato.

A diferencia de los “robber barons” norteamericanos del siglo XIX, empero, los rusos nunca habían forjando nexos orgánicos con el poder político. “Pronto descubrieron –explica el diario sueco- que el dinero no sería óbice para su caída” .

Como Rusia es Rusia desde los tiempos de Iván IV, el terrible, Beryedsovsky eludió tres atentados y, como Abrámov, escapó a Londres. Junto a Jodorkovsky, fundó un efímero “partido liberal”. Pero, por ahora, nadie puede con Putin y un grupo de silóviki (hombres del poder), ex camaradas de KGB y FSB de Petersburgo, ciudad a la cual aún llaman “Leningrado”. Según el “Telegraph”, el presidente “ha establecido una trama ideológica, política, burocrática y económica que Pedro el grande envidiaría. Tanto que, si lo resuelve, en 2008 podrá pasar a segundo plano sin dejar de manejar el proyecto neosoviético”.

En general, la gente lo apoya porque Rusia –como China o muchos países en desarrollo- nunca le han tenido apego a la democracia. Con asesinatos estilo Catalina II, pero sin los excesos de Stalin, la reconstrucción de la URSS avanza. Rusia blanca es un títere, Ucrania está controlada, Transdñestria es una “faja loca” que aísla a Moldavia y viabiliza tráficos y negocios demasiado sucios para Moscú. Sobre el Báltico, Lituania se salva porque está en la Unión Europea y la respalda Polonia (igual ocurre con Estonia, la UE y Finlandia), pero Letonia tiene 35% de rusos étnicos… En el Cáucaso, Armenia y Adserbaidyán están muy próximoa a Rusia y Putin presiona sobre Georgia, aliada de Estados Unidos y clave para los ductos que cruzan el mar Negro o Anatolia.

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Al líder ucraniano Víktor Yuschhenko también lo envenenó “mano de obra ocupada” del ex KGB (“komitet gasudartsvyénnoye byedsiopásnoti”, comité de seguridad estatal). Pero sobrevivió y Putin debió apelar a un torniquete económico –Gazprom- para que le entregara la jefatura de gabinete a su hombre en Kíyev.

Pero Beryedsovsky es otra cosa. Tras años de estrecha amistad, a costa de la malventa de ex activos estatales, ambos son hoy enemigos implacables, como antes lo fuera Mijail Jodotkovsky (Yukos). Litviñenko operaba por cuenta de Borís y eso explica su liquidación usando un método tan cruel como caro (US$ 8.000.000 en polonio radiactivo). Sin duda, la personalidad de Putin tiene ribetes estilo Borgia.

Los hechos acaecidos en Londres arrancan en el Moscú de los años 90. Rusia acababa de descubrir los aspectos más redituables del capitalismo de mercado. Una mafia ligada al antiguo régimen se lanzó sobre presas fáciles, entre los aplausos de grandes operadores e intermediarios de las mayores bolsas occidentales.

El quebrado aparato estatal, vía sus burócratas superiores, se deshacía de todo a precios ridículos. Los beneficiarios fueron aventureros allegados al presidente Borís Yeltsin, grupo que incluía a Jodorkovsky, Beryedsovsky y Román Abrámov, enemigo de Putin hasta que éste lo “reclutó” en su apoyo tras la muerte de Litviñenko. Sucede que este magnate se había refugiado en Londres y, sospechan varios, la elección del lugar para liquidar al ex espía buscaba “hacerlo entrar en razón a Abrámov” (según el sueco “·Dagens nyheter”).

Beryedsovsky es un matemático de sesenta años que se había hecho millonario comerciando vehículos Lada, pero su influencia iba más allá de los negocios ostensibles. Así, solventó en 1996 la reelección de Yeltsin y, luego parte de su gabinete, controlaba decisiones políticas. Justamente ese poder, sus manifestaciones ostensibles y su prepotencia le crearon enemigos nada menos que en el FSB (sucesor “federal” del KGB).

En 1997, para hacer pedazos a sus adversarios, desató una purga en el FSB y cometió el error de poner a cargo una ex estrella del KGB petersburgués, Putin. “Bajo una máscara liberal y reformista –recuerda Alyexis Goldfarb, ex colega de Litviñenko-, hizo un doble juego porque, en verdad, nunca había roto con el FSB”. Cuando se lo contaron, el matemático no quiso creerlo. Así le fue.

Sin saber que firmaba su sentencia, Beryedsovsky promovió a Putin como sucesor del temulento Yeltsin. Ya elegido, el nuevo primer mandatario marchó a la sede moscovita del FSB, reunió trescientos cuadros superiores (en su mayoría, ex KGB) y brindó con champagne de Crimea. “El primer paso hacia el poder total ha sido dado”, dijo en ese momento. Al entrar en el Kremlin, días después, Putin señaló a los oligarcas que su influencia política había fenecido. La lucha con Jodorkovsky, Beryedsovsky, Abrámov y otros se inició de inmediato.

A diferencia de los “robber barons” norteamericanos del siglo XIX, empero, los rusos nunca habían forjando nexos orgánicos con el poder político. “Pronto descubrieron –explica el diario sueco- que el dinero no sería óbice para su caída” .

Como Rusia es Rusia desde los tiempos de Iván IV, el terrible, Beryedsovsky eludió tres atentados y, como Abrámov, escapó a Londres. Junto a Jodorkovsky, fundó un efímero “partido liberal”. Pero, por ahora, nadie puede con Putin y un grupo de silóviki (hombres del poder), ex camaradas de KGB y FSB de Petersburgo, ciudad a la cual aún llaman “Leningrado”. Según el “Telegraph”, el presidente “ha establecido una trama ideológica, política, burocrática y económica que Pedro el grande envidiaría. Tanto que, si lo resuelve, en 2008 podrá pasar a segundo plano sin dejar de manejar el proyecto neosoviético”.

En general, la gente lo apoya porque Rusia –como China o muchos países en desarrollo- nunca le han tenido apego a la democracia. Con asesinatos estilo Catalina II, pero sin los excesos de Stalin, la reconstrucción de la URSS avanza. Rusia blanca es un títere, Ucrania está controlada, Transdñestria es una “faja loca” que aísla a Moldavia y viabiliza tráficos y negocios demasiado sucios para Moscú. Sobre el Báltico, Lituania se salva porque está en la Unión Europea y la respalda Polonia (igual ocurre con Estonia, la UE y Finlandia), pero Letonia tiene 35% de rusos étnicos… En el Cáucaso, Armenia y Adserbaidyán están muy próximoa a Rusia y Putin presiona sobre Georgia, aliada de Estados Unidos y clave para los ductos que cruzan el mar Negro o Anatolia.

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