Pakistán: un país artificial y sus peligrosos militares

Pervez Musharraf impuso estado de sitio, arresto centenares y suspendió medios. Entre disturbios en la ciudades, Washington protestó, mientras Bruselas miraba para otro lado. Por ahora, el ejército responde al general presidente.

8 noviembre, 2007

El problema ostensible fue que la corte suprema dejó libres a unos sesenta acusados de terrorismo por el estado. Según Musharraf, eso le ata las manos para luchar contra los extremismos y el poder judicial no debiera pasarse de la raya en defensa de los derechos civiles. Sus críticos, encabezados por Benadzir Bhutto (dos veces primera ministro), sostiene que el general busca perpetuarse el poder con cualquier pretexto, no dejar el servicio activo (como había prometido) y postergar indefinidamente elecciones que no podría ganar.

En síntesis, un golpe personal. Pero, sostiene George Friedman –analista estratégico respectado en el Pentágono-. “la suerte de Musharraf no es tan relevante como la del propio país. Pakistán arriesga tres peligros: caos, guerra civil o balcanización. Estos dilemas deriva de varias contradicciones arraigadas en la corta historia del país”.

Cuando los británicos conquistaron el subcontinente indio (1718/1857), ocuparon costar y llanuras, pero se detuvieron en los bordes montañosos o los desiertos circundantes. Así, fuerzas relativamente pequeñas podían frenar amenazas exteriores por tierra. Las frontera norte y noreste separaban el imperio de China vía estados tapones (Birmania terminó de ocuparse en 1855). Pero la más inestable resultaría ser la noroeste, que separaba India-Baluchistán de Afganistán e Irán. Hacia 1920, Gran Bretaña había perdido cuatro guerra afganas y los baluchíes seguían autónomos.

Igual que los límites entre Rusia y Afganistán, “estas fronteras no representaban acuerdos políticos o diplomáticos, sino línea trazadas por necesidades militares. A los inglese no les interesaban sus realidades sociales. El ‘raj’ era un rejunte de feudos, lenguas, etnias y religiones, que Londres jugaba unos contra otros. Mientras se pudo imponer un orden interno artificial (como el de Pakistán mucho después), es modelo funcionaba. Pero el imperio británico se vino abajo tras la II guerra mundial y el subcontinente quedó librado a sí mismo”.

Mohandas Gandhi y Alí Dyinná –asesinados por fanáticos de su mismo campo- buscaban desde los años 30 un país multinacional y multirreligioso, donde los musulmanes vivieran en un medio predominantemente hindú. Pero sin gobernarlo, como ocurría bajo los sultanes moghules (afganos de habla persa), substituidos por los ingleses. Ambas comunidadades rechazaron ese esquema, fueron a la guerra (1946/7), forzaron la partición y el desarraigo de poblaciones enteras. La parte islámica se convirtió en Pakistán (1947), pero su flanco oriental (a 2.500 kilómetros del occidental) se desprendió tras la guerra indopaki de 1971 y es el actual estado de Bengala (Bangladesh).

Pero Pakistán no es una entidad histórica, como no lo son Bélgica, Líbano ni muchos estados africanos inventados dentro de límites coloniales que databan, como mucho, de 1885. Pakistán es un acrónimo formado por cinco etnias: pundyabí, afgana (pashtún), kashmirí, sindhí y baluchí, más –stán (país, en persa). La primera forma casi la mitad de la población. Ninguna vive totalmente en el país. Hay baluchíes en Irán, pashtún en Afganistán y pundyabíes en India. Además, la guerra afganosoviética (1975/89) hizo que más pashtún cruzasen a Pakistán, que consideran territorio propio: hasta 1895, Kabul controlaba Wadziristán y Baluchistán hasta el mar.

Por ende, Pakistán “no es una nación –apunta Friedman-, sino un rompecabezas, unido aparentemente por el Corán. No obstante, ya antes de la independencia, existía un fuerte movimiento secularista centrado en el desarrollo económico y la modernización. La tendencia tenía dos raíces: la educación inglesa de las “élites” y el turco Mustafá Kemal”
¿Por qué? Porque Kemal Ätatürk queria un estado moderno cuyo ejército tuviera la misión de sofocar divisiones –en su caso, las víctimas fueron armenios y kurdos-, finalidad que compartirías sus seguidores en Egipto (Gamal Abdel Nasser, 1956) y, en Irán, el shahanshá Mohammed Rizá Pahlaví (depuesto en 1979 por fundamentalistas islámicos). Este tipo de pensamiento explica por qué, para Musharraf un golpe militar podría preservar la constitución de los tradicionalistas. En Turquía eso ha ocurrido varias veces.

Pakistán “es no sólo un país hondamente dividido, sino muy capaz de autodestruirse”. Hoy día pierde control militar de las abruptas fronteras al noroeste y oeste, pero también le cuesta mantener el orden en el resto del territorio. Esto resulta de un deplorable error de Estados Unidos y sus aliados europeos: interferir en la tortuosa marquetería interna de Afganistán, donde ningún blanco ha ganado guerras desde Alejandro de Macedonia en adelante. Con una excepción, la dinastía grecobactriana, siglos III y II antes de la era común.

Sin duda, “los militares reflejan el estado de cosas. El ejército contiene bolsones radicales allegados a al-Qa’eda y en la inteligencia abundan simpatizantes de los talibán. Al fin y al abo, esa sección fue destinada a apoyar a los mudyaheddín cuando peleaban contra los soviéticos. En resumen, Musharraf camina por el filo de la navaja, entre exigencias norteamericanas de poner en caja sus soldados, la oposición civil y sus obsesiones por retener el poder”. Por tanto, los interrogantes son: ¿se dividirán los militares entre Musharraf, Bhutto y el fundamentalismo? ¿los roces étnicos tornarán el valle del Indo en campo de una guerra civil?”.

El problema ostensible fue que la corte suprema dejó libres a unos sesenta acusados de terrorismo por el estado. Según Musharraf, eso le ata las manos para luchar contra los extremismos y el poder judicial no debiera pasarse de la raya en defensa de los derechos civiles. Sus críticos, encabezados por Benadzir Bhutto (dos veces primera ministro), sostiene que el general busca perpetuarse el poder con cualquier pretexto, no dejar el servicio activo (como había prometido) y postergar indefinidamente elecciones que no podría ganar.

En síntesis, un golpe personal. Pero, sostiene George Friedman –analista estratégico respectado en el Pentágono-. “la suerte de Musharraf no es tan relevante como la del propio país. Pakistán arriesga tres peligros: caos, guerra civil o balcanización. Estos dilemas deriva de varias contradicciones arraigadas en la corta historia del país”.

Cuando los británicos conquistaron el subcontinente indio (1718/1857), ocuparon costar y llanuras, pero se detuvieron en los bordes montañosos o los desiertos circundantes. Así, fuerzas relativamente pequeñas podían frenar amenazas exteriores por tierra. Las frontera norte y noreste separaban el imperio de China vía estados tapones (Birmania terminó de ocuparse en 1855). Pero la más inestable resultaría ser la noroeste, que separaba India-Baluchistán de Afganistán e Irán. Hacia 1920, Gran Bretaña había perdido cuatro guerra afganas y los baluchíes seguían autónomos.

Igual que los límites entre Rusia y Afganistán, “estas fronteras no representaban acuerdos políticos o diplomáticos, sino línea trazadas por necesidades militares. A los inglese no les interesaban sus realidades sociales. El ‘raj’ era un rejunte de feudos, lenguas, etnias y religiones, que Londres jugaba unos contra otros. Mientras se pudo imponer un orden interno artificial (como el de Pakistán mucho después), es modelo funcionaba. Pero el imperio británico se vino abajo tras la II guerra mundial y el subcontinente quedó librado a sí mismo”.

Mohandas Gandhi y Alí Dyinná –asesinados por fanáticos de su mismo campo- buscaban desde los años 30 un país multinacional y multirreligioso, donde los musulmanes vivieran en un medio predominantemente hindú. Pero sin gobernarlo, como ocurría bajo los sultanes moghules (afganos de habla persa), substituidos por los ingleses. Ambas comunidadades rechazaron ese esquema, fueron a la guerra (1946/7), forzaron la partición y el desarraigo de poblaciones enteras. La parte islámica se convirtió en Pakistán (1947), pero su flanco oriental (a 2.500 kilómetros del occidental) se desprendió tras la guerra indopaki de 1971 y es el actual estado de Bengala (Bangladesh).

Pero Pakistán no es una entidad histórica, como no lo son Bélgica, Líbano ni muchos estados africanos inventados dentro de límites coloniales que databan, como mucho, de 1885. Pakistán es un acrónimo formado por cinco etnias: pundyabí, afgana (pashtún), kashmirí, sindhí y baluchí, más –stán (país, en persa). La primera forma casi la mitad de la población. Ninguna vive totalmente en el país. Hay baluchíes en Irán, pashtún en Afganistán y pundyabíes en India. Además, la guerra afganosoviética (1975/89) hizo que más pashtún cruzasen a Pakistán, que consideran territorio propio: hasta 1895, Kabul controlaba Wadziristán y Baluchistán hasta el mar.

Por ende, Pakistán “no es una nación –apunta Friedman-, sino un rompecabezas, unido aparentemente por el Corán. No obstante, ya antes de la independencia, existía un fuerte movimiento secularista centrado en el desarrollo económico y la modernización. La tendencia tenía dos raíces: la educación inglesa de las “élites” y el turco Mustafá Kemal”
¿Por qué? Porque Kemal Ätatürk queria un estado moderno cuyo ejército tuviera la misión de sofocar divisiones –en su caso, las víctimas fueron armenios y kurdos-, finalidad que compartirías sus seguidores en Egipto (Gamal Abdel Nasser, 1956) y, en Irán, el shahanshá Mohammed Rizá Pahlaví (depuesto en 1979 por fundamentalistas islámicos). Este tipo de pensamiento explica por qué, para Musharraf un golpe militar podría preservar la constitución de los tradicionalistas. En Turquía eso ha ocurrido varias veces.

Pakistán “es no sólo un país hondamente dividido, sino muy capaz de autodestruirse”. Hoy día pierde control militar de las abruptas fronteras al noroeste y oeste, pero también le cuesta mantener el orden en el resto del territorio. Esto resulta de un deplorable error de Estados Unidos y sus aliados europeos: interferir en la tortuosa marquetería interna de Afganistán, donde ningún blanco ha ganado guerras desde Alejandro de Macedonia en adelante. Con una excepción, la dinastía grecobactriana, siglos III y II antes de la era común.

Sin duda, “los militares reflejan el estado de cosas. El ejército contiene bolsones radicales allegados a al-Qa’eda y en la inteligencia abundan simpatizantes de los talibán. Al fin y al abo, esa sección fue destinada a apoyar a los mudyaheddín cuando peleaban contra los soviéticos. En resumen, Musharraf camina por el filo de la navaja, entre exigencias norteamericanas de poner en caja sus soldados, la oposición civil y sus obsesiones por retener el poder”. Por tanto, los interrogantes son: ¿se dividirán los militares entre Musharraf, Bhutto y el fundamentalismo? ¿los roces étnicos tornarán el valle del Indo en campo de una guerra civil?”.

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