<p>Pervez Musharraf, dictador casi vitalicio, abandonó el palacio presidencial en Islamabad con guardia de honor. Bush y Condoleezza Rice lamentaron la caída de “un buen aliado”, pero nadie más derramaba lágrimas por alguien cuya concepción casi policial del poder le impedía neutralizar las guerrillas afganas.</p>
<p>En varios sentidos, Pakistán encarna las inefectividad de EE.UU. y sus cada vez menos aliados para luchar contra el terrorismo profesional o “mayorista”. Especialmente contra dos grupos –talibán, Al-Qaeda- fomentados y armados por Washington, Riyadh, los emiratos del golfo y otros para luchar contra la ocupación soviética en Afganistán (1979 en adelante). En rigor, la licuación de la URSS hizo al trabajo por los occidentales.</p>
<p>Todavía hoy, varios columnistas conservadores creen que incorporar Pakistán a la coalición antiterrorista –tras los ataques contra Manhattan y el Pentágono, 2001- fue un rasgo genial de Bush y su equipo. Olvidaban la proclividad a la violencia, liquidación de opositores inclusive, y al autoritarismo de ese régimen. La invasión de Irak terminó de componer las cosas. A EE.UU. nunca se le ocurrió que el mejor aliado potencial contra fanáticos sunníes (talibán, Al-Qaeda) era el Irán Sisi.</p>
<p>Por otra parte, la inteligencia paquistana jamás cortó lazos con los talibán Esto facilitó el control de los rebeldes afganos sobre Wadziristán y otras áreas tribales del noroeste. En julio, el Pentágono le reveló al entonces flamante primer ministro, Yusaf Razá Ghilaní, que la inteligencia militar paki ayudó atentado contra la embajada india en Kabul (el día 7). Ahí empezó el final de Musharraf. Ahora, hay vacíos de poder en Pakistán, Afganistán y… Estados Unidos.</p>
Pakistán: dimitió Musharraf para eludir el juicio político
Estados Unidos pierde un cliente poco útil y molesto, que hacía piruetas entre George W. Bush y Al-Qaeda. Talibán y gente de Osama Bin Laden controlan desde siempre un rincón al noroeste, que se extiende a Afganistán.