Países petroleros ensayan economías diversificadas y viables

En 2003, Dubái resolvió diversificar atrayendo inversores y turistas de lujo. Al sur, Abú Dhabí –miembro y capital de la Unión de Emiratos árabes (UEA)- copió la receta vía un hotel siete estrellas (2005). Costo: US$ 3.000 millones..

19 abril, 2008

En el caso de Dubái, lleva a cabo un plan de ocho años y US$ 200.000 millones para desarrollar ciertas actividades claves. Mientras tanto, Riyadh, el poder hegemónico en la península, encaraba la derregulación de monopolios estatales, empezando por Saudi Telecommunications Company (STC).

Por una parte, el área ha seducido a gigantes como Hewlett-Packard, Cisco Systems o Microsoft. Por otra, empresas locales –ligadas a jeques y emires-invierten en una serie de aplicaciones tecnológicas. Finalmente, la demanda china e india explica los 190 proyectos petroquímicos en marcha a orilla del golfo Pérsico.

Al mismo tiempo, farmoquímica y biotecnología significan (2007) inversiones por US$ 28.000 millones, que crecen a razón de 10% anual. “Un observador –apunta Booz Allen Hamilton- podría preguntarse si tanta expansión resulta de decisiones acertadas o es un espejismo.

Por cierto, es difícil concebir el surgimiento de industrias y una incipiente clase media a pocos centenares de kilómetros del infierno iraquí. Pero el fenómeno existe, gana impulso y es bastante complejo.

Contextos

Algunos cambios venían discutiéndose desde años atrás, pero cristalizan recién en 2003 ó 2004. ¿Por qué? La respuesta depende, en parte, de un contexto cultural ambiguo que enmascara tensiones subyacentes.

A menudo, los analistas occidentales creen que Levante es un colectivo homogéneo. Pero se trata de componentes tan distintos como Líbano o Yemén. Por supuesto, el árabe y el Islam han generado una herencia y una conciencia comunes. No obstante, hay diferencias entre “Levante” propiamente dicho (Siria, Irak, Palestina, Jordania y Líbano, la antigua “medialuna de tierras fértiles”), la península arábiga (el reino homónimo más su satélites a sudeste o sudoeste) y Egipto/Sudán.

Un tema clave, empero, es común a la región: los precios de hidrocarburos. Así, los auges de los años 70 se caracterizaron por pésimo manejo de gastos. Por el contrario, en este auge –cuyos valores han superados ya US$ 112 el barril- hay más cautela. Nadie olvida que, en los 80, el crudo cayó a US$ 15/20. Hoy el problema es otro: las reservas se agotan.

De ahí que el consejo de cooperación del golfo –CCG, o sea Saudiarabia, Omán, Kuweit, Bahréin, Qatar, UEA- haya comenzado a buscar modos viables de reducir la dependencia de las rentas petroleras. Captar inversiones externas es una de las claves.

¿Y la burguesía?

Pero cualquier opción factible exige desarrollar una clase media y una base laboral para tornarla viable. Ello implica ceder parte del control político típico de los regímenes musulmanes (o sus ulemas). En una zona donde 50% de la población tiene menos de veinte años y existen altas tasas de desempleo, una pequeña burguesía laica ayudaría a salir del estancamiento económico o acotar tensiones sociopolíticas.

Por otro lado, firmas locales y fondos de inversión soberanos se interesan cada vez por tomar activos o colocarse a este y oeste. Verbigracia, Saudi Basic Industries compró (mayo de 2007) por US$ 11.600 millones la división plásticos de General Electric.

También entra en juego la brecha en educación y riqueza. Qatar es una muestra. Como en sus vecinos, en hallazgo de petróleo en los años 40 cambio todo. Sesenta años después, el emirato tiene una infraestructura moderna, buen nivel relativo de vida y una “ciudad educativa” donde convergen instituciones internacionales.

Desde 1995, cuando el jeque Hamad bin Jalifa al Thaní subió al trono, Qatar a encarado cierto grado de liberalización sociopolítica. La reforma incluye una nueva constitución y derechos femeninos. El proceso, claro, es paulatino.

Socialmente más conservadora, Saudiarabia –la mayor economía petrolera de la región- prefiere medidas orientadas a la inversión externa. Durante años, el contexto regulatorio de reino alejaba capitales. Esto empezó a cambiar en 2000, con la creación de la autoridad inversora general (Sagia, en inglés), cuyo fin es promover un marco legislativo favorable a los negocios privados.

Al respecto, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, Banco Mundial), en el informe sobre negocios privados 2008, sube Saudiarabia del 38° lugar al vigésimo tercio. Los datos son de 2007 y 2006, respectivamente, pero –en 2005- el reino figuraba 67°.

Tarde pero seguro

La amplia derregulación de las telecomunicaciones en Saudiarabia se inició en 1998. Por entonces, el sector era un monopolio estatal y Riyadh resolvió abrirlo a la competencia. Cuatro años después (2002), STC vendió 30% de sus acciones en el mercado por un monto estimado en US$ 4.000 millones. Los inversores ofrecieron hasta 9.600 millones. En 2004, el gobierno otorgó licencias a nuevos proveedores de servicios.

Si bien los saudíes arrancaron despacio, se movieron más rápido que EE.UU. en cuando a derregular telecomunicaciones: seis años, no decenios. Además, no será el único sector en hacerlo, pues electricidad, aguas y seguros de aprestan a seguir ese camino.

En otros casos, la modernización lleva a decisiones más audaces. Ante la reticencia interna al riesgos, Abú Dhabí y Dubái comenzaron a mandar señales al sector privado propio y ajeno. Esta necesidad de apurar tiempos se nota también en reformas educativas orientadas a mejorar la calidad laboral de economías no petroleras.

Verbigracia, Jordania sostiene que los recursos humanos son su activo clave. Desde 2003, su reforma para una economía del conocimiento ha convocado a diecisiete entidades, el mismo número de firmas internacionales y once organismos tanto gubernamentales como independientes.

“Aunque Levante se aferre a lo tradicional, sus elencos decisorios son esencialmente progresistas”, sostiene Booz Allen. Sin embargo, “no es fácil prosperar sin perder algo de identidad cultural”. La modernización se aprecia, pero sólo dentro de parámetros establecidos. Por ejemplo, se reconoce que la banda ancha es relevantes y los hogares deben tener acceso rápido a internet. Pero es preciso compatibilizar información digital sin límites con las prioridades de la cultura local, el Islam y los gobiernos autoritarios.

La banca musulmana es un caso típico. La Shariyá –ley coránica- veda pagar intereses y compartir utilidades. Astutos, los banqueros “inventaron” derivativos, fondos de cobertura e instrumentos estructurados (factores concomitantes en las crisis hipotecaria y crediticia occidentales) en teoría aceptable para la Shariyá. Muchos doctores coránicos no ven esos recursos con buenos ojos.

En el caso de Dubái, lleva a cabo un plan de ocho años y US$ 200.000 millones para desarrollar ciertas actividades claves. Mientras tanto, Riyadh, el poder hegemónico en la península, encaraba la derregulación de monopolios estatales, empezando por Saudi Telecommunications Company (STC).

Por una parte, el área ha seducido a gigantes como Hewlett-Packard, Cisco Systems o Microsoft. Por otra, empresas locales –ligadas a jeques y emires-invierten en una serie de aplicaciones tecnológicas. Finalmente, la demanda china e india explica los 190 proyectos petroquímicos en marcha a orilla del golfo Pérsico.

Al mismo tiempo, farmoquímica y biotecnología significan (2007) inversiones por US$ 28.000 millones, que crecen a razón de 10% anual. “Un observador –apunta Booz Allen Hamilton- podría preguntarse si tanta expansión resulta de decisiones acertadas o es un espejismo.

Por cierto, es difícil concebir el surgimiento de industrias y una incipiente clase media a pocos centenares de kilómetros del infierno iraquí. Pero el fenómeno existe, gana impulso y es bastante complejo.

Contextos

Algunos cambios venían discutiéndose desde años atrás, pero cristalizan recién en 2003 ó 2004. ¿Por qué? La respuesta depende, en parte, de un contexto cultural ambiguo que enmascara tensiones subyacentes.

A menudo, los analistas occidentales creen que Levante es un colectivo homogéneo. Pero se trata de componentes tan distintos como Líbano o Yemén. Por supuesto, el árabe y el Islam han generado una herencia y una conciencia comunes. No obstante, hay diferencias entre “Levante” propiamente dicho (Siria, Irak, Palestina, Jordania y Líbano, la antigua “medialuna de tierras fértiles”), la península arábiga (el reino homónimo más su satélites a sudeste o sudoeste) y Egipto/Sudán.

Un tema clave, empero, es común a la región: los precios de hidrocarburos. Así, los auges de los años 70 se caracterizaron por pésimo manejo de gastos. Por el contrario, en este auge –cuyos valores han superados ya US$ 112 el barril- hay más cautela. Nadie olvida que, en los 80, el crudo cayó a US$ 15/20. Hoy el problema es otro: las reservas se agotan.

De ahí que el consejo de cooperación del golfo –CCG, o sea Saudiarabia, Omán, Kuweit, Bahréin, Qatar, UEA- haya comenzado a buscar modos viables de reducir la dependencia de las rentas petroleras. Captar inversiones externas es una de las claves.

¿Y la burguesía?

Pero cualquier opción factible exige desarrollar una clase media y una base laboral para tornarla viable. Ello implica ceder parte del control político típico de los regímenes musulmanes (o sus ulemas). En una zona donde 50% de la población tiene menos de veinte años y existen altas tasas de desempleo, una pequeña burguesía laica ayudaría a salir del estancamiento económico o acotar tensiones sociopolíticas.

Por otro lado, firmas locales y fondos de inversión soberanos se interesan cada vez por tomar activos o colocarse a este y oeste. Verbigracia, Saudi Basic Industries compró (mayo de 2007) por US$ 11.600 millones la división plásticos de General Electric.

También entra en juego la brecha en educación y riqueza. Qatar es una muestra. Como en sus vecinos, en hallazgo de petróleo en los años 40 cambio todo. Sesenta años después, el emirato tiene una infraestructura moderna, buen nivel relativo de vida y una “ciudad educativa” donde convergen instituciones internacionales.

Desde 1995, cuando el jeque Hamad bin Jalifa al Thaní subió al trono, Qatar a encarado cierto grado de liberalización sociopolítica. La reforma incluye una nueva constitución y derechos femeninos. El proceso, claro, es paulatino.

Socialmente más conservadora, Saudiarabia –la mayor economía petrolera de la región- prefiere medidas orientadas a la inversión externa. Durante años, el contexto regulatorio de reino alejaba capitales. Esto empezó a cambiar en 2000, con la creación de la autoridad inversora general (Sagia, en inglés), cuyo fin es promover un marco legislativo favorable a los negocios privados.

Al respecto, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, Banco Mundial), en el informe sobre negocios privados 2008, sube Saudiarabia del 38° lugar al vigésimo tercio. Los datos son de 2007 y 2006, respectivamente, pero –en 2005- el reino figuraba 67°.

Tarde pero seguro

La amplia derregulación de las telecomunicaciones en Saudiarabia se inició en 1998. Por entonces, el sector era un monopolio estatal y Riyadh resolvió abrirlo a la competencia. Cuatro años después (2002), STC vendió 30% de sus acciones en el mercado por un monto estimado en US$ 4.000 millones. Los inversores ofrecieron hasta 9.600 millones. En 2004, el gobierno otorgó licencias a nuevos proveedores de servicios.

Si bien los saudíes arrancaron despacio, se movieron más rápido que EE.UU. en cuando a derregular telecomunicaciones: seis años, no decenios. Además, no será el único sector en hacerlo, pues electricidad, aguas y seguros de aprestan a seguir ese camino.

En otros casos, la modernización lleva a decisiones más audaces. Ante la reticencia interna al riesgos, Abú Dhabí y Dubái comenzaron a mandar señales al sector privado propio y ajeno. Esta necesidad de apurar tiempos se nota también en reformas educativas orientadas a mejorar la calidad laboral de economías no petroleras.

Verbigracia, Jordania sostiene que los recursos humanos son su activo clave. Desde 2003, su reforma para una economía del conocimiento ha convocado a diecisiete entidades, el mismo número de firmas internacionales y once organismos tanto gubernamentales como independientes.

“Aunque Levante se aferre a lo tradicional, sus elencos decisorios son esencialmente progresistas”, sostiene Booz Allen. Sin embargo, “no es fácil prosperar sin perder algo de identidad cultural”. La modernización se aprecia, pero sólo dentro de parámetros establecidos. Por ejemplo, se reconoce que la banda ancha es relevantes y los hogares deben tener acceso rápido a internet. Pero es preciso compatibilizar información digital sin límites con las prioridades de la cultura local, el Islam y los gobiernos autoritarios.

La banca musulmana es un caso típico. La Shariyá –ley coránica- veda pagar intereses y compartir utilidades. Astutos, los banqueros “inventaron” derivativos, fondos de cobertura e instrumentos estructurados (factores concomitantes en las crisis hipotecaria y crediticia occidentales) en teoría aceptable para la Shariyá. Muchos doctores coránicos no ven esos recursos con buenos ojos.

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