<p>Hace algunos días, conversando con el semanario en Hong Kong, calificó positivamente la gestión del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, en general malvisto por otros analistas. Este economista multinacional –por el contrario- censura con dureza a Benjamin Bernanke y su antecesor en la Reserva Federal, Alan Greenspan. Fuera de BB., “las respuestas del gobierno demócrata han sido adecuadas”. <br />
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De paso, opinó sobre la reacción china a la crisis occidental. Entre otras cosas, sugirió que “en verdad, las opciones que afronta Beijing no son tantas como las que supone su gobierno”. <br />
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Los elogios de Roubini a Geithner derivan de un contexto histórico (político, financiero) similar al del escocés Niall Ferguson. O sea, la serie de cracs iniciada en 2006 y sus nexos con fenómenos anteriores. “La crisis punto.com y sus efectos en el sector tecnológico en 1999-2001 –apunta- quemó más capitalización bursátil que ahora. Durante el pánico de los bonos chatarra (1987), se drenó en pocos días casi 25% del valor accionario en Wall Street”.<br />
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En comparación, “las insolvencias hipotecarias posteriores a 2006 parecen más constreñidas en posibilidades de dañar la economía real. ¿Por qué, entonces, tantas variables andan tan mal?”. A criterio del economista, “la diferencia radica en un factor: deuda versus activos. La descapitalización accionaria es de suyo perjudicial, pero la insolvencia crediticia paralela tiene un efecto multiplicador que castiga a los bancos”.<br />
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En caso de iliquidez, “por cada dólar en capital financiero que una entidad pierde, su contracción crediticia se decuplica. Esto sucedía en el segundo semestre de 2009, cuando los bancos afectados intentaban sobrevivir recortando préstamos, o sea capital operativo, al resto del sistema”. Una clave de esta burbuja especulativa fue golpear al resto de la economía mucho más de lo implicado por el eufemismo “subprime”(es como calificar de “menos buenas” las hipotecas de peor calidad). <br />
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En realidad, ´”el colapso alcanzó todo tipo de hipotecas, créditos avalados por propiedades residenciales o comerciales, tarjetas de crédito, financiamiento automotor, etc. Virtualmente diversas clases de préstamos habían pasado las cotas razonables y muchos activos habían llegado a precios astronómicos”. No sólo en Estados Unidos, pues proliferaron burbujas en Gran Bretaña, España, Irlanda, Islandia, Alemania, el Báltico y los Balcanes. Los excesos dañaron varias economías pero, curiosamente, no las emergentes fuera de Europa. <br />
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<p>Los ataques de Roubini a Bernanke y Greenspan se vinculan a ese mismo proceso, donde “la Reserva Federal mantuvo tasas referenciales exiguas durante demasiado tiempo, restando importancia a las burbujas que había contribuido a inflar. Se insistía en que era una suave depresión en valores residenciales o en que la crisis estaba contenida en un compartimiento estanco”.</p>
<p>Ambos titulares del banco central “cometieron errores de análisis típicos antes de explotar cualquier burbuja. Bernanke debió haberlos notado. Pero lo sostenía una gama de intereses que tendía a no cortar burbujas especulativas. En vez de operadores sagaces, era una manada de jugadores desorbitados”. Así, al prenderse los ventiladores desde mediados de 2007, “la RF y el gobierno de George W.Bush (o sea el secretario del Tesoro Henry Paulson, ex Goldman Sachs) fueron tomados de improviso. Marchaban dos etapas tras la curva del desastre. No así Geithner, por lo cual lo rescato”.<br />
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Luego de asumir la presidencia de la Reserva Federal neoyorquina (fines de 2003), sus primeros ocho discursos académicos trataban de riesgos sistémicos, tabú para Greenspan (en 2004 lanzó un “fundamentalismo optimista” compartido por Bernanke). Pero hoy prevalecen esos mensajes de Geithner y la autobiografía de Greenspan (2007) está en las mesas de saldos. <br />
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“Las diferencias entre Greenspan y Bernanke no eran de matices, sino de convicciones en cuanto atañe a qué debe hacerse, o no, a la vista de una burbuja en gestación. Por supuesto, al pincharse esa burbuja, economistas y analistas coinciden, tarde, en cómo manejar el problema. Por ejemplo, los bancos centrales rebajan intereses a casi cero e inyectan liquidez, pero ¿no podrían haber frenado el proceso antes del colapso?”. De acuerdo con Roubini, ambos jefes sucesivos de la RF tenían ideas erróneas y creían que, ya en marcha, no debía desinflarse ni contenerse una burbuja. Sin saberlo, adherían al “laissez faire, laissez passer” del siglo XIX. Es más, comparten otro dilema: ¿cómo saber si se gesta una burbuja? ¿Cómo pincharla con delicadeza? <br />
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Las burbujas de activos, físicos o no, tienden a ser cada vez más frecuentes, peligrosas, virulentas y caras. Tras la burbuja inmobiliaria de los 80 sobrevino la crisis de ahorro y préstamo (¡para vivienda!), seguida por la recesión de 1991. La fiebre de papeles tecnológicos de 1997/2000 condujo al desinfle de 2001. Ahora “se destruyeron unos US$ 10 billones en activos inmobiliarios, millones de personas se quedaron sin empleo y EE.UU añadió unos US$ 7 billones a la deuda pública. Llegado el momento, ese pasivo exigirá un servicio que puede frenar el crecimiento”.<br />
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Las divergencias sobre manejo de burbujas desbordan el interés histórico, sostiene Roubini, que avizora en el horizonte el avance de la crisis cifrada en la Unión Europea. Sin embargo, apoya más de lo esperado la gestión financiera de Obama y su equipo, excepto Bernanke. “A poco de llegar a la Casa Blanca, habían obtenido tres logros: un plan de estímulos por US$ 787.000 millones, un esquema para reducir embargos hipotecarios y un programa para limpiar de activos tóxicos los libros de la banca. En cada caso existen reparos específicos, pero en general se ha procedido bien”. <br />
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