Norcorea confirmó la primera prueba controlada, en Hamgyong

Este martes, Pyongyang admittió que el ensayo subterráneo se hizo en la provincia septentrional de Hamgyong. Eso quiere decir que haya instalaciones atómica muy cerca de Manchuria (China) y Vladyivóstok, Rusia.

10 octubre, 2006

Esta “república hereditaria” se convirtió en el octavo miembros del “club atómico”, tan pobre y volátil como indeseable. Su obsesión por el secreto sólo se compara con la de Israel, que tampoco solía dar detalles ni a Estados Unidos, su aliado clave.

La prueba del domingo se hizo a dos días de que el consejo de seguridad (Naciones Unidas) advirtiese a Norcorea que arriesgaba severas consecuencia. Pero, como lo trasluce la verborragia de George W.Bush y su embajador en esa organización, hasta ahora sólo son palabras.

El lunes, la oficina geológica federal norteamericana declaraba haber detectado temblores de magnitud 4,2 (escala de Richter) en el norte de la península. Empleando un lenguaje poco usual, China calificó el ensayo de “flagrante y descarado, un desafío a la opinión pública internacional al que nos oponemos redondamente”.

En esos momentos, Shinzo Abe –flamante primer ministro japonés- volaba de Beijing a Seúl, tras adherir a la declaración de sus anfitriones. De paso, recordó que ya había sugerido un “ataque preventivo” contra Norcorea. Horas después, Moscú acompañaba el rechazo de Washington, Londres, Bruselas y Nueva Delhi.

Altos funcionarios norteamericanos y europeos sospechan que la prueba no fue lo exitosa que proclama el régimen de Pyongyang. Pero, sea como fuere, el presidente Kim Jong-il cuenta con un instrumento útil tanto para la diplomacia como para la extorsión y la guerra psicológica.

Desde el lunes, mientras tanto, el gobierno de Bush debatía modos de aislar todavía más al pequeño país. Por supuesto, Norcorea sólo limita con Surcorea (objetivo inevitable en caso de guerra), China –cuyo vital apoyo flaquea- y Rusia. En realidad, Washington trata ya de persuadir a Seúl, Beijing y Moscú de cortar suministros de alimentos y combustibles a un estado que mantiene más de un millón de tropas, pero ya no puede dar de comer a la población.

No obstante, por hoy la clave es Surcorea, que mantiene una difícil tregua, tras una tibia reconciliación entre familias separadas. Pero ni eso ni la unidad religiosa de facto en la península aguantarán si Seúl se pliega al programa de sanciones que ya se analiza en la ONU.

En un gesto significativo, el gobierno norcoreano informó al chino poco antes de los ensayos. A juicio de analistas conservadores en EE.UU., esto en una clara señal de que “contra cuanto suele creerse, Kim no teme a Washington, sino a Beijing. Históricamente –sostiene Robert Kaplan en el ‘Atlantic monthly’-, los chinos siempre se han interesado en el norte de la península y sus innumerables aperturas costeras hacia el mar Amarillo. Sin olvidar la proximidad con Rusia y el terso litoral sobre el mar del Japón”.

Pero ocurre que, si bien comprometida con la sobrevivencia a largo plazo de Norcorea, Beijing no lo está tanto con la del “querido líder”. Eso lo saben Kim, sus generales, los potenciales competidores internos, Seúl y Tokio. Por ello, Kim trata de obligar a EE.UU. a negociar directamente con él. Más paranoide que su difunto padre, desconfía de sus allegados y concibe esta prueba nuclear como forma de presión sobre Washington.

Como teme esa escuela pensamiento anglosajón, Bush tal vez esté cometiendo un error al insistir en que Surcorea abandone la política de acercamiento a Norcorea. Más práctico parece Tokio, cuyo nuevo gobierno “nacionalista” combina las amenazas a Pyongyang con un discreto apoyo a Beijing y Seúl. Más allá de sus escandalosas expresiones sobre inexistencia de criminales japoneses de guerra.

Esta “república hereditaria” se convirtió en el octavo miembros del “club atómico”, tan pobre y volátil como indeseable. Su obsesión por el secreto sólo se compara con la de Israel, que tampoco solía dar detalles ni a Estados Unidos, su aliado clave.

La prueba del domingo se hizo a dos días de que el consejo de seguridad (Naciones Unidas) advirtiese a Norcorea que arriesgaba severas consecuencia. Pero, como lo trasluce la verborragia de George W.Bush y su embajador en esa organización, hasta ahora sólo son palabras.

El lunes, la oficina geológica federal norteamericana declaraba haber detectado temblores de magnitud 4,2 (escala de Richter) en el norte de la península. Empleando un lenguaje poco usual, China calificó el ensayo de “flagrante y descarado, un desafío a la opinión pública internacional al que nos oponemos redondamente”.

En esos momentos, Shinzo Abe –flamante primer ministro japonés- volaba de Beijing a Seúl, tras adherir a la declaración de sus anfitriones. De paso, recordó que ya había sugerido un “ataque preventivo” contra Norcorea. Horas después, Moscú acompañaba el rechazo de Washington, Londres, Bruselas y Nueva Delhi.

Altos funcionarios norteamericanos y europeos sospechan que la prueba no fue lo exitosa que proclama el régimen de Pyongyang. Pero, sea como fuere, el presidente Kim Jong-il cuenta con un instrumento útil tanto para la diplomacia como para la extorsión y la guerra psicológica.

Desde el lunes, mientras tanto, el gobierno de Bush debatía modos de aislar todavía más al pequeño país. Por supuesto, Norcorea sólo limita con Surcorea (objetivo inevitable en caso de guerra), China –cuyo vital apoyo flaquea- y Rusia. En realidad, Washington trata ya de persuadir a Seúl, Beijing y Moscú de cortar suministros de alimentos y combustibles a un estado que mantiene más de un millón de tropas, pero ya no puede dar de comer a la población.

No obstante, por hoy la clave es Surcorea, que mantiene una difícil tregua, tras una tibia reconciliación entre familias separadas. Pero ni eso ni la unidad religiosa de facto en la península aguantarán si Seúl se pliega al programa de sanciones que ya se analiza en la ONU.

En un gesto significativo, el gobierno norcoreano informó al chino poco antes de los ensayos. A juicio de analistas conservadores en EE.UU., esto en una clara señal de que “contra cuanto suele creerse, Kim no teme a Washington, sino a Beijing. Históricamente –sostiene Robert Kaplan en el ‘Atlantic monthly’-, los chinos siempre se han interesado en el norte de la península y sus innumerables aperturas costeras hacia el mar Amarillo. Sin olvidar la proximidad con Rusia y el terso litoral sobre el mar del Japón”.

Pero ocurre que, si bien comprometida con la sobrevivencia a largo plazo de Norcorea, Beijing no lo está tanto con la del “querido líder”. Eso lo saben Kim, sus generales, los potenciales competidores internos, Seúl y Tokio. Por ello, Kim trata de obligar a EE.UU. a negociar directamente con él. Más paranoide que su difunto padre, desconfía de sus allegados y concibe esta prueba nuclear como forma de presión sobre Washington.

Como teme esa escuela pensamiento anglosajón, Bush tal vez esté cometiendo un error al insistir en que Surcorea abandone la política de acercamiento a Norcorea. Más práctico parece Tokio, cuyo nuevo gobierno “nacionalista” combina las amenazas a Pyongyang con un discreto apoyo a Beijing y Seúl. Más allá de sus escandalosas expresiones sobre inexistencia de criminales japoneses de guerra.

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