sábado, 28 de diciembre de 2024

Ney, sentenciado a treinta meses en el caso DeLay-Abramoff

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El escándalo desatado por el cabildero Jack Abramoff inició, en 2005, el fin del control parlamentario de Bush. Uno de los implicados, el ex representante Robert Ney, ha sido condenado. Hasta hoy, es el segundo que se declaró culpable.

Ney había aceptado dinero y costosos regalos de Abramoff, a su vez operador por cuenta de otro ex diputado, Thomas DeLay, miembros ambos del círculo íntimo alrededor de George W. y Jeb Bush. Una jueza federal de distrito le impuso 24 meses de cumplimento estricto más seis en libertad condicional y una multa ridículamente baja, US$ 6.000 (a pagar tras el lapso entre rejas), después de retarlo severamente.

Ney, de 52 años, se declaró culpable de cohecho y falso testimonio. El ex legislador republicano por Ohio sostuvo que su adicción al alcohol interfería en su buen juicio y lo llevaba a aceptar regalos rumbosos y dinero de Abramoff. Al estallar el asunto –en realidad, al conocerse el papel clave de DeLay, entonces jefe de la bancada oficialista-, Ney se sometió tratamiento y dimitió poco después que el anterior.

Fuera de DeLay, Ney es el ex parlamentario de mayor rango envuelto en la cuestión. Pero, en 2004, se sabía ya que Abramnof trabajaba con la mafia floritana del juego, uno de cuyos pistoleros apareció muerto en un casino. Abramoff sigue en la cárcel por una causa de fraude separada y coopera con los fiscales.

A medida como lo acosaban judicialmente, Ney se hundía más en el alcohol. En un momento dado, se tomaba la primera cerveza a las siete de la mañana y, más tarde, pasaba al “bourbon”, señalaron ante la jueza varios empleados del hotel donde residía el ex representante.

DeLay y Ney formaban parte de un grupo de cuatro legisladores que debieron renunciar por cuestiones éticas. Esto ocurrió durante los doce meses anteriores a los comicios de noviembre último e inició la serie de reveses –Irak fue el último- que acabó con el control oficialista en ambas cámaras. Cabe recordar que el caso DeLay-Abramoff les dio a los demócratas un caballito de batalla ideal: la “cultura republicana de la corrupción”, cifrada en tejanos allegados a los Bush. El mismo “lobby” se pasó años regalando exenciones tributarias y subsidios a las grande petroleras.

Ney había aceptado dinero y costosos regalos de Abramoff, a su vez operador por cuenta de otro ex diputado, Thomas DeLay, miembros ambos del círculo íntimo alrededor de George W. y Jeb Bush. Una jueza federal de distrito le impuso 24 meses de cumplimento estricto más seis en libertad condicional y una multa ridículamente baja, US$ 6.000 (a pagar tras el lapso entre rejas), después de retarlo severamente.

Ney, de 52 años, se declaró culpable de cohecho y falso testimonio. El ex legislador republicano por Ohio sostuvo que su adicción al alcohol interfería en su buen juicio y lo llevaba a aceptar regalos rumbosos y dinero de Abramoff. Al estallar el asunto –en realidad, al conocerse el papel clave de DeLay, entonces jefe de la bancada oficialista-, Ney se sometió tratamiento y dimitió poco después que el anterior.

Fuera de DeLay, Ney es el ex parlamentario de mayor rango envuelto en la cuestión. Pero, en 2004, se sabía ya que Abramnof trabajaba con la mafia floritana del juego, uno de cuyos pistoleros apareció muerto en un casino. Abramoff sigue en la cárcel por una causa de fraude separada y coopera con los fiscales.

A medida como lo acosaban judicialmente, Ney se hundía más en el alcohol. En un momento dado, se tomaba la primera cerveza a las siete de la mañana y, más tarde, pasaba al “bourbon”, señalaron ante la jueza varios empleados del hotel donde residía el ex representante.

DeLay y Ney formaban parte de un grupo de cuatro legisladores que debieron renunciar por cuestiones éticas. Esto ocurrió durante los doce meses anteriores a los comicios de noviembre último e inició la serie de reveses –Irak fue el último- que acabó con el control oficialista en ambas cámaras. Cabe recordar que el caso DeLay-Abramoff les dio a los demócratas un caballito de batalla ideal: la “cultura republicana de la corrupción”, cifrada en tejanos allegados a los Bush. El mismo “lobby” se pasó años regalando exenciones tributarias y subsidios a las grande petroleras.

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