Una sola frase pronunciada al margen de la prudencia que debe caracterizar la acción del político bastó para que Fernando de la Rúa lograra despejar el frente de tormenta que cubría su gobierno el miércoles 3l de mayo.La imprudencia brotó de la eufórico palabra del dirigente Hugo Moyano, cuando rodeado por un espectro ideológico que abarcaba desde la izquierda hasta la derecha, convocó a una eventual rebeldía impositiva a los argentinos.
Paralizar las fuentes de alimentación del Estado es un acto que linda con el alzamiento. Moyano, en la embriaguez que a veces transmite la multitud rebosante de entusiasmo o de ira, pareció olvidar que un líder, puede atreverse a casi todo, menos a destruir el sistema dentro de cuya estructura se mueve. Llamó a la desobediencia fiscal y perdió el apoyo que había concitado en diversos sectores.
Culminaba de esa manera un lapso iniciado el fin de semana anterior,en el que quince horas y media de deliberaciones del Presidente de la Nación y la plana mayor del gobierno se habían recluido en Olivos para estructurar una estrategia a corto plazo, destinada a enfrentar la arremetida de la CGT disidente, de la oposición política, de la Iglesia argentina e incluso de muchas voces disidentes que se lanzaban ,dentro de las filas oficialistas, contra las medidas previstas.
No era poco lo que se jugaba. El primer mandatario colocó su capital político sobre la mesa al asumir todos los riesgos que implicaba una franca y categórica reafirmación de confianza en el ministro de Economía; demostró que era un jugador de rostro impasible, en la hora más difícil de su breve ejercicio del mandato de cinco meses.
El líder de la CGT rebelde, en un mismo día, aunó muchas voluntades –en la concentración en Plaza de Mayo– y las perdió con sus afirmaciones. La contraofensiva oficial se concretó desde todos los ángulos. José Luis Machinea pudo darse el gusto de acusar a Moyano de trascender la barrera del gremialismo para incursionar en el terreno golpista. El vicepresidente, en ejercicio del Poder Ejecutivo, Carlos Alvarez, calificó a la propuesta hecha en Plaza de Mayo de mantener “un nivel altamente preocupante”.
Los gobernadores justicialistas, con Ruckauf en primera línea, manifestaron su preocupación porque la desobediencia impositiva significaba el desmantelamiento de los recursos y, por lo tanto, la paralización del Estado.
Rubén Marín, de La Pampa, exponente del menemismo, rechazó la propuesta de Moyano y dijo que “es una irresponsabilidad total, una imprudencia, un boicot y un golpe de Estado fiscal”.
Una sola frase pronunciada al margen de la prudencia que debe caracterizar la acción del político bastó para que Fernando de la Rúa lograra despejar el frente de tormenta que cubría su gobierno el miércoles 3l de mayo.La imprudencia brotó de la eufórico palabra del dirigente Hugo Moyano, cuando rodeado por un espectro ideológico que abarcaba desde la izquierda hasta la derecha, convocó a una eventual rebeldía impositiva a los argentinos.
Paralizar las fuentes de alimentación del Estado es un acto que linda con el alzamiento. Moyano, en la embriaguez que a veces transmite la multitud rebosante de entusiasmo o de ira, pareció olvidar que un líder, puede atreverse a casi todo, menos a destruir el sistema dentro de cuya estructura se mueve. Llamó a la desobediencia fiscal y perdió el apoyo que había concitado en diversos sectores.
Culminaba de esa manera un lapso iniciado el fin de semana anterior,en el que quince horas y media de deliberaciones del Presidente de la Nación y la plana mayor del gobierno se habían recluido en Olivos para estructurar una estrategia a corto plazo, destinada a enfrentar la arremetida de la CGT disidente, de la oposición política, de la Iglesia argentina e incluso de muchas voces disidentes que se lanzaban ,dentro de las filas oficialistas, contra las medidas previstas.
No era poco lo que se jugaba. El primer mandatario colocó su capital político sobre la mesa al asumir todos los riesgos que implicaba una franca y categórica reafirmación de confianza en el ministro de Economía; demostró que era un jugador de rostro impasible, en la hora más difícil de su breve ejercicio del mandato de cinco meses.
El líder de la CGT rebelde, en un mismo día, aunó muchas voluntades –en la concentración en Plaza de Mayo– y las perdió con sus afirmaciones. La contraofensiva oficial se concretó desde todos los ángulos. José Luis Machinea pudo darse el gusto de acusar a Moyano de trascender la barrera del gremialismo para incursionar en el terreno golpista. El vicepresidente, en ejercicio del Poder Ejecutivo, Carlos Alvarez, calificó a la propuesta hecha en Plaza de Mayo de mantener “un nivel altamente preocupante”.
Los gobernadores justicialistas, con Ruckauf en primera línea, manifestaron su preocupación porque la desobediencia impositiva significaba el desmantelamiento de los recursos y, por lo tanto, la paralización del Estado.
Rubén Marín, de La Pampa, exponente del menemismo, rechazó la propuesta de Moyano y dijo que “es una irresponsabilidad total, una imprudencia, un boicot y un golpe de Estado fiscal”.