Moyano condiciona su apoyo a Cristina Kirchner

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Este endurecimiento público a poco de las elecciones lo atribuyen en gobierno a una presión de su parte ante el acercamiento de rivales, como la CTA y de Barrionuevo.

Ya en las paritarias los celos del camionero habían sido con la UOM, apartada de la mesa de conducción de la CGT.

Un juego de presiones cruzadas empieza a ceñirse contra el gobierno nacional de cara a las elecciones de octubre, ya que a las movilizaciones organizadas por Víctor De Gennaro para que se reconozca personería gremial a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) se opuso el condicionamiento expresado por Hugo Moyano, líder de la CGT, al apoyo de la candidata presidencial Cristina Kirchner.

De Gennaro representa a 1,2 millones de trabajadores y su posición ha sido crítica respecto de la política social que se aplica desde la Casa Rosada, aunque la entidad que ahora reclama su reconocimiento jurídico tuvo gravitante participación en el levantamiento de las medidas de fuerza del personal del INdeC, un tema de trascendencia no sólo local sino también internacional, por sus implicaciones en el mercado de los bonos.

En cambio, Moyano fue virando levemente su discurso favorable a la senadora, desde que el jefe de Estado anudó un acuerdo con su rival en la central obrera, Luis Barrionuevo, aunque referido a la campaña en Catamarca, y trascendió que su esposa estaría impulsando la legalización de la CTA, su otro frente de conflicto por el poder sindical.

Moyano tuvo tres gestos públicos claros para que tome nota el kirchnerismo: v
Relativizó su adhesión a Cristina Kirchner en la Asociación de Dirigentes de Empresa (ADE) argumentando que en la CGT no la conocen aún y no aceptarán todo con “los ojos cerrados”;
Advirtió a Kirchner que, pese a que de él sí saben cómo piensa, después de las elecciones habrá que atender demandas sociales que están contenidas;
No concurrió a un seminario, en el que iba a participar junto con el ministro Carlos Tomada y dirigentes vinculados al periodismo.

Ante los empresarios, Hugo Moyano consideró que el kirchnerismo “va a ganar en primera vuelta” las elecciones generales de octubre próximo, aunque advirtió que desde diciembre el gobierno tendrá que afrontar “más demandas de la sociedad, porque muchas de ellas están contenidas”.

Los gremios que integran la llamada mesa chica de la CGT no comparten muchas de sus posiciones, aunque en el momento de avalar la actitud prooficialista del camionero, sobre todo en el desarrollo de las convenciones colectivas, lo hicieron sin mostrar fisuras.

Por eso, Moyano se mantuvo conciliador con Kirchner al plantear de todos modos sus “dudas y preocupaciones” por la actitud que adoptará la primera dama hacia los gremios en caso de que gane las elecciones.

Ante los empresarios, Moyano aseguró que los gremios nucleados en la CGT seguirán reclamando aumentos salariales, porque “es lo que legítimamente corresponde”, y anticipó que “habrá fricciones pero no se van a resignar las paritarias”.

Derechos adquiridos

Acompañaron al titular de la CGT sus colegas Guillermo Marconi, Omar Viviani y el diputado nacional, Héctor Recalde.
El próximo gobierno, al que distinguen como más asociado al Frente para la Victoria de Cristina antes que al “peronismo de Kirchner”, “va a seguir recibiendo más demandas sociales que el actual”, dijo Moyano, y consideró que “los trabajadores están comprendiendo que sus logros son un derecho adquirido y piden más respuestas”.

De todos modos, consideró “importante” el llamado de Cristina Kirchner a “una convergencia y a un pacto social” y expresó su deseo de que se pueda firmar durante el próximo gobierno.

Pero advirtió que el sindicalismo “tiene sus preocupaciones, como que el desarrollo social llegue a todos y que todavía hay mucha gente que no tiene trabajo”.

Las palabras de Moyano en ADE causaron estupor en la Casa Rosada, porque no esperaban un “apriete” público de quien parecía ser su incondicional aliado. Hace apenas unos días había compartido el anuncio del aumento de las asignaciones familiares.

Es cierto, de todas maneras, que Moyano no goza de las simpatías de Cristina ni de uno de sus principales asesores, Carlos Kunkel. Una muestra de esa aprehensión se vio cuando el actual líder de la Unión Obrera Metalúrgica, Antonio Calo, fue llevado a la Casa de Gobierno para celebrar con Kirchner el convenio laboral firmado por el gremio “puenteando” a Moyano.

Desde que asumió en la UOM este antiguo colaborador de Lorenzo Miguel, la entidad se apartó de la mesa chica de conducción.
En la última edición de “Mercado” se publica un mapa del sindicalismo que viene al caso reproducir en parte como contexto de los movimientos que se advierten entre sus principales dirigentes.

Hasta que Néstor Kirchner consolidó su poder en 2004, la actual CGT venía dividida desde 1994 en dos gajos: uno oficialista conducido por el alimenticio Rodolfo Daer y otro disidente, liderado por el camionero Hugo Moyano, denominado Movimiento de Trabajadores Argentinos.
Moyano quedó al frente de la CGT unificada desde entonces, pasando a ser de disidente de los ´90 a oficialista de turno.

El origen de la central obrera se remonta a los años ´30, cuando sindicatos socialistas, independientes y comunistas acordaron unirse, y desde el ´45 en adelante, ese gran mosaico ideológico se simplificó detrás del liderazgo de Juan Domingo Perón, que perdura incólume aun después de su muerte hace 33 años.

Hoy Moyano se dice tan peronista como sus adversarios, los “gordos”, que enrolan a Armando Cavalieri (comercio), Juan José Zanola (bancos), West Ocampo (sanidad), Oscar Lescano (Luz y Fuerza), entre los principales. El gastronómico Luis Barrionuevo es otro que tercia en la conducción con la misma camiseta justicialista.

Cambios cualitativos

La reestructuración socioeconómica del país, tras la recesión de finales de la época menemista y el estallido de la crisis entre 2001 y 2002, consumó los cambios que afectaron el perfil productivo a partir de la convertibilidad.
Los gigantescos gremios afectados a los servicios públicos, cuya patronal venía siendo el Estado, de repente se encontraron con un gobierno de signo peronista, como el de Menem, al que debían allanarse políticamente, mientras debutaban en dirimir intereses laborales con férreos ejecutivos de las multinacionales que se adjudicaron las privatizaciones, en lugar de los mansos funcionarios políticos que atendían sus áreas cuando las prestadoras eran estatales.

Se licuó el poder de los dirigentes de Foetra, Luz y Fuerza, telefónicos, así como de los estatales, y menguó la participación de los clásicos industriales, como metalúrgicos, mecánicos, construcción, plásticos. Creció la combatividad de los docentes.

La mayor parte de las plantas sucumbía entonces a racionalizaciones, suspensiones y despidos al compás del achicamiento del aparato productivo de los ´90.

La oposición sindical al gobierno que provocaba estos cambios estructurales en la economía estaba conformada por parte de los docentes (CTERA) y empleados públicos (ATE), marginados de toda esa vorágine política palaciega. Se constituyeron en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) desde 1995 y desde poco antes de la renuncia de Fernando de la Rúa ya se los veía entreverados en movilizaciones callejeras con una naciente organización de desocupados, los piqueteros, que se sumaron a través de la Federación de Tierra y Vivienda.

También en estas marchas se sumaron con sus pecheras amarillas la central clasista y combativa (CCC), cuyo brazo sindical es el Sindicato de Empleados Municipales de Jujuy y el político, el partido Comunista Revolucionario.

Hoy los escenarios en que discurre la demanda sindical están fragmentados. La conflictividad industrial no traspasa los tinglados. La negociación de superestructura es política y transcurre dentro de los despachos. La calle está ganada por los piqueteros, los gremios estatales (incluidos docentes) y algunas expresiones minoritarias no alineadas.

Representatividad

Los datos globales de la estructura sindical nacional son:
Entre 2 y 3 millones de trabajadores afiliados a 2.800 sindicatos registrados, de los cuales hay algunos de menos de 50 miembros.
Hay 1.100 sindicatos con personería gremial.
Los cuerpos de delegados o comisiones internas que responden a las organizaciones suman de 20 a 50 mil activistas.

Suele suceder, sobre todo cuando se discuten salarios, que la conducción central de un gremio, como la UOM, acepte la pauta de ajuste del gobierno y logre conciliarla en los convenios con las grandes empresas siderúrgicas, como Siderca, Siderar, Acíndar y Aceros Bragado, que suman 15 mil obreros.

Pero hay más de un millar de firmas de todo tamaño adheridas a las patronales metalúrgicas (Adimra) que emplean a 130 mil trabajadores del sector, que no encajan en el molde negociado y surgen asperezas en las fábricas.

Se suceden las medidas de fuerza dentro de los lugares de trabajo en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, pero quedan circunscriptas a ese radio. No hay espacio para huelgas salvajes. La lejanía con las federaciones y confederaciones impide que “prendan” a un nivel más abarcativo. El movimiento se desgasta, el Ministerio de Trabajo aplica las conciliaciones obligatorias y finalmente se termina transando dentro de las formalidades de la pauta oficial.

Smata ha sido otro caso paradigmático de esta ambigua particularidad de las negociaciones salariales. Firmó con la patronal dentro de la banda fijada por el gobierno, pero ese porcentaje no se ve en ninguna de las liquidaciones salariales de las empresas.

Las fábricas trabajan a full pese al racionamiento eléctrico y, puertas adentro, se entienden con las comisiones de delegados. El antecedente lo constituyen Toyota y Peugeot, que ya tenían cerrado el acuerdo por todo el año y evitaron presentarlo en el Ministerio de Trabajo dentro del paquete de sus colegas de Volkswagen, Ford, Daimler, Chrysler y General Motors.
La dispersión inspiró a José Rodríguez, secretario general de Smata, a reabrir las conversaciones, empresa por empresa, para introducir mejoras adicionales.

Lo curioso del caso es que para la encuesta oficial el porcentaje que regirá será del 19 %, pero para la estructura de costos de las empresas habrá que ver cómo se traducen los rubros incorporados. Basta con observar lo sucedido en Córdoba, donde Renault y Fiat-Iveco terminaron dando 57 % entre el aumento de este año y el anterior, más un 5 % ahora y otro 6 % a fin de año.

Aunque ningún coletazo se escuche en la Plaza de Mayo o en el Congreso, dentro de las plantas automotrices afiliadas a Smata el personal venía aplicando lo que se conoce como quita de colaboración. En Volkswagen habían quedaron en playa incompletos 400 autos. Ahora los cortes volvieron, pero de corriente eléctrica, y dejan muchos más vehículos inconclusos.

En contraste con lo homologado por el Ministerio de Trabajo, ningún mecánico cobraba el 15 % de incremento en el básico, más el 5 % no remunerativo, que figuraba en el parte de prensa oficial del año pasado. El acuerdo real, que contemplaba 32 % de aumento mientras duró el convenio, llega al 40,3 % a marzo del 2008.

El clima social que transcriben diariamente las primeras planas con paros de telefónicos, aeronáuticos, trabajadores de la salud, ferroviarios o docentes no se refleja en el índice de conflictividad gremial que elabora el Centro de Estudios para la Nueva Mayoría: ha ido descendiendo este año, de las 82 protestas en marzo, a 69 en abril, 39 en mayo y 29 en junio. Coincide con el período de negociaciones salariales.

Pero el promedio del año pasado había sido de 62, sustancialmente mayor que el actual. La incidencia que han tenido las medidas de fuerza de los docentes en este comportamiento fue determinante, lo mismo que las de los gremios estatales.

Los obreros industriales optaron por seguir de cerca el crecimiento de la producción. En ciclos de abundancia como el actual, las automotrices aceptan camuflar en la grilla aumentos superiores a la pauta oficial, a cambio de mejorar 20 % la productividad mientras la caldera no afloje.

Truck power

La campaña de captación de afiliados que encaró el líder camionero Hugo Moyano con su hijo Pablo desde el advenimiento del kirchnerismo al gobierno no apunta precisamente a engrosar el ingreso por la cuota sindical ni a reclutar activistas para las concentraciones. Conquistó 22.800 afiliados de otros gremios que les permitió reunir 4 millones de pesos mensuales para la organización. Para emprender la cruzada, primero lograron que el Ministerio de Trabajo aprobara el estatuto que los define su actividad como logística. Coincidió con el regreso a la CGT de su movimiento disidente desde que promediara el menemismo.

Captaron 7 mil empleados de los correos privados, 5 mil de hiperrmercados, 9.000 de distribuidores de gaseosas. Así llegó a los 73 mil afiliados actuales, a expensas de otros gremios como Foecyt, Fec, Fuva, Fatiga.

Moyano tuvo en todo este lapso de aliado al Ministerio de Trabajo con sus fallos favorables en cada conflicto, pero perdió poder de convocatoria en el seno de la entidad que encabeza.

Paga su afán de acumulación de poder con un asedio que no sólo le dispensa Luis Barrionuevo en la mesa directiva, sino también el sucesor del que fuera su aliado de la UTA, Juan Manuel Palacios: el diputado Roberto Fernández.

Ya se granjeó la enemistad de la construcción platense, luego del choque en San Vicente durante el traslado de los restos de Perón a la quinta.
Tampoco le tienen simpatía el resto de los gordos. Y algo parece haber cambiado en la Casa Rosada con él, desde que Kirchner decide invitar a la UOM antes que a su gremio para celebrar la firma del convenio.

Las malas lenguas afirman que se habló del regreso de la UOM a la conducción de la CGT. Ya Barrionuevo venía juntando adhesiones para quebrar al camionero adentro mismo de la entidad, en yunta con Andrés Rodríguez de UPCN y Gerardo Martínez de la UOCRA.

Habrá que ver si los cambios que publicitan en un eventual gobierno de Cristina Kirchner incluyen cambiarle la cara al interlocutor de la central obrera y si, dada la alta inflación y el previsible aumento de la conflictividad sindical, se atreverían a soltarle la mano.

Ya en las paritarias los celos del camionero habían sido con la UOM, apartada de la mesa de conducción de la CGT.

Un juego de presiones cruzadas empieza a ceñirse contra el gobierno nacional de cara a las elecciones de octubre, ya que a las movilizaciones organizadas por Víctor De Gennaro para que se reconozca personería gremial a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) se opuso el condicionamiento expresado por Hugo Moyano, líder de la CGT, al apoyo de la candidata presidencial Cristina Kirchner.

De Gennaro representa a 1,2 millones de trabajadores y su posición ha sido crítica respecto de la política social que se aplica desde la Casa Rosada, aunque la entidad que ahora reclama su reconocimiento jurídico tuvo gravitante participación en el levantamiento de las medidas de fuerza del personal del INdeC, un tema de trascendencia no sólo local sino también internacional, por sus implicaciones en el mercado de los bonos.

En cambio, Moyano fue virando levemente su discurso favorable a la senadora, desde que el jefe de Estado anudó un acuerdo con su rival en la central obrera, Luis Barrionuevo, aunque referido a la campaña en Catamarca, y trascendió que su esposa estaría impulsando la legalización de la CTA, su otro frente de conflicto por el poder sindical.

Moyano tuvo tres gestos públicos claros para que tome nota el kirchnerismo: v
Relativizó su adhesión a Cristina Kirchner en la Asociación de Dirigentes de Empresa (ADE) argumentando que en la CGT no la conocen aún y no aceptarán todo con “los ojos cerrados”;
Advirtió a Kirchner que, pese a que de él sí saben cómo piensa, después de las elecciones habrá que atender demandas sociales que están contenidas;
No concurrió a un seminario, en el que iba a participar junto con el ministro Carlos Tomada y dirigentes vinculados al periodismo.

Ante los empresarios, Hugo Moyano consideró que el kirchnerismo “va a ganar en primera vuelta” las elecciones generales de octubre próximo, aunque advirtió que desde diciembre el gobierno tendrá que afrontar “más demandas de la sociedad, porque muchas de ellas están contenidas”.

Los gremios que integran la llamada mesa chica de la CGT no comparten muchas de sus posiciones, aunque en el momento de avalar la actitud prooficialista del camionero, sobre todo en el desarrollo de las convenciones colectivas, lo hicieron sin mostrar fisuras.

Por eso, Moyano se mantuvo conciliador con Kirchner al plantear de todos modos sus “dudas y preocupaciones” por la actitud que adoptará la primera dama hacia los gremios en caso de que gane las elecciones.

Ante los empresarios, Moyano aseguró que los gremios nucleados en la CGT seguirán reclamando aumentos salariales, porque “es lo que legítimamente corresponde”, y anticipó que “habrá fricciones pero no se van a resignar las paritarias”.

Derechos adquiridos

Acompañaron al titular de la CGT sus colegas Guillermo Marconi, Omar Viviani y el diputado nacional, Héctor Recalde.
El próximo gobierno, al que distinguen como más asociado al Frente para la Victoria de Cristina antes que al “peronismo de Kirchner”, “va a seguir recibiendo más demandas sociales que el actual”, dijo Moyano, y consideró que “los trabajadores están comprendiendo que sus logros son un derecho adquirido y piden más respuestas”.

De todos modos, consideró “importante” el llamado de Cristina Kirchner a “una convergencia y a un pacto social” y expresó su deseo de que se pueda firmar durante el próximo gobierno.

Pero advirtió que el sindicalismo “tiene sus preocupaciones, como que el desarrollo social llegue a todos y que todavía hay mucha gente que no tiene trabajo”.

Las palabras de Moyano en ADE causaron estupor en la Casa Rosada, porque no esperaban un “apriete” público de quien parecía ser su incondicional aliado. Hace apenas unos días había compartido el anuncio del aumento de las asignaciones familiares.

Es cierto, de todas maneras, que Moyano no goza de las simpatías de Cristina ni de uno de sus principales asesores, Carlos Kunkel. Una muestra de esa aprehensión se vio cuando el actual líder de la Unión Obrera Metalúrgica, Antonio Calo, fue llevado a la Casa de Gobierno para celebrar con Kirchner el convenio laboral firmado por el gremio “puenteando” a Moyano.

Desde que asumió en la UOM este antiguo colaborador de Lorenzo Miguel, la entidad se apartó de la mesa chica de conducción.
En la última edición de “Mercado” se publica un mapa del sindicalismo que viene al caso reproducir en parte como contexto de los movimientos que se advierten entre sus principales dirigentes.

Hasta que Néstor Kirchner consolidó su poder en 2004, la actual CGT venía dividida desde 1994 en dos gajos: uno oficialista conducido por el alimenticio Rodolfo Daer y otro disidente, liderado por el camionero Hugo Moyano, denominado Movimiento de Trabajadores Argentinos.
Moyano quedó al frente de la CGT unificada desde entonces, pasando a ser de disidente de los ´90 a oficialista de turno.

El origen de la central obrera se remonta a los años ´30, cuando sindicatos socialistas, independientes y comunistas acordaron unirse, y desde el ´45 en adelante, ese gran mosaico ideológico se simplificó detrás del liderazgo de Juan Domingo Perón, que perdura incólume aun después de su muerte hace 33 años.

Hoy Moyano se dice tan peronista como sus adversarios, los “gordos”, que enrolan a Armando Cavalieri (comercio), Juan José Zanola (bancos), West Ocampo (sanidad), Oscar Lescano (Luz y Fuerza), entre los principales. El gastronómico Luis Barrionuevo es otro que tercia en la conducción con la misma camiseta justicialista.

Cambios cualitativos

La reestructuración socioeconómica del país, tras la recesión de finales de la época menemista y el estallido de la crisis entre 2001 y 2002, consumó los cambios que afectaron el perfil productivo a partir de la convertibilidad.
Los gigantescos gremios afectados a los servicios públicos, cuya patronal venía siendo el Estado, de repente se encontraron con un gobierno de signo peronista, como el de Menem, al que debían allanarse políticamente, mientras debutaban en dirimir intereses laborales con férreos ejecutivos de las multinacionales que se adjudicaron las privatizaciones, en lugar de los mansos funcionarios políticos que atendían sus áreas cuando las prestadoras eran estatales.

Se licuó el poder de los dirigentes de Foetra, Luz y Fuerza, telefónicos, así como de los estatales, y menguó la participación de los clásicos industriales, como metalúrgicos, mecánicos, construcción, plásticos. Creció la combatividad de los docentes.

La mayor parte de las plantas sucumbía entonces a racionalizaciones, suspensiones y despidos al compás del achicamiento del aparato productivo de los ´90.

La oposición sindical al gobierno que provocaba estos cambios estructurales en la economía estaba conformada por parte de los docentes (CTERA) y empleados públicos (ATE), marginados de toda esa vorágine política palaciega. Se constituyeron en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) desde 1995 y desde poco antes de la renuncia de Fernando de la Rúa ya se los veía entreverados en movilizaciones callejeras con una naciente organización de desocupados, los piqueteros, que se sumaron a través de la Federación de Tierra y Vivienda.

También en estas marchas se sumaron con sus pecheras amarillas la central clasista y combativa (CCC), cuyo brazo sindical es el Sindicato de Empleados Municipales de Jujuy y el político, el partido Comunista Revolucionario.

Hoy los escenarios en que discurre la demanda sindical están fragmentados. La conflictividad industrial no traspasa los tinglados. La negociación de superestructura es política y transcurre dentro de los despachos. La calle está ganada por los piqueteros, los gremios estatales (incluidos docentes) y algunas expresiones minoritarias no alineadas.

Representatividad

Los datos globales de la estructura sindical nacional son:
Entre 2 y 3 millones de trabajadores afiliados a 2.800 sindicatos registrados, de los cuales hay algunos de menos de 50 miembros.
Hay 1.100 sindicatos con personería gremial.
Los cuerpos de delegados o comisiones internas que responden a las organizaciones suman de 20 a 50 mil activistas.

Suele suceder, sobre todo cuando se discuten salarios, que la conducción central de un gremio, como la UOM, acepte la pauta de ajuste del gobierno y logre conciliarla en los convenios con las grandes empresas siderúrgicas, como Siderca, Siderar, Acíndar y Aceros Bragado, que suman 15 mil obreros.

Pero hay más de un millar de firmas de todo tamaño adheridas a las patronales metalúrgicas (Adimra) que emplean a 130 mil trabajadores del sector, que no encajan en el molde negociado y surgen asperezas en las fábricas.

Se suceden las medidas de fuerza dentro de los lugares de trabajo en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, pero quedan circunscriptas a ese radio. No hay espacio para huelgas salvajes. La lejanía con las federaciones y confederaciones impide que “prendan” a un nivel más abarcativo. El movimiento se desgasta, el Ministerio de Trabajo aplica las conciliaciones obligatorias y finalmente se termina transando dentro de las formalidades de la pauta oficial.

Smata ha sido otro caso paradigmático de esta ambigua particularidad de las negociaciones salariales. Firmó con la patronal dentro de la banda fijada por el gobierno, pero ese porcentaje no se ve en ninguna de las liquidaciones salariales de las empresas.

Las fábricas trabajan a full pese al racionamiento eléctrico y, puertas adentro, se entienden con las comisiones de delegados. El antecedente lo constituyen Toyota y Peugeot, que ya tenían cerrado el acuerdo por todo el año y evitaron presentarlo en el Ministerio de Trabajo dentro del paquete de sus colegas de Volkswagen, Ford, Daimler, Chrysler y General Motors.
La dispersión inspiró a José Rodríguez, secretario general de Smata, a reabrir las conversaciones, empresa por empresa, para introducir mejoras adicionales.

Lo curioso del caso es que para la encuesta oficial el porcentaje que regirá será del 19 %, pero para la estructura de costos de las empresas habrá que ver cómo se traducen los rubros incorporados. Basta con observar lo sucedido en Córdoba, donde Renault y Fiat-Iveco terminaron dando 57 % entre el aumento de este año y el anterior, más un 5 % ahora y otro 6 % a fin de año.

Aunque ningún coletazo se escuche en la Plaza de Mayo o en el Congreso, dentro de las plantas automotrices afiliadas a Smata el personal venía aplicando lo que se conoce como quita de colaboración. En Volkswagen habían quedaron en playa incompletos 400 autos. Ahora los cortes volvieron, pero de corriente eléctrica, y dejan muchos más vehículos inconclusos.

En contraste con lo homologado por el Ministerio de Trabajo, ningún mecánico cobraba el 15 % de incremento en el básico, más el 5 % no remunerativo, que figuraba en el parte de prensa oficial del año pasado. El acuerdo real, que contemplaba 32 % de aumento mientras duró el convenio, llega al 40,3 % a marzo del 2008.

El clima social que transcriben diariamente las primeras planas con paros de telefónicos, aeronáuticos, trabajadores de la salud, ferroviarios o docentes no se refleja en el índice de conflictividad gremial que elabora el Centro de Estudios para la Nueva Mayoría: ha ido descendiendo este año, de las 82 protestas en marzo, a 69 en abril, 39 en mayo y 29 en junio. Coincide con el período de negociaciones salariales.

Pero el promedio del año pasado había sido de 62, sustancialmente mayor que el actual. La incidencia que han tenido las medidas de fuerza de los docentes en este comportamiento fue determinante, lo mismo que las de los gremios estatales.

Los obreros industriales optaron por seguir de cerca el crecimiento de la producción. En ciclos de abundancia como el actual, las automotrices aceptan camuflar en la grilla aumentos superiores a la pauta oficial, a cambio de mejorar 20 % la productividad mientras la caldera no afloje.

Truck power

La campaña de captación de afiliados que encaró el líder camionero Hugo Moyano con su hijo Pablo desde el advenimiento del kirchnerismo al gobierno no apunta precisamente a engrosar el ingreso por la cuota sindical ni a reclutar activistas para las concentraciones. Conquistó 22.800 afiliados de otros gremios que les permitió reunir 4 millones de pesos mensuales para la organización. Para emprender la cruzada, primero lograron que el Ministerio de Trabajo aprobara el estatuto que los define su actividad como logística. Coincidió con el regreso a la CGT de su movimiento disidente desde que promediara el menemismo.

Captaron 7 mil empleados de los correos privados, 5 mil de hiperrmercados, 9.000 de distribuidores de gaseosas. Así llegó a los 73 mil afiliados actuales, a expensas de otros gremios como Foecyt, Fec, Fuva, Fatiga.

Moyano tuvo en todo este lapso de aliado al Ministerio de Trabajo con sus fallos favorables en cada conflicto, pero perdió poder de convocatoria en el seno de la entidad que encabeza.

Paga su afán de acumulación de poder con un asedio que no sólo le dispensa Luis Barrionuevo en la mesa directiva, sino también el sucesor del que fuera su aliado de la UTA, Juan Manuel Palacios: el diputado Roberto Fernández.

Ya se granjeó la enemistad de la construcción platense, luego del choque en San Vicente durante el traslado de los restos de Perón a la quinta.
Tampoco le tienen simpatía el resto de los gordos. Y algo parece haber cambiado en la Casa Rosada con él, desde que Kirchner decide invitar a la UOM antes que a su gremio para celebrar la firma del convenio.

Las malas lenguas afirman que se habló del regreso de la UOM a la conducción de la CGT. Ya Barrionuevo venía juntando adhesiones para quebrar al camionero adentro mismo de la entidad, en yunta con Andrés Rodríguez de UPCN y Gerardo Martínez de la UOCRA.

Habrá que ver si los cambios que publicitan en un eventual gobierno de Cristina Kirchner incluyen cambiarle la cara al interlocutor de la central obrera y si, dada la alta inflación y el previsible aumento de la conflictividad sindical, se atreverían a soltarle la mano.

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