Miceli: opiniones que trazan una especie de protoplán propio

La actual ministra habló en “Mercado” de agosto de 2003. Autodefinida como “mezcla de keynesiana y desarrollista”, la entonces titular de Banco Nación planteó una “reindustrialización”. Criticó las políticas de los ’90 y los gurúes que las apoyaban.

29 noviembre, 2005

Felisa Miceli reivindicaba el papel del estado en un proyecto de país con un “capitalismo serio, eficiente y de riesgo”. No sin subrayar que “muchos sabios del sistema financiero dicen que todavía falta para que la economía se estabilice, aparezca el crédito y haya un marco más propicio para negocios e inversiones”.

A la inversa, ella creía –probablemente, siga creyendo- que la reestructuración está en marcha. “Cada banco que hoy opera en plaza tendrá que ver a qué segmento del mercado va a dirigirse, cómo hará para generar ingresos y a quiénes van a prestarles. Máxime porque el sector público no es más demandante de crédito y –sostuvo Miceli- no va a serlo por años”. A su juicio, debe garantizarse equilibrio fiscal, superávit primario y un estado que no se endeude, porque ese tipo de cosas “lleva a tener que girar fondos al exterior, restando posibilidades de regenerar la actividad interna”.

Resulta claro que la entonces jefa del Banco Nación compartía ideas de Roberto Lavagna, pese a cierto distanciamiento entre ambos. Ahora bien, inquiría la revista, “¿qué demandas manifiestan los organismos internacionales con respecto a esta reestructuración?”.

Retomando expresiones del ex ministro y Guillermo Nielsen, la actual titular de Economía señaló que ya se hablaba con menos énfasis sobre una reestructuración del sistema financiero. “En este momento –afirmaba-, lo que nos queda pendiente es el tema de la consultoría, sobre el que fuimos muy claros: no la queremos para hacer diagnósticos. Ya los tenemos. En todo caso, que contribuya a resolver problemas específicos”.

En un plano más amplio, “Mercado” le recordó –aludiendo a la competencia electoral de entonces- la tendencia a “hacer hincapié en la técnica, antes que en la política. Pero su nombramiento tiene color político”. Ese rasgo es aún más marcado en las actuales circunstancias, claro.

“Para mí, que me licencié en economía política –observaba entonces la nueva ministra del ramo-, la economía puramente técnica no existe; es una falacia, una invención. Existen, sí, técnicas económicas para desarrollar determinados temas concretos. En ese sentido, modelos y aspectos técnicos complementan una visión global. Por lo general, en nuestro país los técnicos se han convertido en tecnócratas y se han propuesto resolver problemas vinculados más a ciertos sectores de interés que al interés general”.

Como para no dejar lugar a dudas, Miceli añadió: “Mi designación es política, en cuanto formo parte de un proyecto que comparto. Fui muy crítica de los ’90, insisto en que la convertibilidad y su programa de reformas estructurales nos llevaron a esta situación de pobreza y hasta de indigencia”.

Como ocurre ahora en el palacio de Hacienda, llegaba entonces al Banco Nación una virtual desconocida, a quien se le preguntó de qué modo se definía. “En principio, no se ha escuchado hablar de mí en el sistema financiero durante los 90. Fui directora en el Banco Provincia de 1983 a 1987 y me retiré porque vi que se venía un país sin destino, con enorme desempleo estructural”.

La funcionaria declaró haber sido “siempre, no diría keynesiana, sino un poco más: reivindico el papel del estado en la economía en un país como éste, que vio destruir sus industrias en esos diez años”. Ahí Miceli usó tres términos -keynesiana, industrialista, desarrollista-, donde el primero engloba a los demás.

“El proyecto de los ’90 fue el de un país primario y terciario, mientras se destruía el sector secundario de la economía. La crisis financiera a fines de 2001 –recordó- no fue más que expresión monetaria de lo que pasaba en la economía real desde cinco años antes. Si se ata la economía a un tipo de cambio fijo, con la moneda local revaluándose, apertura financiera y comercial indiscriminadas, todo en un solo sentido, se termina mal. En Indonesia, Rusia o Turquía, el efecto fue el mismo: sobrevaluación de la moneda local, burbujas en los sectores financieros e inmobiliarios, recesión y hasta depresión en sectores industriales”.

Al respecto, la nueva titular económica trajo a colación dichos de Horst Köhler (entonces director gerente del FMI), poco mencionados en la prensa local. “Köhler recordaba que, cuando Alemania salió de la guerra, el estado era fuerte –no enorme, sí fuerte– y existía un sector privado muy activo. Los dos se articulaban mutuamente con marcos regulatorios y normas muy claras”.

En ese contexto, “surgió una economía sólida. Esperemos que el proceso argentino pueda ser ése”. Acto seguido, Miceli salió a golpear: “Recientemente –era julio-, Daniel Artana y Juan José Llach afirmaban que no hay modelo. Por ejemplo, Llach hablaba de los impuestos distorsivos. No los mencionaba, pero en la jerga de los analistas preponderantes en los últimos 25 años, tributos distorsivos equivalen a retenciones e impuestos al cheque. ¡Y no hablan del IVA! ¡Un país que tiene 21% de IVA, donde gente que cobra menos de $ 350 por mes paga $ 30 de impuestos vía su consumo! Si eso no es distorsivo… los análisis son muy mediocres o muy interesados”.

Releídas en perspectiva, estas opiniones sugieren una especie de “protoplán” económico cuyos alcances van más allá de las ideas habituales en el entorno presidencial, donde no se trasluce pensamiento “macro”. Sería bueno ver hasta qué punto Miceli podrá imprimir su sello en la futura gestión, que debiera continuar la anterior por muchas razones de peso. Interesa traer a colación que, en medio de la larga campaña contra el canje, Nielsen vapuleó a esos mismos expertos y varios más, alineados con ciertos grupos de interés.

Felisa Miceli reivindicaba el papel del estado en un proyecto de país con un “capitalismo serio, eficiente y de riesgo”. No sin subrayar que “muchos sabios del sistema financiero dicen que todavía falta para que la economía se estabilice, aparezca el crédito y haya un marco más propicio para negocios e inversiones”.

A la inversa, ella creía –probablemente, siga creyendo- que la reestructuración está en marcha. “Cada banco que hoy opera en plaza tendrá que ver a qué segmento del mercado va a dirigirse, cómo hará para generar ingresos y a quiénes van a prestarles. Máxime porque el sector público no es más demandante de crédito y –sostuvo Miceli- no va a serlo por años”. A su juicio, debe garantizarse equilibrio fiscal, superávit primario y un estado que no se endeude, porque ese tipo de cosas “lleva a tener que girar fondos al exterior, restando posibilidades de regenerar la actividad interna”.

Resulta claro que la entonces jefa del Banco Nación compartía ideas de Roberto Lavagna, pese a cierto distanciamiento entre ambos. Ahora bien, inquiría la revista, “¿qué demandas manifiestan los organismos internacionales con respecto a esta reestructuración?”.

Retomando expresiones del ex ministro y Guillermo Nielsen, la actual titular de Economía señaló que ya se hablaba con menos énfasis sobre una reestructuración del sistema financiero. “En este momento –afirmaba-, lo que nos queda pendiente es el tema de la consultoría, sobre el que fuimos muy claros: no la queremos para hacer diagnósticos. Ya los tenemos. En todo caso, que contribuya a resolver problemas específicos”.

En un plano más amplio, “Mercado” le recordó –aludiendo a la competencia electoral de entonces- la tendencia a “hacer hincapié en la técnica, antes que en la política. Pero su nombramiento tiene color político”. Ese rasgo es aún más marcado en las actuales circunstancias, claro.

“Para mí, que me licencié en economía política –observaba entonces la nueva ministra del ramo-, la economía puramente técnica no existe; es una falacia, una invención. Existen, sí, técnicas económicas para desarrollar determinados temas concretos. En ese sentido, modelos y aspectos técnicos complementan una visión global. Por lo general, en nuestro país los técnicos se han convertido en tecnócratas y se han propuesto resolver problemas vinculados más a ciertos sectores de interés que al interés general”.

Como para no dejar lugar a dudas, Miceli añadió: “Mi designación es política, en cuanto formo parte de un proyecto que comparto. Fui muy crítica de los ’90, insisto en que la convertibilidad y su programa de reformas estructurales nos llevaron a esta situación de pobreza y hasta de indigencia”.

Como ocurre ahora en el palacio de Hacienda, llegaba entonces al Banco Nación una virtual desconocida, a quien se le preguntó de qué modo se definía. “En principio, no se ha escuchado hablar de mí en el sistema financiero durante los 90. Fui directora en el Banco Provincia de 1983 a 1987 y me retiré porque vi que se venía un país sin destino, con enorme desempleo estructural”.

La funcionaria declaró haber sido “siempre, no diría keynesiana, sino un poco más: reivindico el papel del estado en la economía en un país como éste, que vio destruir sus industrias en esos diez años”. Ahí Miceli usó tres términos -keynesiana, industrialista, desarrollista-, donde el primero engloba a los demás.

“El proyecto de los ’90 fue el de un país primario y terciario, mientras se destruía el sector secundario de la economía. La crisis financiera a fines de 2001 –recordó- no fue más que expresión monetaria de lo que pasaba en la economía real desde cinco años antes. Si se ata la economía a un tipo de cambio fijo, con la moneda local revaluándose, apertura financiera y comercial indiscriminadas, todo en un solo sentido, se termina mal. En Indonesia, Rusia o Turquía, el efecto fue el mismo: sobrevaluación de la moneda local, burbujas en los sectores financieros e inmobiliarios, recesión y hasta depresión en sectores industriales”.

Al respecto, la nueva titular económica trajo a colación dichos de Horst Köhler (entonces director gerente del FMI), poco mencionados en la prensa local. “Köhler recordaba que, cuando Alemania salió de la guerra, el estado era fuerte –no enorme, sí fuerte– y existía un sector privado muy activo. Los dos se articulaban mutuamente con marcos regulatorios y normas muy claras”.

En ese contexto, “surgió una economía sólida. Esperemos que el proceso argentino pueda ser ése”. Acto seguido, Miceli salió a golpear: “Recientemente –era julio-, Daniel Artana y Juan José Llach afirmaban que no hay modelo. Por ejemplo, Llach hablaba de los impuestos distorsivos. No los mencionaba, pero en la jerga de los analistas preponderantes en los últimos 25 años, tributos distorsivos equivalen a retenciones e impuestos al cheque. ¡Y no hablan del IVA! ¡Un país que tiene 21% de IVA, donde gente que cobra menos de $ 350 por mes paga $ 30 de impuestos vía su consumo! Si eso no es distorsivo… los análisis son muy mediocres o muy interesados”.

Releídas en perspectiva, estas opiniones sugieren una especie de “protoplán” económico cuyos alcances van más allá de las ideas habituales en el entorno presidencial, donde no se trasluce pensamiento “macro”. Sería bueno ver hasta qué punto Miceli podrá imprimir su sello en la futura gestión, que debiera continuar la anterior por muchas razones de peso. Interesa traer a colación que, en medio de la larga campaña contra el canje, Nielsen vapuleó a esos mismos expertos y varios más, alineados con ciertos grupos de interés.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades