Martin Wolf: el FMI ya no está a la altura de sus funciones

“Horst Köhler renunció como director gerente del FMI para presentarse de candidato presidencial en Alemania. Su partida es tan absurda como lo fuera su llegada. Y las cosas no mejorarán para una entidad que dejó hipotecada”.

10 marzo, 2004

Así arranca un duro análisis sobre el Fondo Monetario Internacional, sus políticas y su situación, subscripto por el columnista británico Martin Wolf. Un conservador afín a Andrew Crockett, a su vez bien ubicado entre los posibles sucesores del pálido alemán.

“En 2000 –recuerda-, el canciller Gerhard Schröder hacía una feroz campaña para poner un compatriota al frente del FMI. Tras el veto norteamericano a su ministro de Hacienda, Caio Koch-Weser, surgió Köhler, entonces presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial). Hoy, los opositores a Schröder se vengan candidateando a HK para un cargo ceremonial. Todo eso apesta a politiquería”.

Como director del Fondo, Köhler hizo cuanto pudo, que no era mucho. Ahora, el eventual sucesor “precisará el tipo de autoridad que sólo puede proceder de una selección abierta y transparente. Pero –pronostica Wolf- esto no sucederá”.

Por el contrario, habrá “un grotesco regateo dentro de la Unión Europea, autoproclamado bastión del ideario multilateralista. Mal comienzo para una entidad que, como el FMI, predica el buen gobierno de los estados”. Sea como fuere, debieran tenerse presentes tres prioridades para elegir CEO.

Primera: la institución debe cuestionarse hasta qué extremo se ha comprometido en créditos blandos a largo plazo para los países más pobres. “El FMI tiene papel significativo como consejero en políticas macroeconómicas, por lo cual no es correcto que se complique en la reducción de la pobreza. Si el Banco Mundial no es capaz de manejarlos ¿por qué insistir en esos programas?”.

Segunda: el próximo CEO deberá lidiar con las enormes acreencias acumuladas, bajo Köhler, sobre un puñado de deudores. A fines de 2003, sólo tres de ellos representaban 72% del total. Esto es, 45.800 millones en derechos especiales de giro (DEG), o sea US$ 67.500 millones. De ese monto, US$ 28.100 millones correspondían a Brasil, 23.700 millones a Turquía y 15.800 millones a la Argentina.

Como subraya el columnista, “esa suma constituye 21% de los recursos totales del FMI. En otras palabras, Köhler y su equipo hipotecaron el rancho y, de paso, cometieron gruesos errores. Especialmente, prestándole a Buenos Aires en 2000/1”. Por consiguiente, la entidad quedó a merced de sus deudores, “una vulnerabilidad brillantemente explotada por Argentina”.

Tercera y fundamental prioridad: el Fondo necesita dedicarse a lo que sigue siendo la razón de su existencia; o sea, el equilibrio global entre ajustes de pagos. “Al presente, estos ajustes funcionan –en verdad, no funcionan- de forma muy peculiar: la economía mundial (explica Wolf) mantiene un equilibrio macro inestable a costa del aumento constante del déficit estadounidense de pagos. Esto es perverso y, probablemente, insostenible a largo plazo”.

El fenómeno admite dos explicaciones, ambas en órbita del FMI: crónica debilidad de demanda en la Eurozona y Japón e inepcia de los capitales globales para alimentar fluidamente las economías emergentes.

El primer problema sólo puede afrontarse haciendo más efectiva la supervisión del Fondo. Esto es imposible, pues carece de influencia sobre la segunda y la tercera economías del planeta. El segundo refleja un mal más profundo: la actitud de las economías emergentes –no las periféricas, meramente pasivas- en cuanto a evitar exponerse a los mercados de capitales.

Eso resulta de sucesivas crisis sistémicas, característica de la globalización financiera desde el cese de pagos mexicano (1982), acentuada con el segundo derrumbe azteca (el “tequila”, 1994/5) y la crisis general de 1997/8. Por ende, muchas economías emergentes evitan a toda costa flujos netos, esencialmente de corto plazo.

Para ello, sostienen tipos de cambio competitivos, promueven superávit en balanza de pagos y convierten flujos de capital en reservas de divisas. En consecuencia, desde inicios de 1998 a fines de 2003, Asia oriental y sudoriental elevó sus tenencias en US$ 1,13 billón: 84% del aumento mundial. Aun sin Japón, ese grupo añadió US$ 713.000 millones a sus reservas, es decir casi cinco veces los exiguos recursos disponibles en el FMI (US$ 149.000 millones).

El proceso tiene dos efectos. Uno es que invertir tanto en reservas –en vez de apoyarse en mecanismos para compartirlas, como prevén los estatutos del FMI- es intrínsecamente antieconómico. Otro, más relevante, es que –mientras tantos países insistan en reducir su endeudamiento- el equilibrio global exigirá un creciente déficit de pagos en EE.UU. Es decir, una explosiva acumulación de obligaciones a corto plazo derivadas de ese rojo.

“La conclusión lógica –señala Wolf- es que, hoy, el FMI es demasiado chico para cumplir sus objetivos legales, aunque éstos sean más relevantes que nunca”. Por ende, “persiste la necesidad de una fuente de créditos a países solventes durante crisis de liquidez. A falta de un Fondo fuerte en lo global o regional, pues, las economías emergentes han adoptado onerosos autoseguros”.

El experto admite que “un cambio radical es imposible. Pero el FMI tampoco puede hoy proveer la liquidez necesaria. Su futuro director, entonces, deberá afrontar un urgente desafío en materia macroeconómica. ¿Estará a la altura de su misión? Lo dudo”.

Así arranca un duro análisis sobre el Fondo Monetario Internacional, sus políticas y su situación, subscripto por el columnista británico Martin Wolf. Un conservador afín a Andrew Crockett, a su vez bien ubicado entre los posibles sucesores del pálido alemán.

“En 2000 –recuerda-, el canciller Gerhard Schröder hacía una feroz campaña para poner un compatriota al frente del FMI. Tras el veto norteamericano a su ministro de Hacienda, Caio Koch-Weser, surgió Köhler, entonces presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial). Hoy, los opositores a Schröder se vengan candidateando a HK para un cargo ceremonial. Todo eso apesta a politiquería”.

Como director del Fondo, Köhler hizo cuanto pudo, que no era mucho. Ahora, el eventual sucesor “precisará el tipo de autoridad que sólo puede proceder de una selección abierta y transparente. Pero –pronostica Wolf- esto no sucederá”.

Por el contrario, habrá “un grotesco regateo dentro de la Unión Europea, autoproclamado bastión del ideario multilateralista. Mal comienzo para una entidad que, como el FMI, predica el buen gobierno de los estados”. Sea como fuere, debieran tenerse presentes tres prioridades para elegir CEO.

Primera: la institución debe cuestionarse hasta qué extremo se ha comprometido en créditos blandos a largo plazo para los países más pobres. “El FMI tiene papel significativo como consejero en políticas macroeconómicas, por lo cual no es correcto que se complique en la reducción de la pobreza. Si el Banco Mundial no es capaz de manejarlos ¿por qué insistir en esos programas?”.

Segunda: el próximo CEO deberá lidiar con las enormes acreencias acumuladas, bajo Köhler, sobre un puñado de deudores. A fines de 2003, sólo tres de ellos representaban 72% del total. Esto es, 45.800 millones en derechos especiales de giro (DEG), o sea US$ 67.500 millones. De ese monto, US$ 28.100 millones correspondían a Brasil, 23.700 millones a Turquía y 15.800 millones a la Argentina.

Como subraya el columnista, “esa suma constituye 21% de los recursos totales del FMI. En otras palabras, Köhler y su equipo hipotecaron el rancho y, de paso, cometieron gruesos errores. Especialmente, prestándole a Buenos Aires en 2000/1”. Por consiguiente, la entidad quedó a merced de sus deudores, “una vulnerabilidad brillantemente explotada por Argentina”.

Tercera y fundamental prioridad: el Fondo necesita dedicarse a lo que sigue siendo la razón de su existencia; o sea, el equilibrio global entre ajustes de pagos. “Al presente, estos ajustes funcionan –en verdad, no funcionan- de forma muy peculiar: la economía mundial (explica Wolf) mantiene un equilibrio macro inestable a costa del aumento constante del déficit estadounidense de pagos. Esto es perverso y, probablemente, insostenible a largo plazo”.

El fenómeno admite dos explicaciones, ambas en órbita del FMI: crónica debilidad de demanda en la Eurozona y Japón e inepcia de los capitales globales para alimentar fluidamente las economías emergentes.

El primer problema sólo puede afrontarse haciendo más efectiva la supervisión del Fondo. Esto es imposible, pues carece de influencia sobre la segunda y la tercera economías del planeta. El segundo refleja un mal más profundo: la actitud de las economías emergentes –no las periféricas, meramente pasivas- en cuanto a evitar exponerse a los mercados de capitales.

Eso resulta de sucesivas crisis sistémicas, característica de la globalización financiera desde el cese de pagos mexicano (1982), acentuada con el segundo derrumbe azteca (el “tequila”, 1994/5) y la crisis general de 1997/8. Por ende, muchas economías emergentes evitan a toda costa flujos netos, esencialmente de corto plazo.

Para ello, sostienen tipos de cambio competitivos, promueven superávit en balanza de pagos y convierten flujos de capital en reservas de divisas. En consecuencia, desde inicios de 1998 a fines de 2003, Asia oriental y sudoriental elevó sus tenencias en US$ 1,13 billón: 84% del aumento mundial. Aun sin Japón, ese grupo añadió US$ 713.000 millones a sus reservas, es decir casi cinco veces los exiguos recursos disponibles en el FMI (US$ 149.000 millones).

El proceso tiene dos efectos. Uno es que invertir tanto en reservas –en vez de apoyarse en mecanismos para compartirlas, como prevén los estatutos del FMI- es intrínsecamente antieconómico. Otro, más relevante, es que –mientras tantos países insistan en reducir su endeudamiento- el equilibrio global exigirá un creciente déficit de pagos en EE.UU. Es decir, una explosiva acumulación de obligaciones a corto plazo derivadas de ese rojo.

“La conclusión lógica –señala Wolf- es que, hoy, el FMI es demasiado chico para cumplir sus objetivos legales, aunque éstos sean más relevantes que nunca”. Por ende, “persiste la necesidad de una fuente de créditos a países solventes durante crisis de liquidez. A falta de un Fondo fuerte en lo global o regional, pues, las economías emergentes han adoptado onerosos autoseguros”.

El experto admite que “un cambio radical es imposible. Pero el FMI tampoco puede hoy proveer la liquidez necesaria. Su futuro director, entonces, deberá afrontar un urgente desafío en materia macroeconómica. ¿Estará a la altura de su misión? Lo dudo”.

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