Oleaginosas y cereales cotizaban en alturas desconocidas; las sequías asolaban a las zonas cerealeras de Estados Unidos; menor producción de soja en ese país; y una nueva ley de energía estadounidense que estimulaba el uso de biodiesel, lo cual contribuía a elevar la demanda de soja y maíz. Habia aumentado –entonces- el precio del barril de crudo y el abastecimiento desde el Medio Oriente estaba comprometido por los conflictos bélicos en la zona.
El precio de las materias primas – de la que proveía Argentina- seguían en alza,generando más ingreso por exportaciones, especialmente desde mercados emergentes, en especial China que venía creciendo a tasas de vértigo. En definitiva, soplaba viento de cola.
Teoría resistida desde el gobierno, que aseguraba que la bonanza se debía a “virtudes del modelo”.
Pero la creencia general es que hubo mucha suerte en la economía local, muchos factores favorables desde el entorno externo,
Nada de esto parece que disfrutará el próximo gobierno que ascienda el año próximo, quienquiera que sea que resulte electo. El Banco Mundial acaba de anunciar – y fundamentar- que los países en desarrollo y los emergentes entre ellos, están sufriendo una desaceleración estructural que puede durar varios años. Las usinas generadoras de crecimiento volverán a estar entre las economías más desarrolladas.
El pronóstico de crecimiento anual, global, que hace el banco ha bajado a 2,8%, a pesar de los beneficios que supone la importante caída en el precio del petróleo en los países consumidores, con la consiguiente economía.