El autor es Richard Reeves, un profesor de economía de la Brookings Institution, dice que si bien siempre hubo en Estados Unidos un sistema de clases, la clase media alta – que define como los que ganan US$ 120.000 dólares al año como mínimo – no solamente está ensanchando la brecha entre ella misma y todos los demás sino que también está acaparando oportunidades de un modo tal que hace muy difícil para alguien de afuera acercársele.
El 1% más rico se hace cada vez más rico y cada vez más rápido, pero no tiene suficientes individuos para acaparar oportunidades a escala masiva.
Si bien a una persona como Donald Trump le gusta imaginar que la economía norteamericana es una gran fuente mágica de dinero que bendecirá a todos los que lo merezcan, la verdad es que es un juego de suma cero: no hay ni tanto buenos empleos, ni tantas bancas en los mejores colegios que alcancen para todos.
Y el 20% más rico ha dispuesto las cosas de manera de garantizar que prácticamente todas esas cosas buenas vayan a manos de sus hijos y de los hijos de sus hijos. Eso deja bastante poco al 80% restante. La sociedad está creciendo cada vez más segmentada según clases sociales lo que Reeves dice es que esto no resulta directamente de clasismo directo sino más bien al hecho que los que toman la delantera desde temprano en la vida tienen todas las probabilidades para triunfar desde el inicio cuando fueron a las mejores escuelas, después a los mejores colegios y más tarde cuando consiguieron pasantías porque conocían a la gente que hay que conocer.
Para cuando entran al mercado laboral tienen muchas ventajas sobre todos los demás. Además, heredan riqueza. Y mientras tanto, usan el mito de la meritocracia para justificar su posición. A nivel micro esas conductas son entendibles. ¿Qué padre no haría todo lo que está en su poder para asegurar la mejor vida posible para sus hijos? Pero realizadas a nivel masivo conducen a lo que Reeves llama “una economía menos competitiva y una sociedad menos abierta”.
Entonces, ¿qué se puede hacer? De nada sirve odiarlos o convencerlos de que se odien a sí mismos por acaparar todos esos sueños. Así no se va a lograr nada. La inequidad rampante no es culpa de una clase de gente que hace exactamente lo que hacía cualquier persona en su lugar, sino de un sistema político y económico que los incentiva y les permite hacerlo. Por eso la solución no es ni individual ni moralista sino colectiva y política.
En todo el mundo los movimientos social demócratas están ganando popularidad y poder, los sueldos suben con el poder adquisitivo y un sentimiento general de satisfacción. Si la clase media alta quiere está dispuesta a hacer algo más que controlar sus privilegios y desprenderse de algunos, puede apoyar esos movimientos. “Sólo entonces habrá una distribución más equitativa de los sueños”, dice Reeves.