Las ventas argentinas al exterior alcanzaron valores mínimos desde el 2006, al caer 16% respecto al 2019.
El deterioro fue generalizado, con la mayoría de los sectores en rojo, aunque con algunas excepciones como los complejos maicero, lácteo y manicero. Sin embargo, este año, casi todas las exportaciones recuperarían buena parte del terreno cedido, por dos grandes razones: el aumento de las cantidades vendidas, resultado del crecimiento global, y la suba de los precios. ¿Qué forma tomará este avance? ¿todos los rubros mejorarán? ¿será una recuperación temporal o duradera? Eso es lo que indaga el último informe de la consultora Ecolatina.
Un importante motor de nuestras ventas al exterior será la mayor demanda de nuestros socios comerciales. La proyección de crecimiento global ponderado de nuestros principales compradores supera el 5%, alentando la demanda de productos argentinos.
Yendo al detalle, se espera que la economía brasileña crezca 3,5%. Este país es el mayor comprador de nuestros productos industriales, rubro que vio sus cantidades exportadas caer 28% i.a. el año pasado. En lo que va del 2021, este sector aumentó en 14% i.a. sus ventas en volúmenes. En particular, el complejo automotriz, principal segmento de exportación con destino a Brasil, redujo sus ventas un 40% i.a. en 2020 y está recuperándose a un ritmo acelerado en la actualidad (+47% i.a.).
Por otra parte, la mayor demanda internacional también alentará la venta de productos de origen agrícola. China, nuestro mayor comprador de soja y sus derivados, fue uno de los pocos países que evadió la recesión el año pasado (creció algo más de 2%) y su economía treparía más de 8% en 2021. De la mano de su actividad económica, sus compras con origen argentino seguirían en ascenso. Como resultado, el complejo sojero, que redujo sus ventas 12% en el 2020, aumentaría su volumen exportado en el 2021. También se espera que el consumo mundial de trigo, aceite de girasol y maíz crezca, fortaleciendo nuestros envíos al exterior.
Sin embargo, las ventas de productos primarios y manufacturas agrícolas no solo crecerán en volumen: también lo harán por la suba del precio de los commodities. Este proceso, que comenzó a fines del año pasado, llevó a la tonelada de soja a cotizar por encima de los US$ 580, valor que no alcanzaba desde 2013. Aunque este precio no represente el mismo poder adquisitivo que en ese entonces -producto de la inflación global-, sigue siendo el máximo en términos reales desde 2014. En simultáneo, el maíz y el trigo también alcanzaron sus mayores precios desde 2013 y 2014, respectivamente (al deflactar este valor, estos cultivos muestran sus puntos más altos desde 2014 y 2015).
Así, el aumento de nuestras ventas al exterior por estas dos vías está apuntalando el ingreso de divisas a nuestro país, permitiendo al Banco Central comprar dólares en el mercado oficial (ayudado, es cierto, por las restricciones a la compra de minoristas y empresas) y acumular reservas netas. En lo que va del año, las reservas netas aumentaron casi US$ 2.500 millones, impulsadas también por la estacionalidad positiva que deja la salida de la cosecha gruesa, saltando 50% respecto a los valores críticos del cierre de 2020.
Para todo el 2021, la suba de las exportaciones (por precios y cantidades) permitirá que las importaciones se recuperen más de 20% anual y el superávit externo se mantenga en los mismos niveles que el año pasado, alrededor de US$ 12.000 millones. Dependiendo de si se posterga el pago al Club de París y el FMI, esto podría incrementar significativamente las reservas internacionales de la autoridad monetaria.
Por último, los ingresos fiscales se verán impulsados por las retenciones, agregando 1 p.p. del PBI adicional de recursos tributarios respecto al año pasado (los derechos de exportación pasarían de 1,4% del Producto en 2020 a 2,4% en 2021).
Aunque todas parecieran buenas noticias por el lado externo, corresponde agregar cierta cautela sobre la situación. Mientras que uno de los factores que está ayudando al crecimiento de las exportaciones y las reservas tiene un carácter estructural (la recuperación de la economía global luego de la pandemia), el otro parece ser transitorio.
Las mejoras de los términos de intercambio (así como sus reducciones) suelen ser temporales y revertirse pasado un tiempo. Por este motivo, una política óptima sería tomar a los ingresos transitorios como tales, y ahorrar una parte de estos. En este caso, cuando los precios sean menos favorables y el ingreso de divisas comerciales se reduzca, podrían utilizarse estas reservas acumuladas para paliar la pérdida transitoria de recursos. Por el contrario, utilizar todos los dólares disponibles para apreciar el tipo de cambio generaría una mejora efímera de la actividad económica y el consumo, pero nos dejaría en una situación de vulnerabilidad posterior, cuando los commodities vuelvan a su “normalidad” y la situación nos encuentre, como tantas otras veces, con escasas reservas.
Hasta ahora, la postura del Gobierno a este respecto oscila entre el ahorro (conteniendo el déficit fiscal y la emisión monetaria) y la utilización de estos dólares (deslizando el tipo de cambio muy por debajo de la inflación). Una situación muy similar ocurre con el desembolso extraordinario de DEG por parte del FMI, que llegarían en la segunda mitad de este año. Mientras que una fracción de la coalición gobernante pretende utilizarlos para acumular reservas o desendeudar al Sector Público, otro sector pretende gastar esta “lluvia de divisas” en erogaciones corrientes, lo que sería bastante menos sostenible -y recomendable según los libros de economía-.
En un país en que todo lo transitorio se toma como permanente, poder distinguir la duración de los shocks es una herramienta importante para equilibrar la dinámica general. Luego de tres años en rojo, y en pleno proceso electoral, la tentación por apreciar el tipo de cambio para mejorar los ingresos reales es fuerte. Sin embargo, acumular divisas sería una buena forma de aprovechar las ventajas temporarias sin descuidar el largo plazo.