Fue elegido por unanimidad en el consejo general de la Organización Mundial de Comercio y su oprimna declaración –“Asegurar la apertura comerical y el desarrollo”- no sonaba convincente. Ex comisionado de Comercio en la UE, el francés Lamy es nuevo director de una entidad cuyos fines formales han tenido escasas opprtunidades de realizarse y cuya suerte se asemeja demaiasdo a la del ex Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT, en inglés), que pereció junto con la interminable ronda Uruguay.
Como estaba previstro, los rivales iniciales fueron eliminados en sucesivas votaciones. Eran el uruguayo Carlos Pérez Castillo, el brasileño Luiz Seixas Correia y Jaya Krshna (representate de Mauricio, una isla sin trascendencia). El comunicado oficial alude a los 148 mimebros de la OMC. Pero, como en la ONU, los países que cuentan son muchos menos, dada la desordenada proliferación de estados pequeños, a partir de 1958/61, creados generalmente para secundar a una potencia u otra.
Por cierto, al menos Lamy –un socialista que dejó hace rato de serlo- tiene más poder propio que su antecesor, el tai Supachai Panitchpakdi. A diferencia suya, fue impuesto por EE.UU., Canadá, Japón y la UE. El papel de Ottawa resultó llamativo porque, históricamente, ese gobierno rechaza subsidios y forma parte del grupo de exportadores agropecuarias donde están Argentina y Nueva Zelanda, entre otros.
Mientras fue comisionado europeo (1999-2004), Lamy no hizo mucho –pese a sus biógrafos ocasionales- para reducir las subvenciones agrícolas. En esa materia, se complementaban con Robert Zoellick, ex representante comercial de Washington. Pero, al revés de éste (que ocupa hoy otro cargo), sus nuevas funciones tal vez lo devuelvan a su antiguo compromiso con el libre comercio. Si eso ocurre, su primer enemiga será la propia UE.
Fue elegido por unanimidad en el consejo general de la Organización Mundial de Comercio y su oprimna declaración –“Asegurar la apertura comerical y el desarrollo”- no sonaba convincente. Ex comisionado de Comercio en la UE, el francés Lamy es nuevo director de una entidad cuyos fines formales han tenido escasas opprtunidades de realizarse y cuya suerte se asemeja demaiasdo a la del ex Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT, en inglés), que pereció junto con la interminable ronda Uruguay.
Como estaba previstro, los rivales iniciales fueron eliminados en sucesivas votaciones. Eran el uruguayo Carlos Pérez Castillo, el brasileño Luiz Seixas Correia y Jaya Krshna (representate de Mauricio, una isla sin trascendencia). El comunicado oficial alude a los 148 mimebros de la OMC. Pero, como en la ONU, los países que cuentan son muchos menos, dada la desordenada proliferación de estados pequeños, a partir de 1958/61, creados generalmente para secundar a una potencia u otra.
Por cierto, al menos Lamy –un socialista que dejó hace rato de serlo- tiene más poder propio que su antecesor, el tai Supachai Panitchpakdi. A diferencia suya, fue impuesto por EE.UU., Canadá, Japón y la UE. El papel de Ottawa resultó llamativo porque, históricamente, ese gobierno rechaza subsidios y forma parte del grupo de exportadores agropecuarias donde están Argentina y Nueva Zelanda, entre otros.
Mientras fue comisionado europeo (1999-2004), Lamy no hizo mucho –pese a sus biógrafos ocasionales- para reducir las subvenciones agrícolas. En esa materia, se complementaban con Robert Zoellick, ex representante comercial de Washington. Pero, al revés de éste (que ocupa hoy otro cargo), sus nuevas funciones tal vez lo devuelvan a su antiguo compromiso con el libre comercio. Si eso ocurre, su primer enemiga será la propia UE.