lunes, 23 de diciembre de 2024

La recuperación exige más eficiencia, calma y control

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La singularidad del shock provocado por el coronavirus contrasta con la heterogeneidad de sus efectos.

Pese a que en el momento inicial se pensó que la pandemia sería una perturbación exógena, que afectaría a todos los territorios por igual, rápidamente se evidenciaron importantes asimetrías.

 En su conjunto, las medidas de respuesta para afrontar la pandemia han sido más rápidas y de mayor alcance que nunca antes en la historia, y, en particular, más contundentes que durante la crisis financiera de 2008-2009. De hecho, en Europa hubo un llamamiento común a no repetir las tibiezas de entonces (como la retirada prematura de los estímulos fiscales).

Pese al tono mayoritariamente expansivo (apoyando el aumento del gasto público y de la deuda), de la respuesta de los gobernantes a la pandemia, ha habido dos importantes fuentes de asimetrías:

  1. No todos los sectores de actividad se han visto igualmente afectados. El peso de los más perjudicados (los más intensivos en contacto, con mayor interactividad social) ha sido un factor decisivo para explicar las divergencias en las caídas de actividad en 2020.
  2. No todos los países han tenido la misma capacidad de implementar medidas expansivas. ¿La razón? los distintos márgenes de maniobra en política fiscal: algunos habían recuperado o mantenido la capacidad de endeudarse, otros la tenían reducida o agotada.

Si en Estados Unidos la caída fue del 3,5%, cercana a la media mundial de 3,3%, para el conjunto de América Latina el impacto fue de más del doble, con una caída del 8,1%.

Cuestiones como el crecimiento de la economía informal o la calidad institucional de los países también son relevantes a la hora de explicar las distintas magnitudes del impacto económico de la pandemia y la efectividad de las medidas tomadas por los gobiernos.

En abril de 2021 el Fondo Monetario Internacional titulaba la edición de primavera de su informe de Perspectivas Económicas Mundiales “Gestionar recuperaciones divergentes”.

A finales de mayo, la OCDE hablaba de “una recuperación fuera de la común” en un informe publicado en su web. Según este informe:

  • China ya habría recuperado sus niveles de renta previos a la pandemia..
  • Estados Unidos estaría a punto de alcanzarlos (mediados de 2021).
  • Los principales países de la eurozona llegarían entre finales de 2021 y la primera mitad de 2023.

Por su parte, dentro de los países emergentes, la situación de América Latina es la más heterogénea: por ejemplo, Brasil recuperaría los niveles de renta a finales de 2022 mientras que a Argentina le tocaría esperar hasta 2026.

Hacia una recuperación verde y sostenible

Pero, más allá de las respuestas a la crisis de la covid-19, los debates acerca de la solidez de la recuperación abordan cuestiones como el compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Si antes de 2020 estos objetivos globales ya planteaban importantes retos, ahora se han visto afectados por la propia pandemia:

  • Inclusión social. Algunos indicadores muestran retrocesos: la erradicación de la pobreza extremase ha detenido por primera vez en años. Las asimetrías en la capacidad de adaptación al teletrabajo, sobre todo entre las rentas más bajas, han aumentado las desigualdades. Ha reaparecido el debate sobre cómo las innovaciones tecnológicas (aceleradas por la pandemia), mejoran la eficiencia y la productividad pero también aumentan las desigualdades y precarizan segmentos del mercado de trabajo.
  • Sostenibilidad medioambiental. Desde 2015 está incluida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y en el Acuerdo de París sobre Cambio Climático (al que EEUU ha vuelto con la presidencia Biden). En diciembre de 2019 la UE presentó su Pacto Verde Europeo.

Las apelaciones previas a la pandemia acerca de la necesidad de un “Global Green New Deal” se ven ahora complementadas con los llamamientos a una recuperación verde.

La OCDE ha elaborado una base de datos en abril de 2021 para hacer seguimiento de las medidas de estímulo implementadas y comprobar si se cumplen las declaraciones y compromisos anunciados por las instituciones para la mejora medioambiental. Aunque los resultados iniciales no han sido muy halagüeños, vale la pena la presencia de este mecanismo de control desde una entidad tan apegada a la ortodoxia como la OCDE.

Recuperación con matices

La respuesta de la UE a la crisis del coronavirus ilustra algunas de las luces y sombras de los planes de recuperación.

Se ha señalado con justicia que los planteamientos europeos para la “recuperación y resiliencia”, con el plan Next Generation EU como la joya de la corona, suponen un esfuerzo de movilización de recursos sin precedentes en la integración europea.

Más allá de la cuantía, estos fondos suponen cambios difícilmente imaginables en las relaciones entre los países de la unión apenas año y medio atrás:

  • La emisión de deudapor parte de la Comisión Europea (que podría calificarse de federal o confederal).
  • La financiación con nuevas figuras impositivas como los eventuales aranceles al carbono que buscan evitar deslocalizaciones contaminantes a escala global.
  • La apuesta por la digitalización (y la esperada mejora asociada en la productividad) y la sostenibilidad, que se configuran como referentes en la estrategia europea de recuperación.
  • La preocupación por la inclusividad, expresada también en la insistencia en una transición justa en el camino hacia la descarbonización.

Pese a todos estos esfuerzos, los planes europeos palidecen ante los volúmenes de recursos movilizados en apenas meses por la administración Biden (1,9 billones de dólares, o el éxito de las medidas implementadas en China: en el primer trimestre de 2021 la economía china creció un 18,3%.

También contrastan la agilidad y rapidez de las respuestas de esas dos potencias frente al proceloso camino seguido por Europa para conseguir todos los acuerdos iniciales, las ratificaciones posteriores y la implementación efectiva de las medidas en una UE todavía demasiado fragmentada y burocratizada en demasiados aspectos.

En todo caso, los ambiciosos planes de recuperación a escala internacional se enfrentan al menos a otros tres importantes retos.

  1. Eficiencia

El primer desafío radica en ser eficientes en la gestión de los recursos. La experiencia demuestra que, con más frecuencia de la deseable, una parte de los fondos teóricamente destinados a “curar cicatrices” y “encarrilar de forma sólida y resiliente el futuro” son capturados por determinados lobbies, bien conectados con los poderes públicos.

De ese modo, muchas veces son utilizados en beneficio de intereses particulares, que no necesariamente coinciden con los generales, y pueden contribuir a aumentar la concentración de la renta y riqueza o a mantener artificialmente actividades zombies.

La asignación de recursos a sectores que no eran viables antes ni lo serán después de la pandemia, en detrimento de usos con más sentido de futuro, sería un lastre para la recuperación.

Es crucial asegurar el mejor uso posible de los recursos movilizados y mantenerlos a salvo de esas interferencias. Este reto es especialmente relevante para los países o áreas con peores registros de calidad institucional.

 

  1. Calma frente al crecimiento de la deuda

Es preciso asumir que las emisiones de deuda para financiar la crisis de la covid-19 no pueden ser ilimitadas. Hemos visto cómo la ratio de endeudamiento público está en los niveles que se alcanzaron para financiar la Segunda Guerra Mundial. Cuando llegue el momento, el necesario desendeudamiento deberá ser planteado como “una maratón y no como un sprint” (según la afortunada expresión utilizada en 2012 por el execonomista jefe del FMI Olivier Blanchard).

Frente a ese escenario pesimista, cabe recordar que la dinámica de desendeudamiento posterior a la Segunda Guerra, con los acuerdos de Bretton Woods y el Plan Marshall, sea quizás la más exitosa de la historia. Entonces, el crecimiento económico, compatible con la implementación de políticas sociales de bienestar, permitió absorber la ratio de endeudamiento de forma notable. La solidez de la recuperación es pues el mejor antídoto ante las preocupaciones por el endeudamiento.

  1. Tensiones inflacionarias y envejecimiento

Una razón más para la prudencia son las incipientes tensiones al alza en la inflación y los tipos de interés que han empezado a despuntar en la economía estadounidense.

Estas subidas, que algunos achacan a factores transitorios, relativizan la expresión “muy bajos durante mucho tiempo” que hasta hace poco se aplicaba a los tipos de interés.

Además de suponer un posible aumento en la carga de la deuda, según la visión de los investigadores Charles Goodhart y Manoj Pradhan, están vinculadas a un problema de fondo que sobrevuela todo lo anterior: el envejecimiento de las economías avanzadas pero también de China, lo que obliga a introducir los aspectos demográficos en una ecuación que ya de por sí es muy compleja.

(*) Juan Tugores Ques es Profesor de Economía, Universitat de Barcelona

 

 

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