domingo, 22 de diciembre de 2024

La OMC, entre globalización y democracia

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El economista Dani Rodik habla de incompatibilidad entre democracia y globalización.
 

La OMC, al igual que su antecesora la OIC (Organización Internacional del Comercio) creada en 1948, fija reglas para el comercio global y su cuerpo de apelación opina en las disputas comerciales. Hoy está en crisis por una serie de razones, pero la principal parece ser que muchos de sus miembros no sienten que sus intereses están protegidos por el organismo. En la vanguardia de ese grupo está la Administración Trump.

El representante comercial de Estados Unidos, Robert Lighthizer, está convencido de que la OMC está en contra de Estados Unidos y a favor de China. Por eso veta los nombramientos de jueces del organismo, que en este momento son solamente tres. A menos que Estados Unidos retire su veto, pronto la OMC no podrá imponer sus propias reglas.

 

Esta debilidad del cuerpo internacional del comercio afecta directamente los planes del Reino Unidos al dejar la Unión Europea, probablemente sin acuerdo. Las reglas comerciales que limitan las posibilidades de los países para hacer lo que quieran, impiden que las naciones entren en una competencia destructiva levantando barreras contra otras naciones. Por eso es útil contar con un acuerdo internacional que impida a un estado distorsionar unilateralmente la competencia. Eso crea un problema: ¿quién hace las reglas y quién las juzga? Los jueces tienen que ser neutrales y los cuerpos internacionales deben ser vistos como distantes de sus representados. Aparece así un déficit democrático.

 

El economista Dani Rodik, en su libro The Globalization Paradox dice que la democracia y la globalización inevitablemente chocan. En los extremos hay tres opciones: La primera, ignorar la democracia porque es demasiado difícil gobernar democráticamente el comercio global. Segundo, ignorar la política social y tener muchos estándares de comercio libre y de empleo decididos a nivel nacional para que los votantes puedan tener control. O, tercero, prescindir de la globalización a pesar de sus ventajas económicas.

 

Como ninguna de las tres opciones son deseables ni prácticas, hay que buscar un compromiso intermedio: perder un poco de control democrático, aceptar y tolerar que haya fricciones en el comercio global , compartir el control de la política social entre cuerpos nacionales e internacionales.

 

 

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