La competitividad será la madre de todas las batallas

Una vez asegurado el financiamiento público a mediano y largo plazo, el gobierno afronta el otro gran desafío en materia económica: aumentar la competitividad para que el producto crezca y se genere empleo. Por Miguel Angel Diez*

31 enero, 2000

A cincuenta días de asumir, el nuevo gobierno parece haber resuelto uno de los dos temas centrales en los que se juega el éxito de su gestión: el financiamiento del sector público a mediano y largo plazo. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional a tres años, y por US$ 7.400 millones, significa tranquilidad en ese frente.

Hasta ahora, el equipo económico rezuma razonable satisfacción. Logró cerrar el presupuesto gracias a una reforma tributaria que costó sacar. Todos los observadores independientes auguran crecimiento para este año: si no el 4% pronosticado por José Luis Machinea, al menos en el orden de 3%. Día tras día los funcionarios del área económica auscultan con impaciencia las cifras diarias de la recaudación tributaria, que marcha bien.

En menos de dos meses de maniobrar se logró reducir el riesgo país en 200 puntos básicos (la tasa de interés a pagar por el gobierno bajó 2%). Todavía lejos del nivel de México (paga 335 puntos básicos contra 550 de la Argentina), queda como objetivo a lograr en un plazo mucho más prolongado un descenso de entre 150 a 200 puntos en las tasas a pagar en el futuro. En todo caso resulta alentador que la última colocación de títulos públicos implicara el retorno al mercado voluntario estadounidense.

Ahora, además de mantener y renovar el impulso de austeridad, llega el momento de atacar el otro tema central –desde la visión oficial– para que se pueda definir el éxito de la actual gestión: aumentar la competitividad de nuestra economía.

A más tardar durante marzo, el gobierno habrá de implementar un manojo de políticas públicas activas con ese propósito. En términos sencillos, competitividad es igual a crecimiento y empleo. En esa dirección se halla la reforma laboral por la cual batallará todo el gobierno para conseguir su sanción parlamentaria, a pesar de la importante oposición que se avizora.

No es que, una vez en vigencia, esta reforma laboral reduzca los costos de la economía. Pero podría aumentar significativamente su productividad.

Además, habrá una acción concertada y medidas concretas para inyectar la mayor competencia posible especialmente en el campo de los servicios públicos privatizados hace una década, donde hay situaciones monopólicas o los famosos monopolios naturales.

Aunque la percepción de muchos observadores tienda a atribuirle intenciones proconsumo, en verdad habría que entenderlas como proproductividad.

El problema del timing , de la oportunidad de este esfuerzo, es importante. El gobierno teme que se produzca una reacción positiva, pero efímera. Si así fuera, una vez diluidos estos efectos los inversionistas estarían otra vez analizando con lupa el tamaño del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos (que no es peligroso si se mantiene en 4,5% a 5% del PBI en una situación que tienda hacia el equilibrio fiscal).

Tanto la caída de la tasa de interés que paga el Estado, como la reforma laboral si se logra, son hechos auspiciosos en el marco de esta lucha por la competividad. Dentro del arsenal de medidas tendientes a obtener este resultado habrá políticas más activas como estímulos a la inversión, reembolsos y políticas específicas y de efecto comprobable para empresas Pyme.

Un elemento positivo adicional sería el crecimiento de la economía brasileña –que se da por seguro– y una apreciación en el valor del real. En ambos países hay opiniones coincidentes: para la economía argentina es más importante el crecimiento brasileño que la misma paridad cambiaria. La locomotora brasileña arrastra cuando crece (y además, de paso, revalúa su moneda). El contexto internacional también es favorable:
crecimiento es lo que está pronosticado para todo el mundo.

Como telón de fondo, el escenario que más entusiasma a los economistas del gobierno, es tranquilidad en casi todos los frentes por dos años. Espacio que sería aprovechado para que surtieran efectos y fueran percibibles los beneficios de medidas que mejoren la competitividad.

Pero sobre todo, que siembren la simiente de un renovado capitalismo nacional que se intrinque y vincule con las fuerzas más poderosas del capitalismo internacional. Desde esta perspectiva, entonces, la mejora sustancial en la competitividad, será “la madre de todas las batallas”.

* El autor es director de MERCADO.

A cincuenta días de asumir, el nuevo gobierno parece haber resuelto uno de los dos temas centrales en los que se juega el éxito de su gestión: el financiamiento del sector público a mediano y largo plazo. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional a tres años, y por US$ 7.400 millones, significa tranquilidad en ese frente.

Hasta ahora, el equipo económico rezuma razonable satisfacción. Logró cerrar el presupuesto gracias a una reforma tributaria que costó sacar. Todos los observadores independientes auguran crecimiento para este año: si no el 4% pronosticado por José Luis Machinea, al menos en el orden de 3%. Día tras día los funcionarios del área económica auscultan con impaciencia las cifras diarias de la recaudación tributaria, que marcha bien.

En menos de dos meses de maniobrar se logró reducir el riesgo país en 200 puntos básicos (la tasa de interés a pagar por el gobierno bajó 2%). Todavía lejos del nivel de México (paga 335 puntos básicos contra 550 de la Argentina), queda como objetivo a lograr en un plazo mucho más prolongado un descenso de entre 150 a 200 puntos en las tasas a pagar en el futuro. En todo caso resulta alentador que la última colocación de títulos públicos implicara el retorno al mercado voluntario estadounidense.

Ahora, además de mantener y renovar el impulso de austeridad, llega el momento de atacar el otro tema central –desde la visión oficial– para que se pueda definir el éxito de la actual gestión: aumentar la competitividad de nuestra economía.

A más tardar durante marzo, el gobierno habrá de implementar un manojo de políticas públicas activas con ese propósito. En términos sencillos, competitividad es igual a crecimiento y empleo. En esa dirección se halla la reforma laboral por la cual batallará todo el gobierno para conseguir su sanción parlamentaria, a pesar de la importante oposición que se avizora.

No es que, una vez en vigencia, esta reforma laboral reduzca los costos de la economía. Pero podría aumentar significativamente su productividad.

Además, habrá una acción concertada y medidas concretas para inyectar la mayor competencia posible especialmente en el campo de los servicios públicos privatizados hace una década, donde hay situaciones monopólicas o los famosos monopolios naturales.

Aunque la percepción de muchos observadores tienda a atribuirle intenciones proconsumo, en verdad habría que entenderlas como proproductividad.

El problema del timing , de la oportunidad de este esfuerzo, es importante. El gobierno teme que se produzca una reacción positiva, pero efímera. Si así fuera, una vez diluidos estos efectos los inversionistas estarían otra vez analizando con lupa el tamaño del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos (que no es peligroso si se mantiene en 4,5% a 5% del PBI en una situación que tienda hacia el equilibrio fiscal).

Tanto la caída de la tasa de interés que paga el Estado, como la reforma laboral si se logra, son hechos auspiciosos en el marco de esta lucha por la competividad. Dentro del arsenal de medidas tendientes a obtener este resultado habrá políticas más activas como estímulos a la inversión, reembolsos y políticas específicas y de efecto comprobable para empresas Pyme.

Un elemento positivo adicional sería el crecimiento de la economía brasileña –que se da por seguro– y una apreciación en el valor del real. En ambos países hay opiniones coincidentes: para la economía argentina es más importante el crecimiento brasileño que la misma paridad cambiaria. La locomotora brasileña arrastra cuando crece (y además, de paso, revalúa su moneda). El contexto internacional también es favorable:
crecimiento es lo que está pronosticado para todo el mundo.

Como telón de fondo, el escenario que más entusiasma a los economistas del gobierno, es tranquilidad en casi todos los frentes por dos años. Espacio que sería aprovechado para que surtieran efectos y fueran percibibles los beneficios de medidas que mejoren la competitividad.

Pero sobre todo, que siembren la simiente de un renovado capitalismo nacional que se intrinque y vincule con las fuerzas más poderosas del capitalismo internacional. Desde esta perspectiva, entonces, la mejora sustancial en la competitividad, será “la madre de todas las batallas”.

* El autor es director de MERCADO.

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